Moo, el restaurante diáfano

C/ Rosselló, 265 www.hotelomm.es 93-445-40-00 4 sobre 5

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Sandra Tarruella e Isabel López dirigen uno de los equipos de interiorismo de más éxito en España. Están especializadas en locales de restauración, donde siempre dejan una impronta muy perceptible, con personalidad. Además de ser amantes del minimalismo, les gusta crear ambientes de amplitud, espaciosos y con mucho volumen. Cuando te sumerges en uno de ellos, es difícil ubicarlo en una ciudad concreta. Diría que consiguen ese aire internacional de la globalización: podrías estar en cualquier lugar del mundo.

Son las decoradoras de cabecera del Grupo Tragaluz, propiedad de la familia de Sandra, y también han trabajado para otros clientes, como el Celler de Can Roca, a quien le diseñaron el nuevo local de Girona. Por eso no es de extrañar que se encargaran del hotel Omm y de su restaurante, el Moo, propiedad de Tragaluz y dirigido por los hermanos Roca.

Una gran sala

La primera impresión cuando entras es justamente el espacio, la altura, la dimensión de las mesas y la distancia generosa entre ellas. Siendo una decoración sin lujos ni otros aspectos llamativos consigue atrapar tu atención. Me gusta mucho, aunque he decir que en esa virtud del espacio puede convertirse en un problema.

La sala del Moo está al final de la planta baja del hotel, un espacio continuo que acoge primero la recepción, después el bar y al final el restaurante. La disposición es diáfana, de manera que tanto quien se dirige a su habitación como el que hace tiempo en la barra puede ver a los que están comiendo.

Y los que comen pueden oír a los niños aparcados en los cochecitos que las mamás mecen cariñosamente mientras esperan haciendo el aperitivo a que sus maridos vuelvan del Mobile World Congress, como pude comprobar hace unas semanas. El uso intensivo y compartido de esos lugares comunes también se nota en el trote que denotan los servicios.

El resultado, no se vayan a creer, es un local muy agradable y divertido en el mejor sentido de la palabra. Es de gran nivel, pero a la vez cómodo y algo desenfadado. Donde, además, se come muy bien y casi se bebe mejor.

El maridaje

El Moo se presenta a sí mismo como un restaurante de degustación, lo que explica ya de entrada por qué su oferta está montada en torno a los menús mientras que la carta propiamente dicha es bastante austera para un local de su categoría: seis primeros, cuatro o cinco pescados, otras tantas carnes, y una relación algo más amplia de postres.

Los menús degustación sugieren el acompañamiento de un vino distinto para cada plato. El jefe de sala y sumelier, Xavier Ayala, dispone de 600 referencias para ofrecer el maridaje que se ha convertido en la seña de identidad del restaurante.

No es de extrañar que desde su inauguración, a finales del 2003 –en el 2006 consiguió una estrella Michelin-, el Moo se haya convertido en un local de referencia en Barcelona. Todo el mundo pasa por allí, sobre todo si sabe que sus acompañantes son amantes del vino.

El mismo día de los berreos de los niños de la barra, Quim Vila compartía mesa con el presidente del grupo francés Delamotte, con quien preparaba una visita a Barcelona de elaboradores de vino de distintas partes del mundo. Al otro lado del comedor, o sea, a unos 50 metros, el director comercial de Juvé y Camps agasajaba a un cliente.

Los cinco menús van desde el del mediodía a otros cuatro más gastronómicos, incluido un vegetariano: entre 45 y 100 euros. El precio varía mucho en función de si se opta por el maridaje, que suma entre 35 y 40 euros. A la carta, el precio medio se mueve en torno a los 75 euros, aunque depende lógicamente del vino que se elija. La cuenta es casi la mitad que en algún otro local de la ciudad con gran reputación, pero que no supera, desde mi punto de vista, al Moo.

Vinos de nivel

La oferta de vinos, ya se ha dicho, es amplísima y sus precios, de impacto. Se pueden ver algunas botellas, pocas, a 14 euros, pero a ver quién es la guapa que no se siente ridícula decantándose por una de ellas, a pesar de que el sumelier es muy amable y nada agobiante. Me decidí por un La calma del 2008, un blanco penedès agradable y con algo de cuerpo que sirvieron decantado. 45 euros, frente a los 26 de la tienda; es decir, que no llegan a doblar.

Supongo que es la influencia de Josep Roca, una de las personas más entendidas en vinos del país, la que hace que la temperatura de los vinos del Moo sea ligeramente más alta de lo que estamos acostumbrados. Es la forma de facilitar que el vino ofrezca todas sus cualidades, de que el frío nos las duerma.

Los primeros aperitivos, deliciosos, incluyeron una crema de patatas bravas servidas con su piel, cokie de olivas negras, caramelizado de vermut y naranja. Dos cremas, una fría de maíz y una caliente de patata y foie, como segundo entrante.

Coca de tordos y timbal de manzana con foie –supremo-; de los segundos, me quedo con los salmonetes con sanfaina, sensacionales, muy por encima de la lubina con hinojo de mar, algo más corriente.

Los postres también revelan la herencia repostera del Celler de Can Roca. Y es que el joven chef, Felip Llofriu, se formó en los fogones de la casa madre de Girona. Recomiendo con entusiasmo el chocolates del mundo. Y, para acabar, un Bracafé servido en su punto.

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