La hegemonía cultural del nacionalismo

La situación actual en Cataluña es producto de una estrategia inetelectual basada en la adaptación de modelos de lucha por el poder reconocibles en el siglo XX

Todo esfuerzo para revertir la situación catalana está destinado al fracaso sin disponer de los elementos conceptuales necesarios para llevar a cabo la lenta y efectiva deconstrucción del marco estratégico desde el que ha surgido el independentismo catalán.

La situación actual no es enteramente coyuntural. Es producto de una estrategia intelectualmente robusta basada en la adaptación al catalanismo soberanista de modelos de lucha por el poder fácilmente trazables en la historia del Siglo XX.

La inspiración europea

A mi juicio, el modelo de expansión del nacionalismo excluyente de raíces identitarias ha adaptado a sus fines el esquema iniciado por Gramsci, quien hizo una sustitución de lo económico por lo cultural en la teoría marxista (el control cultural en lugar del de los medios de producción).

Recordemos que Gramsci definió las bases de acción para lograr la dominación por medio de la hegemonía cultural, una “larga marcha” a través de las instituciones públicas (escuelas, universidades, cultura, gobierno, judicatura y medios de comunicación). La premisa era que para llegar al comunismo, primero había que crear un “hombre nuevo”, haciendo tabula rasa del status quo social.

El nacionalismo catalán ha adaptado la «larga marcha» de Gramsci a través de instituciones públicas

Georg Lukacs, padre del “Terrorismo Cultural”, facilitó la cristalización del trabajo de Gramsci al cofundar el Instituto de Investigación Social de Frankfurt, cuya escuela de pensamiento dio fruto a la “Teoría Critica”, un sincretismo entre el psicoanálisis freudiano y el análisis marxista.

Intelectuales como Marcuse, Adorno, Reich y Fromm produjeron trabajos seminales sobre este paradigma, cuyo tema central era tanto la crítica de los valores y creencias tradicionales como el cuestionar el orden social prevalente. Finalmente, la Escuela de Frankfurt ideó y propagó herramientas de ingeniería sociológica como el establecimiento de tabúes asociados al victimismo de determinados grupos y el uso de la corrección política para impedir ciertos debates públicos.

La adaptación catalana

Si hacemos una transposición a la situación catalana, es posible encontrar paralelismos que sugieren que las elites ideológicas del nacionalismo catalán partieron del esquema concebido y desarrollado por Gramsci y sus sucesores transponiendo sus elementos fundamentales al nacionalismo catalán, creando sus propios tabúes y eufemismos -por ejemplo, Estado por España, derecho a decidir por autodeterminación-  dando lugar a un sincretismo que incorporó conceptos como el relativismo lingüístico (la teoría que defiende que el uso del catalán determina tu manera de ser) y del nacionalismo romántico alemán.

La clave de la consolidación del nacionalismo catalán post-franquista fue por lo tanto fue su implementación gradual, de lluvia fina pero persistente y con clara vocación hegemónica, como hemos visto en el los intentos de Ómnium Cultural de apropiarse de las luchas vecinales de los 70 y sus esfuerzos por asimilar junto con la ANC a los sindicatos de clase UGT y CCOO.

La implementación del nacionalismo post-franquista fue gradual, de lluvia fina pero persistente

Sin embargo, hasta fechas muy recientes el independentismo catalán evitó la confrontación abierta y la ostentación de sus fines en el convencimiento de que su “larga marcha” crearía las condiciones necesarias para, sacando partido de las dinámicas demográficas propiciadas por el sistema pujoliano, recoger los frutos sembrados una vez que alcanzasen su madurez natural.

Es decir, una vez que suficientes niños hubiesen pasado por la escuela catalana y la red clientelar alcanzase los centros clave de poder e influencia social.

La inacción del gobierno central

Esta situación se alteró dramáticamente tras la readaptación estratégica desarrollada por el entorno de Artur Mas tras su órdago a Mariano Rajoy en 2012. Lejos de ocultar sus fines últimos, el así llamado “Procés-Polític-de-Transició- Nacional” hizo ostentación de los mismos y buscó descaradamente la sobreactuación del Gobierno central para conseguir apoyos internacionales a su causa por la vía del victimismo.

