La CUP herida, hija espuria de Guy Debord, Joschka Fisher y Antonio Negri

¿Cuál es la línea filosófica de la CUP? Un cruce curioso entre la identidad de la Cataluña interior y el anhelo internacionalista

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La CUP ha logrado su propósito de desalojar a Artur Mas de la Generalitat. Pero ha quedado tocada. Hay heridas. Sus cabezas visibles han mantenido posiciones distintas, entre Antonio Baños y Ana Gabriel. Ahora deberán tomar decisiones.

Artur Mas quiso humillar en cierta forma a la CUP en su comparecencia en el Palau de la Generalitat, para anunciar que se retiraba. La formación anticapitalista admite «excesos» en sus críticas a Junts pel Sí, y así se fija por escrito en el acuerdo formalizado para investir este domingo a Carles Puigdemont. Dos de sus diez diputados deberán atarse a Junts pel Sí, aunque visto desde su óptica podrían ser «dos comisarios políticos» en las filas del adversario, como ha apuntado el antropólogo Manuel Delgado, y simpatizante de la CUP, en el programa Via Lliure de Rac1 de este domingo.

El caso es que la CUP deberá buscar su nuevo espacio. Hay muchos componentes para entender la naturaleza de esta fuerza política.

La sociedad espectáculo

En la CUP se mezclan la radicalidad identitaria con la vocación social de las vanguardias como proveedoras de una estética de combate. El grupo asambleario es un cruce curioso entre el toque Cataluña interior y el anhelo internacionalista, de sabor ligeramente situacionista.

Sea como sea, esta organización está muy lejos de la doctrina que fusionó arte y vida siguiendo el texto cenital de Guy Debord, La sociedad del espectáculo. El grito L’avangarde se rende pas (La vanguardia no se rinde) sería difícilmente aplicable a los defensores de la Idea que condicionan la fraternidad a la existencia de una nueva frontera.

El esfuerzo independentista es titánico (aunque imposible), dada la estructura férrea del ineficiente Estado Español. La capacidad represiva de sus aparatos centrales no reside exclusivamente en la ley sino en la mente cerril de los que moran en su interior, al calor del Presupuesto. Estos días de presunto descalabro indepe, hemos visto que CUP no tiene fuelle para aguantar el tipo.

Sus miembros olían la presión administrativa que se les venía encima si mantenían a Mas. Ellos sabían que era más fácil decirle que no a Mas que hacer frente a un Ubú Rey, pertrechado detrás de sus legiones y alimentado por la Brigada Aranzadi.

¿Con Mas a Canadá?

Si profundizaban en la declaración del 11 de noviembre en el Parlament, a los cupaires les podían llover expedientes y expulsiones ya que sus mejores cuadros son docentes y están vinculados a la función pública. En casa ya les dicen: «niño cuando lleguen los castigos de Madrid, tú te quedarás sin trabajo, mientras que Mas y sus amigos se irán a Canadá con Victor Grifols«. Finalmente han conseguido el objetivo. Mas se va, pero no está claro dónde se irá.

La CUP representa tácitamente a la Juventud, una categoría siempre difícil de definir pero que, sin duda, ha recibido lo peor de la crisis por parte de un Estado que ha optado por abandonar a los jóvenes y defender a los mayores, al revés de lo que ocurrió en Grecia. «No les hagamos ahora responsables, si finalmente no hay investidura», decía con razón el notario y humanista Juanjo López Burniol.

Los situacionistas Van Eigen, Constand y otros de sus viejos camaradas reconocerían ahora que combatir a la V República de Gaulle fue más fácil que desafiar ahora al Estado español. A ellos les salió gratis; a algunos les bastó con sumergirse de nuevo en la Sorbona y otros, como Debord, hasta su muerte en 1994, acabaron dedicándose al cine y la literatura de vanguardia.

Baños, el Cohn-Bendit identitario

Ellos podían abandonar, pero aquí, en España, país cainita por antonomasia, será más difícil refugiarse detrás del olvido. Antonio Baños, ex cabeza de lista de CUP y Cohn-Bendit identitario, quería dejar el acta de diputado para volver a escribir. Él no sabe que a Dani el Rojo se le cerraron las puertas del mundo. Tuvo que refugiarse en el movimiento sponti alemán y no volvió a ejercer de sabio hasta bien entrados los ochentas, con la aparición del diario Tageszeitung, su trinchera de opinión.

