MWC 2019: Abrir muchas pestañas en el navegador (y no ver nada)

El Mobile World Congress exige profesionalidad en el "multitasking": pasan tantas cosas a la vez que se corre el riesgo de no disfrutar ninguna

Visitantes en uno de los pasillos del Mobile World Congress (MWC) Barcelona 2019 | Foto: EFE/EF/Archivo

Visitantes en uno de los pasillos del Mobile World Congress (MWC) Barcelona 2019 | Foto: EFE/EF/Archivo

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Después de cinco minutos en el Mobile World Congress (MWC), estos son algunos de los conceptos que quedan flotando en el cerebro: 5G, internet de las cosas, la nube, producción automatizada, realidad virtual a 360º, negocios conectados, inteligencia artificial, hogares inteligentes, ecosistemas smart, información, fibra óptica, agenda digital, fintech, soporte técnico de apps y redes…

Desde luego, en el MWC 2019 no hay escasez de innovación ni faltan los incentivos a la imaginación. El futuro que dibuja la feria tecnológica se vislumbra tan lleno de posibilidades como la avalancha informativa que nos abraza en internet cada día. Pero una cosa es ver el alud a través de una pantalla y otra es tenerlo delante, luchando a más no poder por captar nuestra atención.

De la misma forma que cuando se abren muchas pestañas en el navegador web, caminar por el congreso de móviles que se iza anualmente en la Fira Gran Via de Barcelona es experimentar en carne viva la impotencia que provocan el exceso de información, la falta de tiempo y la relativamente baja capacidad de algunos cerebros (como el de quien escribe) de asimilarlo y digerirlo todo a la vez.

Y es que el hábito de abrir muchas pestañas en Chrome o Firefox (o en cualquier navegador moderno) tiene sus virtudes, pero también un gran defecto: muchas veces terminamos no viendo nada después de querer ver mucho. También pasa que cuando queremos ver y cerrar pestañas para poner orden, los mismos links nos llevan a otros links que también nos parecen fascinantes, y entramos en el infame bucle de pestañas.

Así es, a grandes rasgos, la experiencia del Mobile. Menos mal que la feria dura cuatro días y que ya habrá tiempo para ordenar y priorizar los intereses. Pero a primera entrada se siente como el acercamiento presencial más metafórico de nuestra existencia digital, y suscita una cierta envidia a las máquinas, que en años recientes se han avezado mucho más que nosotros a eso que llaman «multitasking».

Un asistente mira su móvil en el Mobile World Congress. Foto: EFE/EF
Un asistente mira su móvil en el Mobile World Congress. Foto: EFE/EF

Aeropuerto internacional del Mobile World Congress

Nada más llegar a la zona de L’Hospitalet de Llobregat en la que se extiende la feria de Barcelona y el ambiente se torna aeroportuario. Miles de asistentes visitan el MWC armados de maletas ejecutivas, y algunos incluso van con las maletas que en el avión habría que facturar por exceder el tamaño de la cabina. Además, el inglés, no el catalán o el castellano, es la lengua oficial en esta parte efímera de la ciudad condal.

Si la capital catalana ya es un núcleo turístico en el que convergen cientos de culturas diariamente, el MWC lleva esa realidad a un nivel superior: el grueso de los asistentes no son de aquí, y tampoco es que la mayoría de los empleados de las empresas que exponen sus productos en la feria entiendan español. Como buen congreso internacional, el Mobile es una realidad aparte en todo sentido.

Todo esto se mezcla, también, con un clásico de Barcelona: el maratón de fotos por minuto. Cada paso que se da en el MWC es una amenaza latente para alguna foto grupal o para una selfie, así que cuidado. Como tampoco podía ser de otra manera, la adicción al móvil en el congreso es exorbitante; un simple vistazo al panorama muestra a una mayoría de humanos perdidos por completo en sus pantallas.

Es difícil saber cuántos asistentes lo son por curiosidad o interés, y cuántos van por motivos profesionales. El negocio es imperturbable en el Mobile, desde quienes llenan su agenda de reuniones estratégicas hasta los bocatas con refresco de 15 euros. Es recomendable llevar equipaje ligero (excepto para quienes necesitan llevar maletas), porque todas las empresas querrán regalar algo a quien se ponga frente a sus carpas.

Afuera de la Fira, la flexibilidad de la economía también se hace notar: los comercios cercanos pagan a empleados para que sujeten rótulos publicitarios todo el día, y dos señoritas entregan a los extranjeros tarjetas invitándoles a un «afterwork lleno de placer» para cuando la jornada acabe. «Yo creo que esos son guiris, vamos a por ellos», le dijo una a la otra mientras señalaba a un grupo de ingleses. Se fueron corriendo.

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