El valor de la certidumbre perdida

Felipe VI pisa un terreno pantanoso lleno de incertidumbre: el Sánchez que pactó con él no es el Rubalcaba que pactó con Rajoy la abdicación de su padre

Estos días, en los que los rebrotes de coronavirus afloran por todas partes, además de la salud lo que se ha quebrado es la certeza de la recuperación económica. Durante el confinamiento se auguraba una salida de casa en tromba, ganas de consumir, de volver a vida normal, la recuperación en forma de V. Ilusos, fuimos unos ilusos.

A medida que el virus se ha colado por todas las rendijas de nuestra vida la economía se ha ido gripando y la garantía de rápida recuperación se ha convertido en la mayor de las incertidumbres. ¿Habrá clase en septiembre? ¿Volveremos a la oficina? ¿Cuándo las líneas áreas operarán con normalidad? Y así hasta el infinito.

Nada es peor para la economía, que es lo mismo que nuestras vidas, que la falta de certezas sobre cuándo valdrá la pena invertir, en qué punto podremos poner en marcha los proyectos aparcados. Sin garantías solo hay la sombra gris de la regresión que da pie a la decadencia.

Al igual que en la economía, las sociedades y, en consecuencia, los países necesitan certezas. En Cataluña, parte fundamental —aunque cada vez menos— de España, hace tiempo que la única certeza que tenemos es que no somos normales, como afirma Albert Soler en su libro Estàvem cansats de viure bé. La certeza en Cataluña es que hemos apostado por la autodestrucción; que el futuro no será lo que un día pensamos que sería.

En el resto de España la certeza de la auto impuesta decadencia económica y social catalana se ha afrontado de dos formas distintas: algunos buscando la substitución del papel tractor que tuvo Cataluña, y otros adaptándose y confundiéndose con los padres de la decadencia.

Todo es susceptible de empeorar. Para decenas de miles de catalanes, todos aquellos que en 2017 desplazaron sus ahorros a oficinas bancarias fuera de Cataluña y los miles que cambiaron la sede de su empresa, el resto de España suponía certeza, seguridad jurídica, amparo.

La arquitectura institucional siempre es perfeccionable pero debe ser estable y previsible

Luego llegó el Gobierno de coalición, que no la victoria, que dio pie a que Podemos, además de las moquetas caraqueñas y habaneras, pisara las monclovitas, y esas certidumbres se truncaron. Pablo Iglesias, Alberto Garzón e Irene Montero, lo ponían todo en cuestión, excepto su auto otorgado derecho a cuestionarlo todo.

Nunca una pseudonoble hizo tanto favor ni fue tan bien aprovechada por los promotores de la incertidumbre. SM el Rey Felipe pisa un terreno pantanoso lleno de incertidumbre. El Pedro Sánchez que pactó con él lo que fuera no es el Alfredo Pérez Rubalcaba que pactó con Mariano Rajoy la abdicación de su padre. Rubalcaba había uno, Sánchez hay muchos: un día pacta con Bildu, al siguiente con Cs y luego vuelve a brazos de ERC pasando por el whatsapp de Edmundo Bal.

El mismo Sánchez que da certezas a Felipe VI da alas a la posición antimonárquica del PSC en Cataluña. El Sánchez de Estado, que afirma apoyar a la Corona, es el que contribuyó a crear esta cortina de humo porque le convenía para que las críticas a la gestión de su gobierno amainaran.

La incertidumbre es propia de sociedades levantiscas e iracundas con tendencia a la polarización. ¿Qué diría la —tan remilgada y sometida a la dictadura de la políticamente correcto— izquierda española si en nuestra familia real hubiera un personaje como el Príncipe Andrés metido en un lío como el de Jeffrey Epstein? ¿Cuál seria la posición de la izquierda de nuestro país si nuestra reina en lugar de ser hija de una sindicalista lo fuera de una hija de alguien próximo al dictador argentino Jorge Rafael Videla como lo fue el padre de la reina holandesa?

La arquitectura institucional siempre es perfeccionable pero debe ser estable y previsible. Los primeros ministros laboristas británicos Harold Wilson y Tony Blair fueron clave en el sostenimiento de la monarquía británica en momentos graves para los Windsor como la catástrofe de Aberfan en 1966 o la muerte de Diana de Gales en 1997. Gordon Brown, otro primer ministro laborista, fue decisivo para evitar la secesión de “su” Escocia frente a la frivolidad de David Cameron.

Sánchez, para desazón de Felipe VI y del resto de españoles, no tiene nada de Wilson, ni de Blair ni mucho menos de Brown. Esa es, lamentablemente, una de las pocas certezas que podemos tener en tiempos de tanta incertidumbre, que nos llevará al fin, y a no mucho tardar, a la garantía de la crisis múltiple: social, económica, institucional.

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