El Puigdemont viajero y el mejor amigo (americano) de Putin

Puigdemont prefiere delegar los asuntos de gobierno en Junqueras y promocionar el independentismo, pero la gira por EEUU no ha dado sus frutos

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Si viviera y siguiera de cerca el procés, el Gouverneur Morris hubiera arqueado una ceja al oír a Carles Puigdemont citar sus tres palabras más celebres –“We, The People”— para reclamar en la Universidad de Harvard el derecho a decidir. Y se hubiera mostrado desconcertado cuando, después comparar a España con la Turquía de Erdogan, el president se retrató con el diputado más delirantemente trumpiano del Congreso americano. Tanto que en Washington le llaman “el mejor amigo de Putin”.

A Puigdemont quizá le espere una suerte similar a la de Morris, eclipsado por otros padres fundadores más famosos como Hamilton y Franklin. Tomó el testigo de Artur Mas para llevar a los catalanes “a las puertas de la independencia”, pero ahora el soberanismo se acerca a frustración, según apunta el último Barómetro del CEO, que sitúa el ‘sí’ a la independencia cuatro puntos por debajo del ‘no’.

El president ejerce con pundonor de propagandista en cap, sin ambición de gobernar, tedioso asunto que delega en Oriol Junqueras. Oficia en el cargo y preside la mesa principal, pero su función se asemeja a la de un chairman no-ejecutivo en una gran empresa. El mando operativo lo tiene Junqueras, el chief executive officer que controla el presupuesto, decide con quien se habla y fija la agenda a seguir.

Cómo reciclar los errores en victorias

El soberanismo practica un jiu-jitsu político que transforma los errores ajenos en victorias propias. Así, la cerrazón de Mariano Rajoy y del gobierno popular, potenciados por la crisis y la desafección, han elevado el derecho a decidir al rango de dogma imperativo y nudo gordiano del debate catalán. La internacionalización el conflicto completa la estrategia para presionar a Madrid con el argumento de que sólo las urnas pueden satisfacer el inalienable derecho democrático se niega al pueblo catalán.

El mando operativo lo tiene Junqueras, el chief executive officer que controla el presupuesto

Su target geográfico es la Unión Europea y los Estados Unidos; y la prensa, el milieu académico y los políticos amigos sus principales ámbitos de acción. Antes del “brexit”, la tracción obtenida en Europa fue modesta; pero el golpe británico a la UE, la exigencia escocesa de un nuevo referéndum y la amenaza populista general, han hecho de Cataluña un asunto que nadie quiere tocar. Máxime cuando España se ha convertido en miembro clave del núcleo duro de la UE.

Por si no se entendía con claridad, el ministro de exteriores Alfonso Dastis y su homólogo alemán Sigmar Gabriel comparecían juntos el martes pasado en Berlín. Si Escocia quiere ingresar en la Unión Europea, deberá ponerse a la cola “como un candidato más”. El mensaje de Gabriel apuntaba a Edimburgo; el de Dastis, a Barcelona. Y más elocuente todavía es que Gibraltar haya quedado fuera de la negociación de Bruselas con Londres para acordar su salida de la Unión. Mientras dure el asedio, la unidad europea será cosa de Estados… los actualmente existentes.

Los frutos de la exposición internacional

Una gestión competente de las relaciones con la prensa internacional ha dado frutos a la causa independentista. La Moncloa y el Palau de la Generalitat compiten por la atención de los corresponsales en España y las redacciones centrales de las grandes manchetas: el New York Times, El Washington Post, el Wall Street Journal, el Financial Times, The Guardian o el Frankfurter Allgemeine Zeitung.

La situación catalana se representa como un dilema democrático: una mayoría que exige votar frente a un gobierno que le niega un derecho tan elemental. Cualquier intento de “la otra parte” por matizar la afirmación tiene poca efectividad ante el argumento simple, concreto y cerrado; una versión del “Espanya ens roba” para el canal internacional.

