Nueva cruzada del nacionalismo lingüístico catalán

La gente elige la lengua que más le gusta o más le conviene, sean cuales sean las razones

El ejecutivo catalán, en una reunión extraordinaria con el Institut d’Estudis Catalans, ha presentado una serie de medidas urgentes –de hecho, el enésimo plan de medidas urgentes- para frenar el descenso del uso social de la lengua catalana. Una situación de emergencia, dicen.

Por tierra mar y aire

Que si hay que acelerar el uso del catalán en la escuela, la sanidad, las empresas, las residencias de ancianos y los lugares de culto, que si hay que acelerar el uso del catalán en las autoescuelas, el consumo y el sector audiovisual, que si hay que proteger el derecho a ser atendido en catalán, que si hay que hacer los cambios necesarios para acabar con la desigualdad de uso de la lengua en favor del español, que si las sanciones lingüísticas a las empresas se emplearán en la formación lingüística de los empleados, que si hay que reforzar la obligatoriedad de atender en catalán en las empresas. Y etcétera.

Una “prioridad del país”, dice Pere Aragonès. Remata: “Queremos vivir plenamente y libremente en catalán”. ¿País? ¿Qué país? ¿El país de los nacionalistas o el país de todos los ciudadanos? ¿Vivir –se supone que los catalanes vivimos con oxígeno- en catalán? El ciudadano bilingüe o castallanohablante, ¿podrá vivir plenamente o libremente en la lengua que elija? La identificación de lengua e identidad conduce al absurdo o al despotismo. En Cataluña, por ejemplo.

¿Qué ocurre en Cataluña?

¿Por qué esta nueva cruzada del nacionalismo lingüístico en beneficio del catalán y en detrimento del español? Un dato: en 2020, en ninguno de los distritos de Barcelona, los jóvenes tenían el catalán como lengua predominante. Otro dato: solo uno de cuatro jóvenes tienen el catalán como lengua habitual de comunicación. Un último dato: si en 2015 el 56% de los jóvenes de la ciudad tenían el español como lengua preferente; en 2020 el número de parlantes en español alcanza el 62%.

La imposición de la lengua catalana que caracteriza la política lingüística de la Generalitat ha generado unos anticuerpos que hacen que una buena parte de la ciudadanía rechace el catalán

¿Qué ocurre en Cataluña? Lo mismo que ocurre en cualquier otro lugar. La gente –no hace falta disertar sobre la elección racional, la economía del lenguaje o el individualismo metodológico- elige la lengua que más le gusta o más le conviene, sean cuales sean las razones. Y punto. Y que no vengan con la letanía del 25%, o las resoluciones judiciales, o la represión del Estado, o las multinacionales.

Se acabó el victimismo nacionalista

Punto. Pero, punto y seguido: la imposición de la lengua catalana que caracteriza la política lingüística de la Generalitat –la inmersión y la normalización lingüística, dicen- ha generado unos anticuerpos que hacen que una buena parte de la ciudadanía rechace el catalán. ¿Por qué? Porque, no admiten la coacción. Porque, perciben que la política lingüística no busca la inmersión ni la normalización, sino la substitución lingüística. Y, por decirlo coloquialmente, no tragan.

Primera pregunta: las medidas urgentes en pro del catalán, ¿aumentarán el uso social de la lengua catalana? No. En otros términos, el nuevo/viejo plan, como los anteriores, no servirá para nada. La realidad es la realidad, guste o no guste.

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. EFE/Marta Pérez

Segunda pregunta: ¿significa ello –como declama de forma persistente y obstinada el nacionalismo catalán- la muerte de la lengua catalana? No. O lo que es lo mismo: el lloriqueo victimista –la táctica y estrategia victimista que justifica la imposición lingüística- del nacionalismo lingüístico catalán se agota en sí mismo. Se acabó.

La lengua catalana no desaparecerá

El catalán no desaparecerá, porque no se cumplen los requisitos de la desaparición de una lengua: ni las interferencias son unidireccionales, ni la base territorial se reduce, ni en las zonas urbanas se produce la substitución lingüística, ni las funciones de la lengua se reducen, ni se degrada el status de la lengua. A lo que hay que añadir que sí existe la transmisión generacional de la lengua catalana.

Si seguimos la Escala Graduada de Deterioro Intergeneracional de Fishman, llegamos a la conclusión de que la lengua catalana goza de una mala salud de hierro –como ocurre con la mayoría de las lenguas- al no ser una lengua con pocos hablantes socialmente aislados, al no ser usada únicamente por los mayores, al no estar ausente en el lugar de trabajo y en el ocio.

Por otro lado, las situaciones bilingües son estables siempre y cuando haya un mínimo de 20.000 hablantes dotados de lealtad lingüística. Por lo demás, cabe añadir que en los mapas de la Unión Europea la lengua catalana es una de las lenguas minoritarias –no minorizadas como se empeña en decir el nacionalismo catalán- con mejor salud.

A la lengua catalana no le pasará nada

Si la lengua catalana no está condenada a la desaparición, ¿cuál puede ser su futuro? Al catalán no le pasará nada. Es decir, no le pasará nada que no le pase también a las otras lenguas: la limitación de su mundo que deberá compartir con otras lenguas.

El bilingüismo no es una anomalía que hay que corregir, sino una realidad que hay que fomentar

Que nadie sufra por la lengua catalana: no desaparecerá gracias a la lealtad del hablante y la legalidad vigente. Sí, la legalidad vigente que tanto denuesta el nacionalismo catalán.

La realidad es tozuda

Ahora bien, lo que ninguna legalidad, ni ninguna política lingüística puede negar, es la tozudez de la realidad. Y la realidad muestra que los ciudadanos de Cataluña no son monolingües, sino bilingües que usan las dos lenguas comunes de Cataluña sin que eso suponga renuncia o traición a una esencia nacional que, por lo demás, no existe.

En este sentido, el bilingüismo no es una anomalía que hay que corregir, sino una realidad que hay que fomentar. El bloque patriótico dirá que el bilingüismo es una trampa saducea, porque todos los ciudadanos pueden hablar en español, pero no todos pueden hacerlo en catalán.

Si, grosso modo, las encuestas señalan que el 90% de los ciudadanos de Cataluña entienden el catalán, y el 80% lo puede hablar, ¿dónde está el problema? En los hábitos y la voluntad de un ciudadano que tiene derecho a usar, sin complejos ni imposiciones, la lengua más le plazca o le interese.

No es la lengua la que escoge al hablante, sino que es el hablante el que escoge a la lengua.