Nace el sanchismo

Sánchez consolida su dominio total sobre el PSOE mientras Casado muestra fortaleza en las encuestas pero corre el riesgo de que Ayuso le adelante por la derecha

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña que los socialistas celebraron en el auditorio parque forestal Entrevias. EFE/Fernando Villar
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña que los socialistas celebraron en el auditorio parque forestal Entrevias. EFE/Fernando Villar

No tiene razón Pablo Casado cuando afea a su rival por echar a los suyos por la borda; lo de acusarle de nombrar ministros a dedo tendría un pase si fuera guasa, ya que a los ministros o los nombras, y entonces son tus ministros, o bien son de quien te induce, conduce u obliga a nombrarlos.

Sí la tiene, y toda, el líder de la oposición al considerar que el problema no son los ministros sino el presidente. En efecto Sánchez es el problema, sino de toda España sí por lo menos el de Casado. Pero ese problema no desaparecerá por el simple hecho de señalarlo como tal.

Es casi de párvulos en la escuela del funcionamiento de las democracias, que para quien aspira a sucederle, el problema es el que manda, pero el problema no dejará de ser tal si el aspirante no se convierte en la solución.

Desde este punto de vista, Sánchez es más problema que ayer y menos que mañana. Si se sale con la suya en el congreso del PSOE como todo indica, quedará meridianamente claro, por si no lo estuviera después del giro en el ejecutivo, que da comienzo el sanchismo.

Los ismos indican siempre movimiento unidireccional, exclusividad, prepotencia doctrinal o personal. En los últimos decenios, hemos contado con el felipismo y el azanrismo. Luego vino un par de dirigentes contestados desde dentro y desde fuera, con poder a medias, de los cuales no puede predicarse que justificaran la denominación de zapaterismo o rajoyismo. Ni por asomo.

Hasta que anunció unos cambios en el gobierno que van mucho mas allá de lo imaginado e incluso de lo imaginable, Sánchez iba tras la senda de sus dos predecesores. Más aún cuando se había dado de bruces en Madrid y había perdido buena parte del crédito restante con los indultos.

La victoria sobre Susana Díaz en Andalucía fue con toda probabilidad el detonante de la decisión de Sánchez consistente en tomar todo el poder. “Voy perdiendo por dos a uno, las cartas del mando están repartidas, es hora de reunir toda la baraja en una sola mano, y no va a ser otra que la mía”.

Recopilación al copo en dos tiempos. El primero, ya consumado, un consejo de ministros formado por leales o conversos a la fidelidad, ya que ahora todo el mundo sabe algo que muchos ignoraban y bien caro que les ha costado, que al jefe no le tiembla el pulso para cargarse a quien no le convenga aunque se abstenga de toserle.

Ahora solamente le falta poner al partido en cintura donde pudiera haber dudas, que no será ni en Andalucía, ni en Cataluña, ni por supuesto en Madrid, ya que siendo Sánchez el primer responsable de la debacle, la aprovechará para adueñarse de la federación madrileña y ponerla, como las demás, a trabajar a destajo a fin de obtener un buen resultado en las municipales, palanca imprescindible para renovar podio en las generales de finales del 2023.

Sánchez, hacia la cima encumbrado por sí mismo

Después de demostrar con un crescendo de hechos fulminantes que es un killer despiadado como pocos, condición indispensable para añadir el título máximo, o sea el sufijo ismo, a su nombre, Pedro Sánchez se va a convertir en la única opción del partido socialista, no sólo para seguir en el poder sino para evitar la debacle y la gravísima crisis en la que se sumiría en caso de perderlo.

Todos a una pues, a aupar al presidente, a permitir y fomentar que se convierta en símbolo, en mito, e incluso en semidiós (Dios es como los suyos llamaban a Felipe González y a tanto tal vez no va a llegar).

De modo que, tras su acierto en el diagnóstico de convertir al presidente del gobierno en el problema, a Casado le falta los dos pasos más importantes. A saber, convencer primero a círculos más amplios, empezando por obispos, empresarios y señores del Ibex, de que en efecto el problema es Sánchez y luego asegurarse de que le confirmen como solución. A él, no a Isabel Díaz Ayuso.

La débil posición de Casado

Si la contestación interna es habitual en la dura cuesta del acceso al poder, la ambición desbocada de Ayuso, y más que eso su capacidad de marcar la posición y el rumbo político del PP, más cerca de Vox que del centro, más seguidismo que vía propia, indican que Casado no está ni mucho menos consolidado.

Y ello a pesar de los sondeos que, después de los traspiés de Sánchez y el hundimiento de C’s, le han encumbrado hasta lo más alto en el terreno de las expectativas.

Pero el de la realidad es otro. Y en él la novedad de un Pedro Sánchez que ha trocado los equilibrios por el mando único efectivo, el insospechado nacimiento del sanchismo, no es algo a lo que nadie puede enfrentarse sin replantear a fondo su estrategia.

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