‘L’audace’, Pedro Sánchez; ‘toujours l’audace’

Los nuevos políticos surgidos del 15M supieron aplicar bien el marketing moderno a las necesidades no satisfechas de una ciudadanía castigada por la crisis y abandonada por la política convencional. La audacia de unos pocos hizo realidad el fenómeno Podemos en 2014. Solo era cuestión de tiempo que alguien la aplicara a la vieja política, a las maquinarias del denostado bipartidismo. Y resulta que ha sido Pedro Sánchez

El secretario general socialista sabe que su futuro político solo es posible si recupera el poder para el PSOE. Cualquier otro resultado significará su muerte política como castigo y ejemplo por la osadía de saltarse el tradicional juego de trueques y componendas con que se hacen las listas, fuente esencial de poder del aparato de cualquier partido.

Al incluir a la ex de UPyD Irene Lozano en la socialista candidatura de Madrid para las próximas elecciones generales, demuestra que lo va a hacer a su manera. Y, de paso, replica asertivamente al reto permanente del socialismo andaluz que, convenientemente desvinculado de las tropelías propias con un genérico «nosotros no hemos sido», pretende fijar doctrina para el conjunto del partido. 

En cualquiera de los casos, el joven secretario general del PSOE–el más cuestionado dentro y fuera de su propia formación del que se tiene memoria— ha demostrado con el fichaje de Lozano que, además de una notable propensión al mismo populismo que critica en sus rivales de izquierda y derecha, posee una de las cinco características esenciales para que un político, hoy en día, tenga alguna posibilidad de triunfar: la audacia.

Sánchez conocía los riesgos inherentes a su elección: oposición frontal de su archi-rival, Susana Díaz; murmullos de desaprobación de algún ex presidente convertido en elefante blanco del partido; de malestar entre otros barones regionales; desconcierto entre la militancia; crítica fácil de la oposición…

Pero ha optado por los beneficios, en la esperanza de que su efecto dure hasta el 20D: golpe de autoridad; independencia frente al aparato del partido; ruptura con el ensimismamiento y apertura al exterior… Y, además, horas de cobertura televisiva gratuita; ríos de tinta; gigabytes de datos en medios online y en las redes sociales. No ser parte de la conversación; ser la conversación durante unos días. «Que hablen de mí, aunque sea bien…», según el  surrealista aforismo marxiano (de los Hermanos Marx).

La savia nueva, la capacidad de fomentar la regeneración del partido y del país…; todo lo que teóricamente justifica dar a Irene Lozano a una posición destacadísima en el ticket socialista, es secundario. Su utilidad es que la ex pupila de Rosa Díez es ya una tertuliana televisiva establecida y su deriva hacia el PSOE –presentada ahora como regreso a la casa del padre originario del que salió UPyDincrementa exponencialmente su morbo catódico. «Que hablen de ella, aunque sea bien».

«L’audace, toujours l’audace», aconsejaba el revolucionario Danton. Pero, ¿bastará la para desalojar a Mariano Rajoy, todo menos intrépido, de La Moncloa? Examinemos a Sánchez a la luz de las otras cuatro exigencias principales en la era del total televisivo, del sound-byte y del trending topic.

Imagen: Vivimos en el mundo de las percepciones, sustitutivas prácticamente a todos los efectos de la realidad. El primer condicionante de la percepción es visual, como demostró en política el famoso debate Kennedy-Nixon de 1960. Quienes lo oyeron por radio dieron por vencedor a un ojeroso y mal afeitado Nixon; quienes lo siguieron por televisión, aclamaron a un joven, dinámico y ganador Kennedy, quien finalmente se impuso en las urnas.  

El candidato Sánchez cuenta con una materia prima visual más que adecuada: es alto (1.90 m), apuesto y de sonrisa fácil; resulta atractivo para las mujeres y no genera anticuerpos en los hombres; está en ese punto de la cuarentena en el que se le supone madurez y pero conservando aún la energía de la juventud…

Carisma: Pedro Sánchez busca su inspiración más en Boston o Chicago (John F. Kennedy o su versión New Age: Barack Obama) que en los modelos socialdemócratas vigentes en París (Hollande); Berlin (Gabriel) o incluso Milán (Renzi). Pero carece de ese je ne sais quoi que transforma a un mero envoltorio sugerente en una figura a la que el votante está dispuesto entregar su confianza.

Sus primeros meses, de hecho, proyectaron inseguridad, volubilidad y excesivo buenismo. Un chico presentable y voluntarioso… que nadie se tomaba muy en serio. Y es que, después de los dos últimos inquilinos de La Moncloa, nadie quiere una persona común en el poder; quieren a alguien fuera de lo común.

Mensaje: Hubo un tiempo en que los partidos basaban su oferta electoral en su programa político. Era su ideario, su credo, su guía. Hoy, a menos de un trimestre de las elecciones legislativas más importantes desde 1978, el Partido Socialista no tiene aún programa electoral.

Pero tiene en su defecto una estrategia de comunicación consistente en protagonizar semanalmente al menos un acontecimiento estrella, que capitalice el ciclo informativo; que marque la agenda; que sea trending… El mensaje es la acción: el PSOE y su líder renuevan, hacen cosas nuevas, traen gentes nuevas; tienen ideas nuevas para España… aunque realmente no las hayan explicado todavía.

Empatía: En 1996 se publicabaPrimary Colors’, una novela ‘a clé’ inicialmente publicada como anónima por su autor, Joe Klein, sobre la campaña de Jack Stanton, un ficticio aspirante presidencial norteamericano idéntico en todo menos en nombre a Bill Clinton. El narrador de la acción, Henry Burton, miembro del staff de Stanton/Clinton, describe en un pasaje cómo saluda el candidato a centenares de desconocidos cada día: «Agarrando su mano derecha con firmeza mientras coloca su izquierda en el antebrazo del interlocutor. Lo aparta en ese momento de todo y le mira a los ojos antes de asaltarle con la sonrisa que más convenga: de amistad, de compasión, de complicidad…»

Para un político ser únicamente empático (sensible y concernido por los demás) no sirve de nada. Parecerlo, proyectarlo y adaptar esa empatía a cada situación es la clave. ¿Requiere la misma sensibilidad y conexión un grupo de trabajadores amenazados de despido que un grupo de empresarios? ¿Puede el mismo candidato resultar creíble y deseable como opción a la que votar para ambos grupos? Esa es la empatía que deben proyectar los políticos ganadores, una palabra que repite con frecuencia Pedro Sánchez.

Sánchez y el resto de los candidatos principales en las elecciones del próximo 20 de diciembre jugarán su partida con estas cinco cartas: audacia, carisma, imagen, mensaje y empatía. Cuentan con la ventaja de que el hombre a batir, Mariano Rajoy, ha renunciado a la osadía. Pero, como va aprendiendo Pablo Iglesias, asaltar el poder (o «los cielos» por usar su metáfora) es más difícil que conservarlo.

Iglesias, Rivera o Garzón no necesitan ser presidente del Gobierno el año que viene para  tener vida política posterior al 20D. Para Sánchez, es obligatorio. Si fracasa, será devorado por su propia manada. El premio adicional de un triunfo en las urnas es hacerse con el partido y  neutralizar a Susana Díaz, que de la noche a la mañana pasaría de ser amenaza a, como mucho, incomodidad.

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