Artur Carulla se instala en el ‘no a la independencia’ de Javier Vega de Seoane

Los dos empresarios buscan salidas, entre la reforma de la Constitución, por parte del presidente del Círculo de Empresarios, y el "catalanismo", ahora, del prohombre de Agrolimen

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Por lo visto, la fuga de empresas catalanas a Madrid tiene su causa en el marco fiscal y no en la incertidumbre del soberanismo. En la opinión bizarra del consejero de Empresa, Felip Puig, la fuga es un mecanismo de defensa. Ante tal difusión de cinismo, desde el centro le remedan: «La situación actual no ayuda a las empresas catalanas a vender en el resto de España», en palabras de Javier Vega de Seoane, presidente del Círculo de Empresarios y de DKV. Y si ahora estamos así, ¿qué pasaría con la independencia? «Habría una desbandada».

El mundo empresarial connota los vicios de la política: digo lo que no digo, pero lo he dicho. Es el sí pero no de los mercaderes. Las empresas grandes de verdad (Agbar, por ejemplo) se van pero no se van. Y, como dice Jordi Alberich (director del Cercle d’Economia), mientras el establishment se hunde, el público del Palau le pide un bis a Luis Conde.

El caza talentos lleva la batuta, entona la marcha Radezky y se atreve con la segunda de Gustav Mahler sin partitura. Es la caída de un imperio que no es económico, pero que resulta tan estético como los viejos cafés vieneses de Joseph Roth. Cuando su pequeña patria, la Galitzia pobre y polaca se independizaba, Roth exclamó: «Yo he vivido en un palacio, no quiero volver al bosque».

Reformismo catalán

El reformismo catalán tiene tantos aliados en Madrid, como españolistas conversos existen hoy en Barcelona. Y uno de ellos es el sagaz Artur Carulla: «Nunca he sido independentista», dice ahora en una renuncia más cerval que sentimental. El presidente de Agrolimen se limita a ser lo que dice haber sido siempre: «Un buen catalanista».

Lástima que la hemeroteca le desmienta. Carulla ha sido el soberanista del mundo empresarial catalán durante muchos años como saben bien sus colegas de la junta del Cercle d’Economia. Su verso libre descansaba en el mercado sin trabas ni regulaciones: «Ni estoy en Bolsa ni vivo de los precios políticos», solía decir en su momento más expansivo. Carulla tiene derecho a cambiar de opinión, aunque sea justamente ahora, cuando el independentismo capota.

Del «Cataluña quiere ser independiente», verbalizado por Carulla, hasta el actual «solo soy catalanista» han pasado dos lustros. La soberanía se ha metabolizado lentamente, hasta llegar a las prisas del proceso-exprés. El juguete se rompió el día en que la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, revivió el 6 de octubre republicano de Lluís Companys, en una mezcla de lágrima y resentimiento. La ignorancia es atrevida; pero quien la sostiene por detrás es el verdadero responsable.

Nacionalizar Endesa

La nueva Convergència de Artur Mas (Democràcia i Llibertat) anuncia el sí pero no. Está muy cerca de pactar con la CUP, un partido que quiere nacionalizar Endesa (Dios les oiga) y acabar con los peajes (no tanto). La CUP es un compendio pueril de deseconomías  y externalidades. Pero Democràcia i Llibertat está a punto de firmarle un cheque en blanco para mantener a Mas en los altares.

Y, al mismo tiempo, Francesc Homs anuncia la apertura de negociaciones en Madrid, con la mirada puesta en un autogobierno fuerte. Los constructos del president deslumbran cuando lo oyes por primera vez. Pero, con el tiempo, uno se da cuenta de que son edificios tácticos, castillos de naipes. Mas ha metido la mano en el peor avispero de nuestra historia: independencia e izquierdismo (réplica de Estat català. ERC y CNT, en la plaza de Sant Jaume.), un cruce malevo que tanta ventaja le está dando a la España alfonsina del PP.

Acostumbrados al postureo que yuxtapone amigos y enemigos, los empresarios también han vacilado. Pero, ahora llegan las prisas y los silencios. Jordi Clos, egiptólogo, hotelero y cazador blanco en la sabana africana, ya está en Madrid. Otros, como Gallardo, amenazan («sin regulación no hay margen y sin margen no habrá I d i») y otros se rinden, como Carulla o donde dije digo, digo Diego.

Reformar la Constitución

Ahogado el procés en sus propias miasmas, la reforma trae la brisa de los Picos de Europa: Vega de Seoane, asturiano de origen y confesión, ve «necesaria una reforma de la Constitución». Su fórmula para el encaje catalán sería aceptada por un carbonari del Véneto. La España noreste precisa, dice, una «mejora urgente de su sistema de financiación».

Él conoce Cataluña; vivió en Barcelona algunos de sus mejores años como manager de Grupo Torras, bajo la férula financiera de Javier de la Rosa, un banquero subido a los altares de KIO, la oficina de inversión kuwaití, con sede en Londres. En el esplendor petrolero de los Al Sabaab en el golfo Pérsico, Vega de Seoane presidió Ercros, fruto de la fusión diabólica entre la Cros de Paco Godia y la Rio Tinto de José María Escondrillas. Atravesó sin mácula el final lamentable del cracker catalán, la química profunda de un país industrial.

Ahora, reescribe parte de sus anhelos en el Círculo de Empresarios de Madrid; trata de limpiar la narración espasmódica del capitalismo de amiguetes, legado a la posteridad por el aznarismo económico del cambio de siglo.

Cataluña vende más a Aragón que a Francia

Vega de Seoane explica que la economía catalana ronda los 200.000 millones de euros, de los cuales «unos 60.000 millones van al resto de España, otro tanto al resto del mundo, y el 40% es producto que se queda en Cataluña. Vende más a Aragón que a Francia, Cantabria tiene más importancia en su mercado que China; el resto de España es, con diferencia, el gran cliente de las empresas catalanas. Así que es lógico pensar que los empresarios catalanes están preocupados por esta situación».

Seoane es escéptico y claro, pero su frialdad hiere. Y más, si al otro lado, un independentista arrepentido, como Carulla, ha tomado el cáliz del hombre sin atributos, aquel adolescente silencioso de Musil, que bien podría ser un correlato de Joseph Roth cuando, el ver de cerca la independencia,  dijo «no quiero volver al bosque».

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