Antonio Lucas: el escritor que embarcó polizón y desembarcó como un marinero

'Buena mar', publicada por Alfaguara, es la primera novela del poeta y periodista Antonio Lucas, quien pasó tres semanas a bordo de un barco de arrastre en el caladero del Atlántico Norte

Antonio Lucas, ya más tranquilo en Madrid. Foto José Aymá

El nombre de Antonio Lucas (Madrid, 1975), además de asociarse a los versos y el periódico El Mundo, abre puertas. Como las del histórico café Varela, hoy dentro de un hotel, en la céntrica calle madrileña de Preciados, donde tiene lugar esta entrevista mañanera a la que el entrevistado acude puntual y elegante. Le falta un sombrero para cuidar su indumentaria casi tanto como Gay Talese.

Sitios como el café Varela son el contexto en el que uno se imagina al poeta y periodista Antonio Lucas, no a bordo de un barco de arrastre entre el paralelo 48 y 54 del Atlántico Norte. Un mar que él mismo describe como negro e infame, donde el tiempo es malo o peor. Un caladero tan rico en pesca como feroz.

Un homenaje por novela

Quería escribir y honrar a la gente que faena y muere en ese caladero que se conoce como Gran Sol, y allá que se fue, con una maleta que parecía un alijo, como cuenta Mauro, el narrador averiado, como el resto de los personajes de la novela Buena mar (Alfaguara) que no es Antonio Lucas, pero que tiene sus hechuras.

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Una novela en la que se narran dos naufragios. Uno mar adentro y otro en tierra. También es un viaje hacia adentro y hacia afuera, quizá una huida de la que no se puede escapar. A la deriva es un estado mental, por eso ni la distancia ni el mar son la solución.

‘Buena mar’ es un viaje hacia adentro y hacia afuera, quizá una huida de la que no se puede escapar

Desde tierra firme la mayoría de nosotros disfrutamos un mar de orilla, de pantalanes y acantilados. “Pero eso no es todo el mar”, dice Lucas.

En cubierta el periodista vio que aquella imagen romántica se transformó y empezó a ver un mar que aplasta la poesía, a los héroes. Un mar que lo que tiene es una enorme mitología, una mitología que no quiere adornos. No necesita florituras para ser entendido.

En alta mar hay que aprender, por lo menos, a estar de pie. Foto Wikipedia

El disfraz del polizón

El periodista convertido en polizón cuenta que cuando te adentras en el mar entiendes la brutal capacidad que tiene para arrasarlo todo: desde un barco poderoso al ánimo mejor apuntalado.

El mar de Gran Sol, que es el que más conoce ahora, dice que también es un reto de resistencia mental. Un reto en el que se enfrascó por un amigo hijo de pescador y periodista, Manuel Villanueva, a quien su hermano Agustín murió la primera vez que salió a faenar a Gran Sol.

Una vez le contó su amigo ese trágico episodio de su vida, a Lucas se le activaron antiguas lecturas de joven sobre Gran Sol de Jack London, Conrad, Melville, Stevenson y Gran Sol de Ignacio Aldecoa, y se propone ir a ese caladero del Atlántico Norte para hacer unos reportajes para el periódico El Mundo.

A la mar sin saber adónde se va

La producción para realizar este viaje le llevó siete meses, le avisaron que podía enrolarse en un barco con apenas una semana de antelación. Durante ese tiempo habló con Manuel Rivas y Alejandro Gándara para que le contaran que le esperaba una vez a bordo.

“Tenía tanta ansiedad por cumplir con ese viaje que no tuve la precaución de prepararme para la aventura”.

Antonio Lucas

“Me contaron lo jodido que era”, cuenta Lucas. Hasta ese momento su relación con el mar era la de casi todo el mundo y su experiencia náutica se reducía a haber montado en lancha neumática dos veces. “Tenía tanta ansiedad por cumplir con ese viaje que no tuve la precaución de prepararme para la aventura”, recuerda.

Lucas pasó tres semanas en un barco de pesca en alta mar. Foto José Aymá

La épica es cosa de los de tierra

Los marineros con los que compartió algo más que cubierta tampoco tuvieron tiempo para asimilar la presencia de una persona de tierra a bordo de su barco.

Cierta suspicacia es lo que Lucas despertó entre unos marineros que se preguntaban por qué aquel tipo estaba en su barco.

El escritor cuenta que les asombró que alguien se interesase por su vida y que encima fuera contarlo en unos reportajes y en un libro, sin fotos, que es lo que más les fastidió.

 Entienden que sin imágenes su historia pierde fuerza. No creen que su penosa vida de para tanto.