A día de hoy, esta estrategia ha fallado y solo ha logrado resaltar las inconsistencias y oportunismos del movimiento secesionista, cuya exaltación chovinista y teatralidad para consumo interno retroalimentan la propensión a la inacción del Gobierno central.

Así, nos encontramos en un típico “Equilibrio de Nash”: este se caracteriza por un estado de falta de resolución causado por la toma de decisiones superficialmente racionales por parte de los agentes políticos basadas en suposiciones acerca de las intenciones del adversario.

Esperar a que Cataluña se rompa antes que España es insuficiente y no tiene en consideración las debilidades del nacionalismo

En el caso que nos ocupa, esto se traduce en que la pasividad ante el reto separatista se ve reforzada por los inputs que llegan desde Cataluña, en ocasiones fundamentados en  análisis parciales de la situación que incentivan la propensión a no tomar cartas en el asunto y dejar que el paso del tiempo resuelva el problema grácilmente.

La “Doctrina Aznar” (antes se romperá Cataluña que España), aunque tiene un punto de verdad,  es insuficiente por cuanto que omite las dinámicas demográficas implantadas por el pujolismo antes aludidas y las inercias de la red clientelar nacionalista. Es decir, si no se contiene, el separatismo prevalecerá gracias a las dinámicas del crecimiento vegetativo de la población en el vacio de la inexistencia de una oposición cívica organizada.

Los medios son un fin en sí mismo para el proceso de construcción nacional del movimiento secesionista

Por otra parte, esta clase de análisis además es incompleto al no tomar en consideración las profundas debilidades del movimiento secesionista catalán, lo que induce a buscar pactismos coyunturales que paradójicamente, lejos de resolver el problema por la vía del apaciguamiento, lo enquista. Dado que el independentismo catalán tiene elementos mesiánicos, uno de cuyos componentes clave es la pretensión de infalibilidad totémica de sus dirigentes.

Esto significa que los medios son un fin en sí mismos, ya que el movimiento no persigue una resolución inmediata de sus aspiraciones, sino la continuidad del proceso de construcción nacional. Lo que importa es hacer camino al andar, el «qui dia passa, any empeny».

La mutación del poder catalán

El núcleo duro del secesionista catalán es consciente de que no representa, a día de hoy, sino a una escueta mayoría parlamentaria de la sociedad catalana, y que por lo tanto necesita ampliar su base para que la hegemonia cultural que ostenta se traduzca en una hegemonia política que haga la independencia imparable. Los recientes cantos de sirena de ERC van esa dirección.

Dicho núcleo, que detenta el poder orgánico en Catalunya, actúa cínica y líquidamente adaptando su mensaje político según las conveniencias del momento político a sabiendas de que el carácter sectario del movimiento que lideran, unido a su preeminencia institucional y mediática, les garantiza no solo una propagación instantánea de sus consignas sino el seguidismo incondicional y disciplinado de cualquier nuevo “objetivo final”, llámese este 9N, 27S, 1-O o legitimismo.

Las fuerzas constitucionalistas deben tomar la iniciativa y establecer estrategias de contención y desgaste

Naturalmente, ningún movimiento político es capaz de sostener a medio o largo plazo un desgaste continuado de credibilidad. Más tarde o más temprano, las tensiones que la combinación de sus contradicciones internas y la frustración acumulada que crean serán insostenibles y agrietarán la casa común soberanista.

Esta es una debilidad intrínseca del movimiento secesionista que ofrece una estrecha ventana de oportunidad para que las fuerzas constitucionalistas tomen la iniciativa, en primer lugar, evitando todo conato de confrontación civil, y a continuación, estableciendo una estrategia de contención (una conllevancia 2.0), desgaste y reversión del movimiento secesionista que cuente con el  apoyo convencido del Estado de Derecho y de la sociedad civil española en su conjunto.

La falta de esta estrategia lleva, como hemos visto en los tres meses que han transcurrido desde el 21D a oscilar entre la parálisis y el esperpento, fiando casi todo a  la esperanza de que la profecía de Aznar se autocumpla, en un ingenuo ejercicio de voluntarismo  que quiere creer que el movimiento secesionista es un Tigre de  Papel que tiene fecha de caducidad.

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