La importancia de llamarse Jordi Pujol (o Carulla)

Muchos personajes anónimos sufren por tener el mismo nombre que un famoso

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Hubo risas y hasta chanzas. ¿Cómo podía ser que Jordi Pujol se sentara en la mesa de los amigos del novio? Algunos conocían la respuesta y prefirieron seguir con la broma hasta que la verdad quedara desenmascarada. El Jordi Pujol que llegó y se sentó no era el presidente de la Generalitat, era Jordi Pujol Galofré -que no Soley-, un amigo de los novios. La importancia de llamarse como un famoso.

No es el primero que sufre la coincidencia. Hay muchos catalanes con el nombre de Jordi Pujol, aunque no todos –¡por suerte!- coincidieron en la boda de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin con el presidente de la Generalitat. A este Pujol en cuestión, un discreto viticultor catalán, le sucedió y la coincidencia regaló unas buenas risas a los amigos de la pareja.

Aunque la causalidad no es siempre motivo de diversión. Lo sufrió una joven de Nuevo México llamada Selena Gómez. Sin ningún aviso previo, Facebook canceló la cuenta de «nuestra» Selena por considerar que estaba suplantando la identidad de la famosa Selena Gómez, novia entonces de Justin Bieber para más inri.

Selena Miranda Gómez, así había registrado su página la joven, temerosa de que alguien pensara que quería hacerse con la identidad de la famosa actriz y cantante. Pero de nada sirvió. Porque la política de Facebook y el resto de redes sociales como Twitter o Instagram tienen directrices muy estrictas y ante cualquier duda cancelan una cuenta.

Más coincidencias

Aunque más allá de perder la identidad en internet, uno la puede perder incluso en la vida real. Un joven británico salió en los medios en 2009 para compartir con el mundo su vida «de miseria». Se llama Harry Potter (tal cual) y aseguró que la coincidencia «no tiene nada de mágica».

«Mi vida ha cambiado completamente desde que salieron los libros», declaró el joven al Daily Mail, «ya no puedo llevar una vida normal».

Lo que puede parecer gracioso se puede convertir en una trampa para algunos. Hace unas semanas, este periódico publicaba un retrato de la familia de Artur Carulla, presidente de Agrolimen, y daba cuenta de sus hijos. Entre la descendencia del magnate catalán está Josep Carulla Mas. Nada especial si no fuera porque otro Josep Carulla Mas es un empresario catalán que ha estado vinculado a la empresa Teyco hasta hace unos meses. Teyco, la raíz de las últimas detenciones por presunta financiación ilegal de Convergència Democràtica de Catalunya. ¿Quién puede pensar que ese Carulla Mas no es el hijo del Carulla de Agrolimen? ¡Si las familias catalanas están todas relacionadas entre ellas!, lo dijo claro Fèlix Millet. Son 300 nombres. Nada más. Pero, en este caso, no era así, y aquel Carulla Mas, con intereses en una filial de Teyco, no era el hijo de Artur Carulla. 

Suma y sigue

Y entre esos nombres está el de Josep Vilarasau, ex presidente de La Caixa. El financiero tiene un apellido poco común que, sin embargo, compartía con la actriz Emma Vilarasau. Fueron muchas las veces que la artista tuvo que justificarse y contar que no, que no estaba emparentada con el banquero.

Los periodistas se encuentran a veces con situaciones complejas. Como sucedió hace unas pocas semanas, cuando el prelado polaco Krzystof Charamsa salió del armario en El Vaticano y lo hizo acompañado de su novio, Eduard Planas.

Este barcelonés apareció en todos los medios de comunicación como la pareja del cura gay. Y muchos consultaron a google. Allí aparecía un tal Eduard Planas, funcionario de la Generalitat. Docente. Y así se contó en la prensa: el novio del cura es profesor. Hasta que alguien decidió investigar algo más y la casualidad volvió a hacer presencia. «Sólo puedo decir que hay más de un Eduard Planas y que el novio de Charamsa no es profesor», declaraba un amigo de la pareja.

Lo decíamos: la importancia de llamarse como un famoso, o la importancia de llamarse Ernesto, aquell juego de palabras que utilizó Oscar Wilde para una de sus mejores obras. 

Economía Digital

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