Ortega y Gasset y la ley de amnistía

Hay que tener en cuenta los pensamientos de Ortega y Gasset sobre cómo lograr la cohesión de España otorgando más autonomía a las regiones

Leer al primer filósofo español del siglo XX siempre resulta estimulante pero ahora, en esta época nefanda de nuestra política, se convierte en urgentemente necesario. En mi caso, además, quería verificar uno de los muchos tópicos que se le atribuyen al autor de “La rebelión de las masas”.

Aquello de que con Cataluña solo cabe la conllevancia, idea que formuló al principio de su discurso en las Cortes republicanas de 1932, con ocasión de la aprobación de su primer Estatuto de Autonomía: “yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar”.

Una frase que genera dudas

A mí esta frase siempre me pareció, cómo decirlo, claudicante. Y sobre todo no me encajaba en una personalidad como la de Ortega que siempre se afanó en buscar, o en intentar al menos, soluciones efectivas y posibles, y sobre todo que fueran a la raíz y que no se quedaran en lo superficial de la política.

Pero mis dudas se disiparon cuando leí todo el discurso, seguido de “La España invertebrada”, que es de 1921, y sobre todo otra pieza que no está recogida en sus obras completas pero que resulta complementaria, que es “La redención de las provincias”, escrita entre 1927 y 1928.

La trascendencia de los escritos de Ortega en esta materia queda fuera de toda duda, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que en esta última obra citada está formulada nada menos que la necesidad de que España se estructure en autonomías. Ahora bien, él bosqueja diez, no las diecisiete actuales: Galicia, Asturias, Castilla la Vieja, País Vasconavarro, Aragón, Cataluña, Levante, Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva.

Reunión entre Pedro Sánchez y Pere Aragonès en 2022. EFE/Quique García

“Yo imagino, pues, que cada gran comarca se gobierne a sí misma, que es autónoma en todo lo que afecta a su vida particular; más aún: en todo lo que no sea estrictamente nacional”. Hacerlo así implicaría superar la enfermedad del desistimiento de la política que ahogaba a España desde su localismo, y que confería por eso un excesivo protagonismo al nacionalismo en País Vasco y Cataluña: “¿cómo de una España donde prácticamente sólo hay vida local = vida no nacional, podemos hacer una España nacional?”.

El camino de Ortega y Gasset

Para llegar hasta aquí Ortega había hecho previamente un estudio de la evolución histórica española, que habría recorrido en los tres últimos siglos un camino inversamente proporcional al de la unidad y cohesión que le había llevado a alcanzar, con Felipe II, sus más altos hitos en la historia universal.

Dicho camino inverso era el de su desmembramiento, empezando por sus posesiones europeas, después con las ultramarinas y que a partir de 1900 amenazaba con seguir por su mismo cogollo peninsular, empezando por Cataluña y las Vascongadas.

Ortega consideraba que había que atajar esta deriva disolvente dándole al resto de España mucha más autonomía, porque así sus regiones tradicionalmente más átonas se implicarían en la vida pública y contrarrestarían la efervescencia anticentralista que solo estaba cuajando en esas dos mencionadas.

Todo ello sazonado con su característica teoría de las minorías rectoras y las masas, que él se esfuerza –dudamos que lo consiguiera para la mayoría de sus lectores– en diferenciar de una visión aristocratizante de la sociedad.

Ortega consideraba que había que atajar la deriva disolvente de España dándole al resto de las comunidades mucha más autonomía

Las autonomías y la solución a la deriva española

Suponemos que si Ortega pudiera ver la España de las autonomías de hoy comprobaría lo rematadamente mal que se está aplicando su fórmula. Por dos razones. La primera, porque esas autonomías, para funcionar de verdad, tienen que ser reales, creíbles. El mejor ejemplo a seguir para ello es el de la navarra UPN, aunque ahora no pase por su mejor momento: un partido regionalista, no sucursalista y perfectamente español. Las autonomías tendrían que estar dirigidas por partidos así.

Por eso, a los nacionalismos vasco y catalán no se les puede contrarrestar con representaciones como la reciente convención autonómica del PP en Córdoba. Porque esos dirigentes autonómicos, encabezados por su presidente nacional, podrán ser autónomos en su desempeño, no digo que no, pero lo cierto es que así dispuestos y convocados al unísono no lo parecían.

La segunda razón del mal empleo del autonomismo orteguiano la describe él mismo en “La España invertebrada”, concretamente en su capítulo “¿Por qué hay separatismo?”, donde apunta una solución espontánea que surge entonces y que él, desde su atalaya intelectual, rechaza con displicencia, confiriéndole unos ribetes exagerados, pienso que por un arraigado vicio inherente al centralismo del que Ortega adolecía todavía, cuando escribió esa obra, y que supone que toda solución que no proceda del centro engendra un riesgo mayor de división del que pretende combatir.

 “Los que tienen de estos movimientos secesionistas pareja idea [se refiere a su propia idea negativa de los nacionalismos], piensan con lógica consecuencia que la única manera de combatirlos es ahogarlos por directa estrangulación: persiguiendo sus ideas, sus organizaciones y sus hombres. La forma concreta de hacer esto es, por ejemplo, la siguiente: en Barcelona y Bilbao luchan «nacionalistas» y «unitarios»; pues bien: el Poder central deberá prestar la incontrastable fuerza de que como Poder total goza a una de las partes contendientes; naturalmente, la unitaria. Esto es, al menos, lo que piden los centralistas vascos y catalanes, y no es raro oír de sus labios frases como éstas: «Los separatistas no deben ser tratados como españoles.» «Todo se arreglará con que el Poder central nos envíe un gobernador que se ponga a nuestras órdenes».”

Autonomías frente a nacionalismos

Con “La redención de las provincias”, escrita siete años después, estas prevenciones de Ortega se caen por su propio peso. Es solo desde la autonomía bien entendida desde la que se puede combatir eficazmente a los nacionalismos, no desde un centro pretendidamente fuerte. Pero para eso se deben de cumplir los dos principios que ya hemos enumerado: que las autonomías del Estado ejerzan como verdaderamente autónomas y que entre esas autonomías se incluyan también, por supuesto, las que tienen presencia de nacionalistas y en las que serían los elementos “unitarios” quienes mejor ejercerían, desde una autonomía de actuación real, la defensa de la unidad de España.

Para ello no necesitaríamos que el Estado dejara de tratar a los nacionalistas como españoles, como se alarmaba Ortega en “La España invertebrada”. Tan solo sería suficiente con que no se les trate con preferencia respecto de los “unitarios” en sus respectivos territorios. Que es justo lo que ahora está pasando con la aprobación de la ley de amnistía.

Lo que pedimos, en definitiva, es que el descubrimiento genial de Ortega del poder cohesionador de la autonomía territorial en España, se lleve a su plenitud y con todas sus consecuencias, como único modo de acabar con la pesadilla de los nacionalismos.

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