Antón Costas: «Si nos saltamos la ley estamos en manos de las correlaciones de poder»

El presidente del Cercle d'Economia, sin embargo, considera que aún es posible que el independentismo catalán acabe teniendo efectos terapéuticos

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Identifica la virtud civil de la industria: puntualidad, meritocracia, ética de los negocios. Bebió en las fuentes del gran Fabián Estapé y captó con ironía las interminables charlas de media mañana del profesor y ex rector regadas de cafeína y humo. Aprendió, aprendió y aprendió, antes de subirse a la cabeza del departamento de Economía Política de la Central donde vive el estigma del análisis macro regado de Doctrinas: Schumpeter, Marshall, Friedrich HayekVon Mises, Keynes. Se hizo economista humanista, el rastro de Lluch y Maragall, sobre la pista de los mejores, Laureano Figuerola, Sardà Dexeus, Lluc Bertran, Tallada o el ágrafo Solervicens, entre otros.

Antón Costas, el presidente del Cercle d’Economia, vive en el fiel de una balanza demasiado implícita para ser virtud. A su derecha e izquierda se mueven la ciencia (los Oliu, Pastor y compañía) y la exaltación nacional de Artur Carulla, un eterno joven con muescas en el cinto. Sufre y disfruta la junta del Cercle, una máquina que demedia el mundo con la excusa aparente de ser un influyente foro de opinión; que lo es. Costas tiene la pupila amorosa de los viejos marineros; el entrecejo de Shanti Andía, héroe barojiano, y la adjetivo lejano de Cunqueiro. Es un gallego que ha triunfado en Catalunya. Y en medio de mil batallas dialécticas, abre la carpeta de los naturalistas: «Paciencia y tiempo». Los rompientes de Finisterre lo exigen.

Dilatar el encaje catalán es una forma de volver al viejo reformismo hoy denostado por los corifeos de Artur Mas. Ni por un momento, uno podía esperar que aquella cubierta vadeada de los Prenafeta, Trias-Fargas, Pujol, Cullell, Roca y los demás se convertiría en la tabla jacobina de los Homs, Rull, Gordó y compañía. Los convergentes que combatieron a Franco en los espacios de libertad han sido sucedidos por Marat, Danton y Robespierre, sin guillotina claro. El Estado les lanza la Brigada Aranzadi y los aurigas del conservadurismo catalán añoran a Prim, aquel general reusense que hizo de la espada un banderín de tolerancia.

¿Cuál es la enfermedad catalana? «No hay enfermedad crónica. Pensemos que la configuración autonómica del Estado, que surgió de la Constitución de 1978, fue un gran acierto para resolver el viejo problema territorial de España. Pero el funcionamiento actual del Estado de las Autonomías es visto por muchos como otra camisa de fuerza para el autogobierno de algunas comunidades, como es el caso de Cataluña». O sea, la tendencia al cambio parece clara; otra cosa es saber hacia dónde.

Usted ha escrito sobre la bifurcación del cambio citando a Denis Diderot en los prolegómenos del asalto a la Bastilla: «Estamos ante una encrucijada que nos llevará o a la esclavitud o a la libertad«. ¿Qué miedo no? «Cuidado, el miedo al abismo como impulso al cambio es una mala respuesta. Afrontar el cambio con serenidad es lo mejor«. Póngame un ejemplo: «El new deal europeo, después de la catástrofe de la Segunda Guerra». ¿Y el camino? «Hacer que existan instituciones capaces de servir al interés general, como por ejemplo el Banco Central Europeo«. ¿Y mientras tanto? «A producir que es lo nuestro. ¡Industria, industria e industria!»

¿Dónde está el interés general en la confrontación Catalunya-España?  «Aquí existe un déficit de gentes y entornos que representen el interés general». El notario López-Burniol dice que, si nos saltamos la ley, solo nos quedan las fuerzas en presencia» ¿Cómo lo ve? «Si nos saltamos la ley estamos en manos de las correlaciones de poder«. Luego, nuestros dirigentes soberanistas están en la visión del precipicio ¿No? ¿Hay que mandarlos al diván? «No. Aún es posible que el independentismo catalán acabe teniendo efectos terapéuticos».

Costas ha conocido a los viejos industriales catalanes que pueblan el Cercle d’Economia. Captó por ósmosis a Ferrer-Salat, Güell de Sentmenat, Arturo Suqué, Pere Duran Farell, Lara Bosch, Gabarró, Fornesa, de todos; creció entre ellos mediando su carrera académica y sus publicaciones. Ha compaginado la gestión (Endesa) con la cátedra. Ha entendido el desafío estético de Catalunya: sabe que aquí «quien no entiende el teatro de la vida no entiende la vida», como escribió Emil Ludwig.

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