Medea en Tenerife

Quien crea que con una codificación legal y una campaña pública de estigmatización se pueda prevenir un trastorno mental que te lleva a matar a tus hijos por odio a tu pareja solo puede ser un tipo muy particular de necio, el que ha sustituido el pensamiento crítico por panfletos ideológicos

Marco Tulio Cicerón afirmó que una nación puede sobrevivir a sus tontos, aunque quizás quepa dudarlo cuando los necios son adanistas convencidos de poder cambiar la naturaleza humana a golpe de ley. Y es que, tal y como estipula el principio de Hanlon, no hace falta atribuir a la maldad aquello que puede ser explicado por la mera estupidez de quienes desprecian cuanto ignoran.

Porque el necio, en vez de adaptarse al mundo, hace como Damastes, aquél posadero de Eleusis que tenía por mote Procustro, por su costumbre de estirar el cuerpo de sus huéspedes para que encajase en la cama de la posada.

De igual modo, creen quienes profesan su fe en la maleabilidad del ser humano que el estigma institucional y la arbitrariedad legal pueden moldear la psique de las personas para que dejen de hacer lo que ya se sabía que hacían en los tiempos de Eurípides, autor de Medea, que ha dado su nombre a la psicopatía que lleva a un progenitor a cometer parricidio para vengarse del otro progenitor.

Que con una codificación legal y una campaña pública de estigmatización a granel posible gracias a la complicidad de la telebasura y sus derivados, se pueda prevenir la implosión emocional que tiene lugar cuando el odio a la pareja supera el amor a los hijos sólo pueden sostenerlo un tipo muy particular de necio, aquellos que al haber sustituido el pensamiento por la lectura de panfletos ideológicos.

Piensan que un trastorno mental límite como el síndrome de Medea es una conducta cromosómica que se puede, no obstante, condicionar tañendo campanillas de Pavlov.

Como dijo otro jurista romano, Julio Cornelio Paulo, la ley no está para ayudar a los tontos, sino a quienes han hecho todo lo posible para no equivocarse. Por eso es tan peligroso estar gobernados por idiócratas, porque su soberbia les inmuniza de la tentación de dudar de sus ideas preconcebidas, y legislan como quien recita una fórmula mágica sin importarle que la escoba cobre vida.

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