¿Por qué no unas terceras elecciones?

El PP tendrá que volver a pasar por las urnas para poder parasitar a su víctima en los próximos comicios, Ciudadanos

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

España parece encaminada a unas terceras elecciones. Después del fracaso de esta semana de Mariano Rajoy en su intento de ser investido presidente, el 31 de octubre concluirá el plazo que marca la ley para que los políticos se pongan de acuerdo y formen gobierno, si es que finalmente alguien lo consigue. Si para esa fecha no hay un nuevo ejecutivo, las elecciones quedarán convocadas de forma automática para el día de Navidad, aunque entonces sí se pondrán de acuerdo en propiciar que se convoquen en otra fecha. 

España parece encaminada a unas terceras elecciones y a mí, francamente, no me parece mal. No sé por qué asusta tanto que la «gente», esa «gente» que invocan todos los políticos cuando se suben al atril parlamentario o en los mítines, resuelva lo que ellos no saben resolver. Votar es un acto democrático que no cuesta nada. Lo único que se le pide a la «gente» es que se desplace de su casa al colegio electoral que seguramente estará a la vuelta de la esquina. No entiendo a los que, abrumados por la falta de acuerdo, se rasgan las vestiduras e incluso piden que la «gente» se abstenga ante esas hipotéticas terceras elecciones. Eso sí que es preconstitucional.

El sistema electoral español nacido en la Transición estuvo pensado para dar cabida a las minorías nacionales porque entonces se creía, posiblemente por la mala consciencia franquista, que se debía primar a los partidos nacionalista vascos y catalanes, los únicos que desde el moderantismo lucharon contra la dictadura. Decía Óscar Alzaga, uno de los padres del propio sistema, que éste «es infinitamente más original de lo que parece a primera vista, y es bastante maquiavélico».  Y eso ¿por qué?

Vaya por delante que no es verdad que los partidos nacionalistas estén sobrerrepresentados en el Congreso. La prueba está en la proporción equitativa existente entre el tanto por ciento de votos obtenidos a nivel estatal por esos partidos y su peso en el parlamento. Por ejemplo, el PNV obtuvo el 1,2% de los votos de toda España, mientras que en el Congreso tiene 5 diputados, lo que quiere decir el 1,6%. Otra cosa es que el sistema que se eligió en la Transición estuviese pensado, precisamente, para defender ese espacio específico reservado a las nacionalidades. Ese fue otro de los pactos de la «sacrosanta» Transición, cuyo derrumbamiento empezó en la sala del Tribunal Constitucional cuando se cargó el Estatuto de Autonomía catalán.

¡Canarias, sí; vascos, no!

Llevamos algún tiempo oyendo el lamento de los dirigentes de C’s por las consecuencias de esa «anomalía». Mejor dicho, del mismo modo que C’s nació en Cataluña como un partido nacionalista español para combatir al catalanismo, al día siguiente del 26-J, Albert Rivera recordó cuál era su misión en el nuevo escenario capitalino: «No queremos que la gobernabilidad de España vuelva a pasar por el PNV; que no vuelva a depender de quienes quieren la desigualdad». Para reivindicarse liberal, el líder del partido naranja no sabe qué significa autogobierno, que es lo que explica, por ejemplo, que el voto 170 favorable a la investidura de Rajoy fuese el de la diputada nacionalista canaria Ana Oramas. ¡Canarias, sí; vascos, no!

El acuerdo entre PP y Coalición Canaria (CC) se basa en la defensa de la ultraperificidad de Canarias y el Régimen Económico y Fiscal (REF) en caso de modificación de la Constitución, lo que conlleva bastantes privilegios y «desigualdades», por seguirle la corriente a Rivera. El acuerdo también contempla aprobar con carácter inmediato los aspectos económicos del citado REF y la tramitación urgente del Estatuto de Autonomía de Canarias; al tiempo que, en tanto que se aprueba el nuevo sistema de financiación autonómica, no se resten a Canarias los ingresos fiscales contemplados en el REF; la recuperación de los convenios Canarias-Estado; la reactivación de los planes de empleo específicos para el Archipiélago mientras Canarias no tenga los índices de paro estatales o, finalmente, el acuerdo específico de que no se tocarán ni las competencias ni el presupuesto de los Cabildos, algo parecido a las Diputaciones.

¿Por qué C’s traga con las exigencias de CC mientras condena los posible pactos con PNV y ya no digamos con ERC o PDC? La respuesta está muy clara: aun siendo ultraperiféricos, según propia definición, los nacionalistas canarios no reclaman ni el derecho a decidir ni pretenden hablar otro idioma distinto al español, seña de identidad de la españolidad. Eso sí que es pecado mortal para los nacionalistas españoles. Y es que como escribió Julio Camba en un artículo publicado el 24 de julio de 1917 en ABC: «A todos los españoles suele indignarnos mucho el que los catalanes hablen catalán. Hay algo, sin embargo, que nos indigna más todavía, y es el que hablen castellano. […] Porque transigimos con el acento inglés y con el acento francés, y hasta con el acento prusiano, antes que transigir con el acento catalán». 99 años después, esa intransigencia se mantiene viva cuando PP y C’s pactan cargarse el modelo de inmersión lingüística del sistema educativo catalán.

Votar Rajoy es votar jacobinismo

Tengan ustedes por seguro que vamos a ir a unas terceras elecciones, si es que el PSOE no cambia de opinión. El deseo de algunos de que después de las elecciones vascas el PNV se muestre más flexible y se sume al pacto PP-C’s, no me parece factible por esa intransigencia españolista de C’s. Votar a Rajoy es votar el modelo centralista y jacobino de C’s que incluye una reforma del sistema electoral que pretende eliminar al PNV, entre otros grupos nacionalistas. Ese posible pacto entre PP, C’s y PNV requería, por añadidura, pactar con el otro diputado nacionalista canario, Pedro Quevedo, cuyo partido, Nueva Canarias, se presentó junto al PSOE pero que está integrado en el grupo mixto. Y ese pacto no podría salirles gratis.  ¡Vaya drama para los nacionalistas españoles!

Digan lo que digan, me parece que el PP ya tiene asumido que tendrá que volver a pasar por las urnas para poder parasitar a su víctima en los próximos comicios, que no es otra que el partido de Albert Rivera, cual partido sanguijuela se tratara. Lo demás es ya accesorio. España parece encaminada a unas terceras elecciones y eso puede que sea la única solución para que el frente nacional español entienda que no van a tener Gobierno en España mientras menosprecien a los partidos nacionales vascos y catalanes.

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp