El Comandante mandó parar
Solo sé de un lugar en el mundo donde una placa recuerda el escenario de una entrevista periodística. Se encuentra en plena Sierra Maestra, rodeada de selva. Allí es donde Herbert L. Matthews comenzó a construir en el New York Times la leyenda de uno de los personajes más complejos, influyentes y polémicos del último siglo: Fidel Alejandro Castro Ruz.
Con su muerte, esa leyenda asciende a la categoría de mito, a la espera del veredicto que el propio Castro ya adelantó en 1953: «la Historia me absolverá», dijo en el juicio por el asalto al Cuartel de Moncada, episodio germinal de su épica revolucionaria.
Castro es (no sabemos hasta cuándo seguirá vigente el presente de indicativo) una de esas escasas figuras cuya envergadura requiere un solo vocablo para expresar su significación. Como Stalin o Franco para unos; Mandela o Gandhi para otros.
Su peso en la geopolítica hemisférica durante seis décadas ha estado fuera de toda proporción con el de una isla del tamaño de Bulgaria y la población de Bolivia. Y su influencia sobre varias generaciones de políticos en todo mundo ha sido todavía mayor. Héroe o villano, la figura de Castro inspira o indigna: es para unos un semidiós tan merecedor como Bolívar del título de Libertador o, para otros, el epítome del tirano valleinclanesco que personificaron Trujillo y Batista.
Castro es polifacético y multidimensional. El parámetro que multiplica todos sus rasgos es el tiempo. Hasta su retiro formal como Presidente del Consejo de Ministros en 2008 sólo le superaba en permanencia como jefe de Estado Isabel II de Inglaterra. Desde que conquistó el poder en 1959 vio desfilar a nueve inquilinos por la Casa Blanca y a siete premiers por el Kremlin, anteriores y posteriores a la caída de la Unión Soviética
Precisamente la URSS, la Guerra Fría, el comunismo y las 90 millas náuticas que separan La Habana de Cayo Hueso (Florida) determinaron desde sus inicios que el castrismo fuera una categoría política tan mestiza como la misma Cuba y tan cambiante como los acontecimientos del último medio siglo.
En febrero de 1957, el régimen de Fulgencio Batista había proclamado la muerte de Castro y la derrota de sus ‘barbudos’. La entrevista con Matthews no solo desacreditó al dictador sino que generó un apoyo interno y una notoriedad internacional sin la que la revolución hubiera fracasado. El aura de ‘freedom fighter’ (luchador por la libertad) que el New York Times creó en ese reportaje y en los que siguieron, fue decisiva para que Estados Unidos abjurara de Batista permitiendo la victoria de la revolución dos años más tarde.
Pero en 1962 Castro proclamó «soy marxista-leninista». Ese mismo año el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear durante los célebres trece días de octubre, a cuenta de los misiles soviéticos instalados en Cuba apuntados hacia Estados Unidos.
Mientras se dirime la sentencia de la Historia, Castro –personaje y mito— provoca sentimientos encontrados y apasionados. Los que se concretaron en un serial de atentados fallidos (algunos patéticamente cómicos), o en una fascinación que trasciende fronteras, generaciones e ideologías. ¿Cómo explicar si no la ‘extraña pareja’ que formó con Manuel Fraga durante el nostálgico viaje a Galicia del Comandante en 1992?
Fidel Castro fue un hombre de inusual inteligencia, intuición, empatía y magnetismo personal. «Pero sobre todo poseía una confianza sin límites en sí mismo». Esto me lo relataba hace 30 años alguien que fue amiga, compañera en la facultad de Derecho y miembro de la misma clase acomodada a la que pertenecía el hijo del gallego Ángel Castro Argiz. La conversación, sin embargo, tenía lugar en Miami, en el exilio que fue la suerte de centenares de miles de cubanos, entre ellos personas del entorno más cercano de Castro como su hija Alina o su primera mujer Mirta.
Esos atributos, cultivados y dotados del rigor por los jesuitas, conformaron el Castro carismático, camaleónico y políticamente puro que no ha necesitado morir para recibir el certificado de histórico. Sus vertientes no sólo son múltiples sino contrapuestas. Salvo quienes en cada extremo del arco le odian sin arreglo o le veneran sin reproche, cualquiera que examine su trayectoria, irremisiblemente se ve obligado a introducir un «pero» adversativo en valoración.
Liberó a Cuba de una sumisión neocolonial a EE.UU. y de ser un enorme combinado de casino y prostíbulo controlado por la mafia…pero décadas después jóvenes jineteras se venden a viejos y ricos extranjeros alojados en resorts a los que los cubanos no pueden acceder.
Repelió la invasión contrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos, financiada y dirigida por la CIA, que le permitió proclamarse como «el primero en derrotar al Imperialismo Americano» e inspirar a toda una generación de revolucionarios… pero los únicos restos que quedan de esa doctrina son Venezuela y Nicaragua, paradigmas hoy de corrupción y autoritarismo ejercidos en nombre de la revolución.
Se alineó con la Unión Soviética jugando un papel de vanguardia en la Guerra Fría… pero nunca se sabrá si la historia no hubiera sido diferente si el anticomunismo del complejo industrial militar americano (que denunció el mismo presidente Eisenhower) no le hubiera arrojado en la práctica a los brazos de Moscú.
Pese a la ingente ayuda económica de la URSS y la posterior de la Venezuela chavista la rigidez de la economía planificada han llevado a que Cuba deba importar más del 80% de los alimentos que consume… pero el turismo es desde finales de los años 90 el primer generador de divisas para la isla.
Castro mandó fusilar a millares de ‘contrarrevolucionarios’, encarcelar a incontables opositores, perseguir a homosexuales, reprimir la religión y las libertades elementales… pero el Índice de Desarrollo Humano de Cuba supera al de Portugal, Polonia, Chile, Argentina o Andorra gracias a sus sistemas de salud y educación.
Cuba, como consecuencia del régimen que Castro logró perpetuar a lo largo de su vida—es una contradicción dinámica y permanente. Un cruce entre el realismo mágico que García Márquez ejercía regularmente en la isla y una adaptación local del realismo socialista.
¿Es posible el castrismo sin Castro? Su sucesor y albacea, Raúl, ha anunciado que dejará la presidencia en 2018. Varios miembros de la nomenklatura cubana maniobran ya cara a esa eventualidad. Pero la realidad conspira contra ellos.
Los cubanos son industriosos, activos y educados. Los últimos 60 años de comunismo tropical no han anulado los atributos que hicieron de la isla el mayor exponente de desarrollo económico y cultural entre las colonias españolas y, tras la independencia, la república más moderna de Latinoamérica.
A diferencia de China, desaparecido el Comandante, la necesidad de restablecer las libertades políticas para aprovechar el potencial económico de Cuba e impulsar su desarrollo social se hará –pronto— imperiosa.
Es hora de que, con su desaparición, el Comandante mande parar.