Paco Frutos o la coherencia

Paco Frutos es un ejemplo de esa categoría de hombres con fuerzas para transportar la carga de su compromiso político a lo largo de su existencia

Reconozco que, desde muy joven, me ha parecido la coherencia una condición inexcusable de la asunción por parte de un ser humano de una determinada ideología o, simplemente, actitud ante la vida. Paralelamente pienso que si bien todos solemos tener unas inclinaciones políticas y/o ideológicas, en mayor o menor grado, no todos las vivimos como un compromiso. Y tampoco es una obligación hacerlo.

El anonimato es la realidad en que la mayor parte de nosotros nacemos, vivimos y morimos; y ese anonimato se ve con frecuencia reforzado por un deseo más o menos inconsciente de pasar desapercibido, sobre todo cuando el entorno no es favorable. Sin embargo hay personas que, por circunstancias de la vida, las que sean, en un momento u otro adquieren algún compromiso.

Muchas de ellas más tarde, en una situación determinada, se dan cuenta que ese compromiso es un fardo demasiado pesado para transitar por los caminos de la existencia. Y lo abandonan sin aspavientos en un recodo del sendero. Un primer ejemplo de coherencia. Hay también seres humanos que se ven con suficientes fuerzas, aún a costa de sacrificios, para cargar con esos kilos de más. Y llegan al final de su existencia agotados, pero felices.

Un segundo ejemplo de coherencia. Pero también puede acontecer que en un momento determinado algunos hagan de buhoneros: se den cuenta que desprendiéndose poco a poco del fardo se pueden obtener palpables ganancias, a veces de miseria, pero suficientes para lo que aspiran dentro de su mediocridad más absoluta. Y esos son los incoherentes.

Las dos primeras categorías me parecen absolutamente respetables. Por la segunda manifiesto una gran admiración. Admiración que, en ocasiones, he hecho extensiva a comportamientos que estaban muy alejados de lo que yo siempre he defendido. Para la tercera, mi desprecio más absoluto.

Creo que he dejado bastante claro lo que entiendo por coherencia pero, por si acaso, insistiré. No confundo coherencia con dogmatismo o con negación de la realidad. Coherencia es tener claro que hay principios irrenunciables cuando se abraza una determinada opción. Cualquier ser humano puede equivocarse y rectificar en mayor o menor grado, pero lo que no es de recibo es disfrazar el error o persistir en él a sabiendas, en busca de la tajada.

Su etapa como secretario general del PCE no puede dejar de considerarse como una culminación política

Paco Frutos (no voy a utilizar el propio Francisco; me sonaría forzado) ha sido un ejemplo de esa categoría de hombres que se han visto con fuerzas para transportar la carga de su compromiso político a todo lo largo de su existencia.

En los próximos días estoy seguro que serán muchos los analistas que podrán poner el acento sobre los errores que cometió, desde sus inicios de sindicalista clandestino, hasta su etapa de secretario general del PCE que, se juzgue como se juzgue, no puede dejar de considerarse como una culminación de su carrera política.

Algunos de esos analistas lo harán de buena fe; otros, con maledicencia. Y es muy posible que, entre los segundos, estén bien representados los que se autoproclaman de izquierdas. Y es que Paco tenía la mente y la lengua demasiado aceradas y, cuál profeta, había denunciado muchos polvos de los que vienen los presentes lodos.

No estoy haciendo un panegírico de Paco Frutos. Tampoco creo que sea el momento de decir en qué circunstancias pude no estar de acuerdo con él, cosa que, en el fondo, carecería de importancia.

Personalmente lo conocí en fecha muy tardía, cuando sin pretensiones, como un damnificado más de esa locura llamada procés, aprovechaba sus estancias en Cataluña para acudir a las reuniones de ASEC/ASIC y dejar constancia con sus intervenciones que, a pesar de las apariencias, había una izquierda histórica que no chaqueteaba, que se desmarcaba de consignas hueras conceptualmente, pero con un contenido político totalmente pernicioso, como la del “derecho a decidir”.

Porque Paco había fraguado a lo largo de su vida una opción incuestionable, la opción de solidaridad. Solidaridad para con “les damnés de la terre”; solidaridad internacionalista, para que las naciones más o menos inventadas (más que menos) no sirvieran de camuflaje para esconder la corrupción de los supuestos padres de la patria.

Paco Frutos se ha ido en paz consigo mismo

Para la historia, con mayúsculas, su discurso del 29 de octubre de 2017 en el que se revolvió como un tigre contra la connivencia entre la derechona independentista catalana y una supuesta izquierda, pusilánime, que, como mínimo, miraba hacia otro lado, cuando no adoptaba posiciones claramente chovinistas.

Cual un Júpiter tronante, en su catalán mamado, sin florituras, atacó las raíces mismas de la mitología nacionalista, proclamándose como “botifler” frente a todos los desmanes y saqueos a los que el nacionalismo había sometido a la sociedad catalana. Aquel día Paco Frutos entró a formar parte del olimpo de esa izquierda catalana real, rebelde, minoritaria, si se quiere, pero siempre presente, que reniega de la miseria cantonalista del populismo.

Coherente, se ha ido en paz consigo mismo. A mi entender, esa es la mejor elegía que puede dedicársele.

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