La Moncloa y el Palau de la Generalitat compiten por la atención de los corresponsales en España

Un ejemplo reciente lo firmaba Carme Forcadell en el New York Times. La democracia “está en juego en Cataluña”, escribía en un artículo que reclamaba “el derecho de libre expresión, que el gobierno español insiste en censurar”. Y como Puigdemont en Harvard, concluía citando a George Washington para invocar “la lucha inquebrantable por las libertades”. Un razonamiento sencillo rodeado de emoción.

Las extrañas amistades del independentismo

Puigdemont y Romeva creen que la primavera populista que florece en Estados Unidos puede reportar resultados más rápidos y vistosos que Bruselas o las grandes capitales europeas. Los gobiernos de la UE han levantado la defensas frente al nacionalismo, sean el de los partidos eurófobos de Francia, Italia o Alemania, o de los secesionistas de cualquier Estado miembro, aunque se manifiesten radicalmente eurófilos.

La urgencia y la necesidad crean extrañas amistades. Atrás quedan los días en los que Artur Mas asistía a las fiestas electorales de Democrats Abroad. Puigdemont visitó en Washington a personajes tan significados como Arthur Brooks, presidente del American Enterprise Institute, el influyente think tank conservador, y al trío de congresistas cubano-americanos más furibundamente anticastrista: Mario Díaz-Balart, Ileana Ros-Lehtinen y Carlos Curbelo.

Puigdemont y Romeva creen que la primavera populista que florece en EEUU puede reportar resultados rápidos

El problema para la Generalitat no es ético sino estético. No es tanto la distancia ideológica que supuestamente media entre el procés y lo que defienden sus interlocutores, sino lo que sugiere que Puigdemont se reúna con personajes menores y controvertidos: que nadie de peso está dispuesto a hacerlo.

Quiénes son los amigos americanos de Puigdemont

Los tres legisladores cubanos recibieron fuertes críticas recientemente por vetar una resolución que forzaría a Donald Trump a revelar sus impuestos (claves para determinar posibles vínculos con Rusia) a cambio, supuestamente, de que la Casa Blanca congelará las relaciones con Cuba reanudadas por Barack Obama.

La reunión más peculiar, sin embargo, fue la que mantuvo el president con el republicano Dana Rohrabacher, célebre por apoyar la invasión rusa de Crimea y por decir que el cambio climático lo causaron “los pedos de los dinosaurios”. En sus 28 años en el Congreso, el californiano ha pasado de presumir de haber luchado contra los soviéticos en Afganistán a ser acusado de títere de Vladimir Putin por trabajar –con información y documentos que recibió en Moscú— contra la aprobación de una ley lesiva para los intereses rusos en 2014.

El president no debe olvidar que sigue habiendo un pecado capital en política: hacer el ridículo

Político le bautizó el pasado noviembre a como “el mejor amigo americano de Putin” a raíz del embrollo, en el que también estuvo implicado el demócrata Eliot Engel, otro de los congresistas con que Puigdemont se reunió en Capitol Hill.

El fracaso de Romeva

La curiosa agenda americana responde al fracaso de Romeva en cerrar reuniones de verdadero calado y a la torpeza de su equipo por no alertar de peculiaridades biográficas embarazosas de los interlocutores del president. Pero sobre todo refleja la postura de fondo del Washington oficial: es un asunto interno de España; mejor no tocar.

Lo que no fue casualidad ni impericia fue equiparar la democracia española con la turca de Recep Tayyip Erdogan, porque “autoriza al ejército a actuar contra sus propios ciudadanos”. La afirmación no solo es falsa sino ofensiva para un país que consolidó la democracia al derrotar un intento de golpe militar y que no ha sacado al ejército a la calle pese a que las fuerzas armadas han sufrido 103 muertos a manos del terrorismo.

Puigdemont ejecuta con celo el papel de dircom de Cataluña y portavoz de su libertad. Mentir en política ya no penaliza y los “hechos alternativos” son parte de la nueva normalidad. Pero conviene que el president no olvide que sigue habiendo un pecado capital en política –hacer en el ridículo—castigado con la peor de las penas: la irrelevancia.

Sacarse una foto con Dana Rohrabacher no es una obligación del cargo ni aprovechar una oportunidad. Es perder el decoro y faltar el respeto a la ciudadanía a la que profesa servir

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