El verso libre de Rufián 

Rufián llegó a la política para encontrar la estridencia del momento

Gabriel Rufián no ha cambiado. Sigue siendo el mismo. Lo que se ha transformado es el sentido del humor de los independentistas. Ese sí ha dado un vuelco, sobre todo cuando les toca recibir de cerca. 

Los chascarrillos de Rufián hay que entenderlos. O no. No he sido amigo de ellos jamás. No me gusta esa formulación de declaración, ese estilo de atacar al otro como si fuera tonto y muy alejado emocionalmente.  

Sin embargo, mientras que duraba la fiesta ‘indepe’, mientras que todo lo imposible era posible, sus críticas distorsionadas a los Rajoy o los Casado, hacían mucha gracia entre su parroquia. 

Cuando “el tarado”, término que en sí mismo ya debería estar repudiado por la ética política, es el propio, el suyo, el líder, el mesías, entonces las cosas cambian y el rictus sonriente del rostro tuerce la comisura de los labios y se convierte en un emoticono con cara amarga y seria. Y con razón. 

Rufián llegó a la política para encontrar la estridencia del momento. El chico que no hablaba en catalán, así se presentó en la macro manifestación del “president, posi les urnes” de Forcadell, se ha ido puliendo, pero mantiene ese estilo naif que tanto gustaba en aquellos momentos, mientras el protagonista de sus declaraciones no eran los propios.  

La frase del diputado Rufián que tanto ha dado que hablar está inscrita en un programa de TV3 que intenta aleccionar con suavidad, pero ahora, como en otros espacios de la tele catalana, no acaba de encontrar a donde debe dirigir sus dardos. Antes estaba más claro. 

Y así se cuelan expresiones como la que hacía referencia a un supuesto tarado proclamador de la independencia. Todo el mundo entendió que se refería a Carles Puigdemont.  

Lo curioso de ese momento televisivo, si lo repasamos en cualquier aplicación a la carta, es que los del programa le facilitaron espacio para que su frase no se convierta en uno de sus famosos tweets. De hecho, justamente en ese espacio invitado hablaban de ellos. Pero no se dio por aludido. 

El portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián. EFE/ Mariscal

Esa omisión ante la puerta de una salida airosa frente a una declaración comprometida sólo puede significar que las relaciones entre ERC y JxCat están en un momento de no retorno. Un espacio parecido a las parejas que se acaban de divorciar y su relación pasa por un juzgado. Claro que mantienen un gobierno. Desunido, pero gobierno de la Generalitat que debe seguir gestionando el día a día. 

La metodología de una relación así siempre ampara a los integrantes de ese gobierno mantener una relación alejada de las direcciones de los partidos, por el bien de las propias formaciones. Pero si, además, el momento existencial de la idea imposible de la independencia también pasa por horas de barbecho, entonces el menjunje se torna viscoso. Y no hay quien gobierne. 

Y no se detiene ahí el lío. El problema es que una parte de ese gobierno también está mal avenido, pero no dentro, sino fuera. El congreso que acaba de celebrar JxCat ha dejado a la familia más dividida que nunca. Así que lo de Rufián no deja de ser un pequeño chiste infantil, aunque por menos existieron escisiones en otras épocas. 

Existe un detalle en toda esta historia que aparecería en la televisión, si existiera un “Sálvame” de la política. Insisten algunos que desde Esquerra han ofrecido a Rufián ser el candidato por la alcaldía de Santa Coloma del Gramenet. Aparte de que a Rufián ya le queda lejos su relación con “Santaco”, tras su paso por Sabadell y su vida en Madrid desde 2015.  

¿Deambula Rufián por los excesos para que se olviden de él en las municipales del próximo año? Puede que el diputado ya se haya hecho a la vida de Madrid, pareja incluida, con devoción y deseo. Y lo de la vida municipal de la ciudad donde creció sean sólo recuerdos de esos que sirven para escribir un libro de memorias, pero no mucho más.  

Y es que Cataluña está muy revuelta. Ya ven. 

Salir de la versión móvil