Esperanza Aguirre y Luis Conde, la derecha dura encaja en el catalanismo blando

La condesa consorte y el tercerista dúctil representan una alianza de las élites en una situación de bloqueo político

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Él es un tótem del reformismo moderado y ella un puntal de la España metafísica. Luis Conde controla una red global de head hunting a la que se vinculó Esperanza Aguirre, ala dura del PP –»dos millones de secesionistas catalanes no pueden con 46 millones de españoles», escribe– inasequible al desdoro que la rodea.

«Hace un año que Esperanza ya no trabaja conmigo, en Seeliger &Conde», afirma Conde. Un lapso de tiempo que les distancia a ambos y les evita su justa diaria ahora que los cuarteles generales de España y Catalunya huelen a trinchera. Ella fichó por la empresa de Luis Conde cuando dejaba la política, pero nunca se fue. Al contrario, se hizo contribuyente fiscal de alta gama –como desveló a traición el ministro del ramo, Cristóbal Montoro– y pagadora discreta de su recibo de luz a cuenta de la Comunidad de Madrid, su anterior trono.

El cáncer del 3% ha extendido el miedo cerval en la Barcelona de los negocios. La industria básica y los servicios vuelan alto para evitar la gangrena Pujol Ferrusola, pero temen estar manchadas sin haber pasado por las arcas caudinas del trío Sumarroca-Rosell-Viloca, radio minúsculo del cambalaches. El miedo a la arbitrariedad de la UDEF, brazo armado de Interior, se nota en los foros de opinión y en Fomento del Trabajo, sin olvidar las fórmulas bilaterales como el Foro Puente Aéreo, creada por Luis Conde para unir a empresarios de las dos orillas.

Los pasarelas tendidas por unos son dinamitadas por los otros. Versatilidad y dogma; diálogo y doctrina, esta es la dupla de la marca España. Esperanza está el bando de la raza. Antes del choque de trenes dejó clara su visión de la analogía histórica facilona. De su puño y letra: «cuando los nacionales entraron por la Diagonal, decenas de miles los catalanes salieron a vitorear a las tropas de Franco».

Ella es clara; él no tanto. Se acercan ambos al precipicio del desgobierno catalán; él lo lamenta; ella lo busca. Él lo sufre; ella, resabia y zalamera, aplaude al fiscal Zaragoza de la Audiencia Nacional. El ministerio Público ha rescatado el Código Penal del 73 (bienio de la tromboflebitis) para desenterrar el delito de sedición de los políticos catalanes.

La costumbre de los suquets

Luis Conde es un emboscado que solo se cobija en sombras frondosas. También es navegante (presidente el Náutico, náufrago en Cabo Verde y dueño del Marina de Palamós), productor de caldos, como el Analvaro y el Tolimen, y autor de libros enigmáticos. Su última entrega, La fórmula del talento y Mahler, recrear su propia batuta, la de un músico autodidacta, capaz de dirigir una sinfonía de Mahler sin pasar por el Conservatorio.

Y todo por no hablar de política, por no mancharse las manos en estos tiempos de mohín en la cara y exabrupto por la espalda. Conde cree que verá más claro desde sus atriles muelles de Fonteta, en el Baix Emprodà. Heredó la maldita costumbre catalanufa de organizar suquets (u otras especies igual de piadosas) para restañar las heridas del alma, infligidas por los portadores del penacho. Conde es uno de los simpatizantes de CiU que contienen la respiración delante de la tribu de Rull, Forcadell y Romeva, el 6 de Octubre postmoderno, según la definición de Francesc de Carreras. Los tiempos no cambian, se angostan: la Convergència de Alavedra fue un gran bazar; la de Homs es el altar del sacrificio.

La intranquilidad de hoy es proporcional a la transversalidad de los negocios de ayer. No hay peor cruce que la política y los negocios. Por el bufete de Conde han pasado centenares de empresas; por el despacho de Esperanza, decenas de cargos públicos investidos por ella y buenos comisionistas de las redes Gürtel y Púnica.

La alianza

Él entusiasma; ella contamina: «Si te acercas a menos de quinientos metros de Esperanza sales imputado en una trama de corrupción», apuestan en el Madrid de Chicote y Santa Bárbara. La todavía presidenta del PP de la capital, culo di ferro en Génova 13, tiene una vida paralela en Barcelona, la ciudad del Ecuestre, de los Bibliófilos y de las reales academias. Su esposo, Fernando Ramírez de Haro y Valdés, conde de Murillo y de Bornos, es el actual presidente del Club Puerta de Hierro de Madrid, foco inestimable de la derecha dura; garita de los Bohórquez y Silva, Martínez de Irujo, López-Quesada, Oriol, Togores, Gómez-Acebo o Falcó; sin olvidar a Morenés de Eulate, ministro de la Guerra y Conde del Asalto, blasón que ni pintado.

La capilla del emblemático club, frecuentada por Felipe VI y su familia, vio la boda del último Borbón Dos-Sicilias y allí se produjo, dicen, el primer reproche entre Leticia y las infantas.

Los armarios de Esperanza huelen a bambú. Aunque fue nombrada socia de honor del Hierro, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma (mucho más de lo primero que de lo segundo) es muy afín a Piugcerdà; señorea el golf meritocrático de La Cerdanya, sobre las verdes laderas de Cal Arañó, la finca histórica del doctor Andreu. Ella, condesa consorte de Murillo y de Bornos, dice que allí hay un ambiente más democrático: «Igual te cruzas con un hijo del constructor Núñez que con Bertrand de Caralt», explica una buena amiga de la líderesa conservadora. Es el entrañable Pirineo de nuestros mayores. Y justamente allí, entre el Cadí y Francia, la ruta del blanqueo del clan de los Pujol sigue el trazo quintacolumnista que consagró Francesc Cambó en los años del maqui.

Hoy de nuevo, derecha dura y catalanismo blando consolidan su entente en el mundo de las elites económicas. Esperanza despedaza la arquitectura alternativa del soberanismo, mientras observa de reojo el deseado renacimiento de Duran Lleida. Luis Conde asiente, boca cerrada, en la feria de los discretos. Diferentes modos, distintos humores, pero ¡même combat!  

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