Sin embargo, el autor explica que da mucho para tanto porque el caudal humano que hay en esas vidas no es tan fácil de encontrar en una gran ciudad en donde vamos a toda prisa, donde todo es más epidérmico.

Su relación con el tiempo es muy diferente a la nuestra y eso genera concepciones del mundo muy distintas. “En Gran Sol lo que ocurre es privado, no hay testigos. No hay cámaras, drones, ni carreteras, sólo la certeza de que nadie mira lo que se hace”, dice Lucas.

Décadas en alta mar

Cuenta el periodista que al principio lo que quería contar era cómo es la vida de unos marineros que pescan en el caladero de Gran Sol. Unos tipos que hablan sobre sí mismos sin ningún exhibicionismo y que del mar están hartos.

A bordo la vida es muy diferente. Foto O Roxo – Flickr

Lucas dice que hay que tener en presente que muchos de ellos llevan veinte años de vida adentro de esos mares, en Gran Sol y en otros caladeros, en otras latitudes, donde las campañas pueden durar hasta diez meses.

Su relación y vínculo con el mar no es la de un veraneante. No es la de un espectador, es la de alguien que lo sufre y lo padece. El mar les exige estar siempre alerta, hace que sus vidas sean tempestuosas y les forja su carácter.  

La cubierta de un barco no es un escritorio

Los reportajes los escribe de regreso a Madrid, en cubierta no pudo hacer nada, salvo respirar poco y mantenerse de pie más mal que bien. “No tenía cuerpo para tomar notas ni escribir nada”, cuenta.

Lucas recuerda que dos olas pequeñas juntas en alta mar es un tobogán infernal. Al principio lo que le preocupaba era más mantenerse de pie que respirar. Cuando aprendió a estar de pie el olfato se convirtió en otro sentido que cogió su propia plenitud. Recuerda que los olores del barco son inmensos, poderosos, se incrustan en uno y son muchos a la vez que no tienes asimilados. Una mezcla de pescado, gasolina, humedad, cerrado que se convierte en una agresión.

Al principio lo que le preocupaba a Lucas era más mantenerse de pie que respirar

“Te arrasa el ánimo y el apetito e incluso las pocas horas de sueño. Es como si el olfato se convirtiera en la quilla de tus días a bordo y te apresa y amordaza. No me acostumbré ni a respirar ni a ese olor, lo toleré”, cuenta antes de beber un poco del té que se ha pedido.

Los hombres de alta mar forman una cofradia aparte. Foto Ard Hesselkin – Flickr

La condición humana

Al publicar los reportajes se dio cuenta que aquella navegación le había marcado mucho. La relación con la tripulación, según sus palabras gente de biografía insólita y algunos destartalada, pero de una autenticidad espléndida, el territorio líquido en el que había estado y que le faltaba contar todo lo demás, la condición emocional, “eso que uno vive y que el periodismo no me permite plasmar porque se desvirtúa la historia”, cuenta.

Entonces se puso a escribir sin tener muy claro hacia dónde se dirigía. Explica el autor que el libro Buena mar fue tomando cuerpo y que tiene mucho más que ver con la aventura propiamente dicha que con lo que supone para una persona emocionalmente participar de esa experiencia, de esa aventura en el mar.

Los reportajes los cuenta un testigo, el libro es literatura, lo nuevo, lo que al autor le evocó aquella navegación, marea en Gran Sol. La novela no son los reportajes, a lo sumo hay tres detalles de los mismos en el libro. Emociones que da voz un narrador que se le puede parecer al autor, narrador que el autor dice que incluso es más valiente que él mismo.

Embarcó una persona y desembarcó otra perspectiva

Cuenta Lucas que el mar de Gran Sol no es el Atlántico ni de Canarias ni de las Azores ni de Galicia. El mar de Gran Sol es el Atlántico Norte, lo que le impone un marchamo de vitola mítica. Todo eso para la literatura es estupendo. “Buena mar es el atlas de esos hombres, ceñido en once marineros, que uno ve al principio como un exotismo, después como material literario y, al final, como unos hermanos”, dice el autor de esta novela de título anhelado.  

En el momento de desembarcar la perspectiva del mar de Antonio Lucas, la de su infancia, juventud y madurez y la de los marineros fue otra.

“No hay metáfora que resista un golpe de mar en Gran Sol. No hay verso que soporte una noche de tempestad en aquel caladero. No hay poema que pueda descifrar el enorme enigma y terror que desata el Gran Sol”, explica el autor antes de confesar que su Buena mar es un homenaje a aquella tripulación que lo acogió durante tres semanas como uno más y que durante aquellos días los consideró su familia protectora.

Familia que ya tienen en sus manos la Buena mar del poeta, periodista y polizón Antonio Lucas.

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