Fue precisamente en los primeros ochentas y en medio del llamado movimiento esponti, donde inició Joschka Fisher su carrera política en los Verdes, que habría de llevarle a convertirse, muchos años después, en ministro de Exteriores de Alemania y jefe de la diplomacia. Fisher es un ejemplo del europeísmo de la izquierda; una postura cabalgada a lomos de la socialdemocracia y dispuesta a mantener el euro.

El error de Julià de Jòdar

Fisher conoció de joven el muro de Berlín, estudió en la vieja Universidad Libre y perteneció al movimiento sponti (hijo del consejismo  de 1920) de raíz anarquista implantado en las comunas del barrio de Kreuztberg a pocos metros del Checkpoint Charlie, durante el fin de la Guerra fría. El  ex ministro es un ejemplo a la hora de romper con el legado de Merkel, pero la CUP no lo sigue porque simplemente quiere salirse del euro, aunque también ha renunciado a eso, como quiso recordar Artur Mas para paliar que había sido descabezado.

La complejidad de la izquierda no puede frenar el ascenso de los mejores. Los sueños no germinan en las asambleas; necesitan el humus del debate doctrinal, algo escasamente asumido por los cupaires que han sustituido el detournement (deriva) de las vanguardias letristas por el blanco y negro de independencia o muerte.

El mismo Julià de Jòdar comete un error de bulto al tratar de describir la clase media de los setentas, de donde proceden las escuelas ideológicas que la CUP oculta o desconoce. Utilizando de muleta el Locus de Antoni Gual, De Jodar  dice así: «En la Badalona de los sesenta y primeros setenta, teníamos una clase media soseras, que exhibía sus galas cada domingo en la Rambla y en la calle del Mar entre baloncesto, vermut y sardanas; también había poetas y sindicalistas conspiradores. Nuestra clase era, básicamente, de un orden parroquial».

Las clases medias

Pues, desde Badalona, Santa Coloma de Gramenet o desde Cassà de la Selva, pongamos por caso, salieron cientos, miles de jóvenes vanguardistas que se daban cita en el Barrio Latino para seguir el combate jusqu’ou bout. Lo hicieron con el mismo olímpico estilo mostrado por los eurocomunistas primerizos de Berlingüer.

La clase media de Pasturets y Folch i Torres había muerto mucho antes. Italia es el tercer lugar de anclaje tácito para el movimiento anticapitalista. La precariedad laboral, la desaparición de la clase obrera dentro de la sociedad posindustrial y la llegada masiva de inmigrantes siguen siendo los factores determinantes en la desaparición del siglo XX.

Zygmunt Bauman lo ha bautizado como «modernidad líquida» y un sociólogo como Ulrich Beck lo denomina sociedad «individualizada». Pero entonces, si la vieja división en clases antagónicas se está disolviendo, ¿qué nueva estructura social está ocupando su lugar para rellenar el hueco que deja vacío?

Antonio Negri, intelectual italiano famoso por apadrinar las luchas de Autonomía Obrera durante los llamados años de plomo, y al que se acusó de inducir al secuestro y asesinato del estadista Aldo Moro en 1978, ha transportado el fin de la sociedad hasta nuestros días.

La hora de la corresponsabilidad

¿Sabremos que piensan de todo esto Gabriela Serra, Anna Gabriel, Quim Arrufat y David Fernández?  Después de muchos años de purgatorio, Negri renació con aportaciones como Imperio (Paidós, 2002), Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio (Debate, 2004). Un enjambre que explica su modelo de posmodernidad; una estructura a mitad de camino entre la sociedad líquida de Bauman y la red inteligente de Manuel Castells.

Los magmas de red, estudiados por urbanistas y politólogos, inciden en este itinerario oscuro. No se le pide a la CUP una linterna mágica pero sí la conexión internacional de sus militantes, hoy aletargados en la lucha territorial y sumidos en la dispersión intelectual. Ahora deberán actuar, y ser corresponsables con los miembros de Junts pel Sí.

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