La realidad es que viajar contamina. Bastante. El transporte es responsable de la cuarta parte de las emisiones totales de gases de efecto invernadero en Europa, según la Agencia Europea del Medio Ambiente. Además, y mientras otros sectores como la producción de energía o la industria han reducido sus emisiones desde 1990, las del transporte han aumentado -sin contar el desplome de desplazamientos como consecuencia de la pandemia-.
Por supuesto, no contamina igual moverse en una bici eléctrica que en bus urbano ni hacerlo en avión o en ferrocarril. Pongamos un ejemplo, el trayecto Barcelona-Madrid. Si nos decantamos por el AVE, junto con el billete recibiremos un mail con este dato: las emisiones generadas por nuestro viaje son 18,4 kilos de CO2. ¿Es mucho? ¿Poco? Dos datos más resultan clarificadores: si hubiésemos hecho ese trayecto en coche, nuestras emisiones serían de 65,6 kilos; en avión 115,5 kilos.
En línea con su compromiso con la sostenibilidad, Renfe incluye desde 2019 esta información en todos sus billetes de AVE, Avant y Larga Distancia para así dar a conocer el impacto en términos de carbono de nuestros viajes. También, claro, de su menor huella en relación a otros medios de transporte. En concreto, y según sus datos, el ferrocarril es responsable de entre 5 y 7 veces menos emisiones de CO2 que el transporte por carretera y entre 7 y 10 veces menos que el avión.