Los 110 años de La Venta

Uno de los pocos restaurantes históricos y clásicos de Barcelona que consiguen superar el centenario

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La Venta es un restaurante situado en la falda del Tibidabo que ha hecho las delicias de varias generaciones de barceloneses. Abrió sus puertas en 1904 con el nombre de La Viña y, tras unos cuantos años de actividad, decayó hasta cerrar. En 1975, Paco Bosch y Fernando Amat lo reabrieron con el nombre de La Venta y se convirtió en el refugio de la gente bien de la ciudad y de lo que entonces se llamó la gauche divine. Fue una etapa de muchos éxitos, pero que finalmente también languideció.

Hace dos años el empresario Lluís Vinyes se hizo cargo del local y contrató al gastrónomo Josep Vilella como director, iniciando así una nueva etapa muy continuista, tanto en lo que se refiere a la plantilla, que prácticamente no ha variado como en el clasicismo de la cocina catalana, que se mantiene.

La mejor cocina

Estos días de finales del 2014 La Venta ha celebra su 110 aniversario con un menú conmemorativo centrado en los platos de la mejor cocina barcelonesa de aquella época. Platos que por la difícil factura de la mayoría de ellos no son trasladables a una carta de restaurante de nuestros días.

Vilella organizó la fiesta de aniversario en torno a cinco especialidades de chuparse los dedos, cinco novedades de 1904 que llegaron para quedarse.

Para quitarse el sombrero

La primera de ellas, los canelones que trajeron a Barcelona los cocineros italianos que hacían la cocina francesa –gran empapadora de todas las tradiciones culinarias— de Chez Justin o la Maison Dorée, dos grandes locales de la época en Barcelona. Una sola pieza que cruzaba el plato, con una bechamel suavísima. Sabía a poco.

De segundo, el arroz Parellada. Es una especialidad nacida en el Suís de la plaza Reial y producto de la comodidad del abogado Juli Maria Parellada, que a partir de un momento dado decidió que prefería la paella cómodamente servida, sin caparazones ni valvas: sólo arroz y chicha.

Más Francia

La tercera receta llegada de Francia, el rape a la Orly, no es ni más ni menos que el pescado blanco rebozado. En este caso, Vilella lo sirvió acompañado de una salsa nantua que integraba manteca de cangrejo de río.

El buey “en croute” o al estilo Wellington –otra especialidad francesa importada del Reino Unido– era magnífico. Es una lástima que este delicado plato se haya caído de las cartas de los restaurantes de Cataluña; prácticamente nadie lo cultiva.

Un gran helado

Y de postre, La Venta sirvió el biscuit glacé, receta del gran cocinero Ignasi Domènech, un helado muy popular en los locales de lujo de Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX.

Una gran experiencia gastronómica, un viaje a la época dorada de la historia de la ciudad en la que la influencia francesa e italiana dejó una huella imborrable.

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