El verdadero y truncado objetivo del soberanismo

El independentismo ningunea a los dirigentes que han gestionado desde la transición, pero fracasa a la hora de poner en pie a sus sustitutos

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Josep Antoni Duran Lleida presenta su libro Un pa com unes hòsties (ED Libros) en la librería Casa del Libro. Más de 200 personas abarrotaron este jueves el auditorio. La mayoría de ellas han tenido altas responsabilidades como dirigentes de Unió Democràtica, un partido histórico que está en liquidación. Pero en las primeras filas figuran presidentes de patronales, de grupos de comunicación, políticos en activo.

Sin embargo, en las redes sociales, y desde perfiles que simpatizan con el movimiento independentista se les tacha de “chusma autonomista”, se les critica que se muestren desubicados, porque no quieren entender que la sociedad catalana ha cambiado, y que los deseos de tener las riendas del futuro, como un país independiente, no se podrán frenar. Entre los presentes al acto estaban Joaquim Gay de Montellà, José Luis Bonet, Miquel Valls, Javier Godó, Antón Costas, Jordi Alberich, Ramon Espadaler, Josep Sánchez Llibre, Jordi Casas, Miquel Iceta, Pere Navarro y ex diputados y ex consejeros de la Generalitat.

Ese es el verdadero objetivo del movimiento independentista, de las entidades que más se han movilizado, y de los ex políticos o pensadores que han querido aprovechar la efervescencia popular: proponer y conseguir un asalto al poder para cambiar las elites políticas y económicas, al considerar que el establishment se ha aprovechado, que ha monopolizado las esferas de poder desde la transición, sin claras mejoras para la sociedad.

Pero, por ahora, no se vislumbra que lo hayan conseguido. Esa supuesta “chusma autonomista” no tiene sustitutos claros, aunque sea evidente, como ocurre en todos los países, que las nuevas generaciones vayan accediendo a responsabilidades más altas, en perjuicio de las más mayores.

El objetivo del soberanismo es sustituir a las elites, tomar el poder frente al establishment

Uno de los que ha creído más en ello, desde posiciones netamente independentistas, es Pere Pugès, uno de los principales motores de la ANC, aunque ahora no lo ve tan claro. Pugès, que se ha encargado estos años de la política y las relaciones externas de la entidad, proviene de la izquierda marxista, del PSAN, un partido que acabaría en ERC, con dos dirigentes que también llegaban de la misma corriente como Josep Lluís Carod-Rovira y Josep Huguet.

Pugès pasaría por el PSC, y sería concejal socialista en Sant Boi de Llobregat en los años ochenta. Representa a muchos ex políticos que consideran que la transición se quedó a medio camino. Han tenido una segunda juventud en los últimos años, y han pensado que podían lograr sus antiguos sueños. Ha pasado lo mismo con otros ex políticos de Convergència, refugiados, desde su cómoda jubilación, en la ANC.

Otra entidad que lucha por esa sustitución en las elites es Òmnium Cultural. La paradoja es que se trata de una entidad cultural fundada por los pro hombres de la burguesía catalana, –conservadores—como Joan Baptista Cendrós, el creador del masaje de afeitar Floïd, y abuelo de David Madí– , Lluís Carulla, Fèlix Millet Maristany o Joan Vallvé Creus.

Ahora ha protagonizado un giro para reivindicar las luchas sociales en la transición de la mano de su presidente, Jordi Cuixart Navarro. Cuixart insiste en que la prioridad es ese cambio en el poder, en sustituir el establishment, y para ello se agarra al independentismo, como palanca de cambio social.

Desde el campo estrictamente político, quien aspira realmente a ese cambio es Esquerra Republicana. Su dirección, con Oriol Junqueras la cabeza, con sus pensadores de referencia, como Joan Manuel Tresserras, –ex consejero de Cultura- quiere dejar de lado cuanto antes la Cataluña dominada por Convergència y algunos sectores del PSC, aquella ‘sociovergència’ que se ha aprovechado –según ese esquema—económicamente del país. Tresserras considera que toda la izquierda, también la de Els Comuns de Ada Colau, todavía como Catalunya Sí que es pot en el Parlament, debería entender que el movimiento independentista es un intento de cambiar esas elites, derrotando al ‘Estado’. “Es incomprensible que se renuncie a ello”, aseguraba en diferentes entrevistas.

Para una gran parte del soberanismo se trata de utilizarlo como palanca social

Junqueras, muy prudente, ha visto como en los últimos meses los casos de corrupción han erosionado de forma inexorable al Pdecat, el partido que ha sustituido a Convergència. Desde el caso del Palau de la Música, hasta el caso Mercurio, pasando por el caso del 3% que se origina en el Ayuntamiento de Torredembarra. La imagen, sin embargo, que le interesaba a Junqueras es la de Macià Alavedra, ex consejero de Economía, –la misma responsabilidad que tiene ahora Junqueras—admitiendo el cobro del 4% de comisiones. Es la imagen de gran parte del periodo pujolista, es la idea que quiere transmitir Esquerra, que se debe iniciar una nueva etapa, con nueva gente, con generaciones más jóvenes, con una gestión más atrevida, y con un país soberano.

Pero el soberanismo pierde fuerza. La última encuesta del CEO deja constancia de que el independentismo está cansando, de que no acaba de doblegar a ese supuesta “chusma autonomista”.

Por un lado, la fuerza del independentismo –desde sus diferentes acentos ideológicos—parece estancado. Y por el otro, el motor más potente en estos momentos, Esquerra Republicana, se puede quedar a medio camino sin lograr el apoyo de cuadros, intelectuales, empresarios, gestores, o financieros que tomen el poder para jubilar de forma definitiva a todos esos protagonistas que siguen ahí, en sus puestos.

El independentismo no logra un cambio en los principales resortes del poder

Desde la otra frontera ideológica, el fracaso ha sido más estrepitoso. El liberalismo de centro-derecha apostó por el independentismo para seguir, precisamente, en el poder, para “conducir y canalizar” la corriente de agua soberanista, como ha asegurado Artur Mas. Y buscó un pulso al estado que no le ha salido bien, porque el Gobierno de Mariano Rajoy no quiso moverse y acusó de alta traición a CiU, por levantarse un día independentista, después de coprotagonizar toda la construcción del estado autonómico español desde la transición.

En los próximos meses todas esas pugnas cruzadas tendrán un desenlace. Pero, por ahora, no hay sustitutos  a la vista.

Un ejemplo gráfico es el caso de Francesc Homs. Siempre dispuesto a ejercer de oráculo, Homs aseguró que “Rajoy no será presidente y no sabe lo feliz que seré”. Fue el 3 de agosto de 2016.

Y el 26 de febrero de 2017, poco antes de su juicio en el Tribunal Supremo, afirmaba que si había condenas por el 9N sería “el fin del estado español”.

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