El fracasado empeño de Mas para sacar CatalunyaCaixa a bolsa

Todó se opuso a una operación política ajena al contexto financiero y que requería la participación del Sabadell

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Enero de 2011. El president de la Generalitat, Artur Mas, el conseller de Economía, Andreu Mas-Colell, y Adolf Todó discuten agriamente en Palau. El responsable de CatalunyaCaixa amenaza con tirar la toalla. No quiere asumir la responsabilidad de las consecuencias del plan que ambos políticos acaban de exponerle. En juego estaban los intereses de miles de potenciales pequeños accionistas. No parecía ser esa la prioridad de los gobernantes.

El debate sobre el futuro de las cajas de ahorros estaba más encendido que nunca. La entonces vicepresidenta y ministra de Economía, Elena Salgado, logró que el Congreso convalidara el decreto de reforma del sector financiero para despejar “las dudas en los mercados”. Casi un año antes, el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero había cedido en el ámbito social. Tocaba ordenar el mapa de entidades de crédito. Convergència i Unió votó a favor.

Preservar la catalanidad

El decreto ley hacía saltar por los aires la pirámide construida por el ex conseller de Economía Antoni Castells. Meses antes estimuló la fusión entre las cajas de ahorros para preservar, precisamente, su catalanidad. De ahí surgió CatalunyaCaixa y Unnim. Girona fue absorbida por La Caixa. Rehuyendo su consejo, Laietana se casó con Bankia, mientras Penedès lo hizo con BMN.

A los líderes nacionalistas les preocupaba que las entidades fusionadas no aguantaran el envite de Salgado y acabaran en manos de otro grupo o bien controladas por el Frob, el instrumento del Banco de España creado ad hoc para intervenir entidades en problemas.

El Gobierno estableció una exigencia de capital del 8% para las entidades cotizadas y del 10% para el resto. Salgado apuntaba directamente hacia las cajas. En menos de nueve meses, las entidades tenían que doblar las ratios de solvencia (antes eran del 5%) –refusionándose, integrándose en otros grupos o buscando socios—. La alternativa era captar entre los pequeños accionistas el capital necesario para cubrir los tres puntos de más que se impondrían. En ese momento se acuñó el término bancarización. Y la idea gustó a Mas, todavía con fuerza política en la cartera.

Dos grandes grupos

El President quería dos grandes grupos en Catalunya: La Caixa y el resultante de la integración de Banc Sabadell y CatalunyaCaixa. Lo último que sospechaba es que el Banco de España entrara en el capital de una entidad emblemática, muy pegada el territorio. Se interpretaría como la entrega del control del sistema financiero catalán a Madrid. La Generalitat quería preservar a toda costa esa suerte de oasis, sin injerencias. Mas pidió a Todó que siguiera los pasos de Isidro Fainé, primero, y de Rodrigo Rato, después. El camino bursátil.

El presidente de La Caixa preparó en un tiempo récord el nacimiento de Caixabank. Y era el ejemplo. El President apeló al potencial de la red para convencer al banquero manresano. “¿Acaso dudas de que la red [de CatalunyaCaixa] no es capaz de vender las acciones de aquí a septiembre?”, preguntó Mas a Todó. “Nuestra gente está entregada y hará lo que le pidamos. Nuestros clientes comprarán, pero una vez en bolsa, ¿qué? Los riesgos son demasiados, es preferible buscar un socio y no exponer [CatalunyaCaixa] a los mercados”, respondió Todó.

La OPA del Sabadell

Mas-Colell fue menos insistente. Cedió el protagonismo a Mas. La hoja de ruta completa salpicaba a Josep Oliu. Según el líder nacionalista, el Sabadell estaba dispuesto a presentar una oferta pública de adquisición (OPA) para tomar el control de CatalunyaCaixa e integrarla en su perímetro.

Oliu y Todó han mantenido, desde hace años, una relación muy próxima. Ambos banqueros se conocen mejor de lo que quizá Mas pudiera imaginar entonces. El actual presidente de CatalunyaCaixa tiene, también, una idea muy exacta de la realidad del Sabadell. Durante años trabajo en él. Oliu no se lanzaría porque se lo pidiera Mas.

La Generalitat sólo veía bondades. Ajena a la situación real de cada entidad, pese a contar con inspectores propios, Mas creía que podría solucionar la explosión de las preferentes, suscritas por miles de catalanes, recapitalizar la caja y mantener la identidad catalana. No atendía a los riesgos del mercado, a la dificultad de reunir el capital ni a la prioridad de sanear el balance antes de salir a bolsa. Si Mas pretendía solucionar las preferentes se podría encontrar con un problema mayor: las acciones. Todó eludió responsabilidades sobre esa posibilidad. Se olía un Bankia a la catalana. Las acciones salieron a 3,6 euros. El Frob corregirá ese valor a 0,1 euros.

Todó amaga

Dos horas después, Todó se planta. “Si quieres salir a bolsa, hazlo. No cuentes conmigo”. Fin de la reunión. La idea queda aparcada y las ingerencias de la Generalitat arrinconadas. Pero Mas no arrojó la toalla. Puso en marcha la campaña pública para envolver su plan. El Govern se concentró en inocular la bondad de la operación. Sin convocar encuentros con CatalunyaCaixa en la agenda, el equipo de Mas pregonaba en algún círculo financiero y con la ayuda de algún medio de comunicación las bondades de la fusión que Todó abortó.

Meses más tarde, en junio, CatalunyaCaixa oficializaba que recurriría al Frob para tomar los recursos que necesitaba. El plan de la entidad era sustituir el capital público en cinco años. Durante ese tiempo, el trabajo de la cúpula directiva sería completar el saneamiento y poner en valor la entidad. Pero Mas seguía convencido de que la solución pasaba por Oliu.

Ilusión política

Algunas patronales, sindicatos y otros agentes de la sociedad civil catalana apoyaron la fusión entre la caja y el Sabadell. Mas y su entorno lograron portadas completas anunciando la posible fusión. Pero aquella ilusión política ha quedado enterrada, al menos hasta 2016. Mas no se salió con la suya. Ahora, él y su círculo prefieren criticar a Rato por sacar Bankia a bolsa. Pero esa es otra historia, la del banco del PP.

Ismael García Villarejo

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