A quién votaré

«La peor decisión es la indecisión»

Benjamin Franklin

 

Un analista político no debiera nunca desvelar su voto, así que empiezo por pedir disculpas por este aparente pseudoespoiler que en realidad, no lo es tanto.

Y es que al titular de este artículo le faltan los interrogantes, porque más que una revelación del voto lo que plantea es un conjunto de dudas ante las diferentes propuestas electorales.

Mi voto natural, en Catalunya (otra cosa sería a quién votar si tuviera que ejercer ese derecho en Guadalajara, por ejemplo), debería ir destinado al catalanismo moderado que ha representado durante muchos años la coalición de Convergència i Unió.

No creo en rupturas unilaterales con el Estado pero es evidente que ha llegado la hora de revisar nuestro sistema de equilibrio territorial y de distribución de la solidaridad entre las comunidades autónomas, sin olvidar una apuesta clara por las políticas sociales hacia los más desfavorecidos. Y eso no supone reventar la economía de mercado, sino introducir factores correctores para hacerla más justa y equitativa. Todo ello se puede hacer desde el centro y desde la defensa de los factores diferenciales propios de Catalunya, y esa ha sido la trayectoria histórica de CiU en las Cortes Generales.

Pero CiU ya no existe, así que busquemos alternativas. La mitad con más peso de la coalición, CDC, se presenta con otra marca, Democràcia i Llibertat, un nombre que apenas dice nada de su contenido ideológico, y que apuesta por la secesión unilateral de Catalunya (eso sí, su candidato, Francesc Homs, dice que será «pactada con el Estado»; no sé si con candidez o con cinismo, ya que sabe perfectamente que ningún partido de ámbito estatal tiene intención de negociar la independencia de una parte del territorio español).

Olvidemos pues a Homs y CDC, no lo contemplo como opción, puesto que proponen incumplir la legalidad vigente y han renunciado hace tiempo a buscar una alternativa que no implique la ruptura.

Lo mismo ocurre con ERC, cuyo candidato en Barcelona, de apellido Rufián, considera además que la Constitución actual fue aprobada por «fascistas», ignorando lo que representó la Transición española, con todos sus defectos y virtudes. Esquerra apuesta también por la independencia, y por la República, en coherencia con su ideario, pero gobernó durante dos legislaturas en Catalunya junto con el PSC y nunca se atrevieron a lanzar un órdago al Estado como el actual.

Unió Democrática podría ser por tanto el partido elegido, ya que reivindica la trayectoria de CiU en Madrid y sigue apostando por una tercera vía, el diálogo y la negociación. Es el partido en el que milité durante años y mis principios ideológicos no han variado. Pero reconozco que me da miedo desperdiciar el voto si, como vaticinan todas las encuestas, no consigue representación en el Congreso. La veteranía de su candidato no supone una garantía para obtener escaños y el fracaso de su propuesta en las elecciones catalanas puede conducir a muchos de sus potenciales votantes al desánimo y a quedarse en casa o votar a otras fuerzas políticas. 

¿Cuáles son las demás opciones?

El PP, un partido manchado por la corrupción, que ha capeado la crisis a costa de engañar de manera reiterada a sus votantes con promesas incumplidas, y que se ha mostrado incapaz de resolver el problema catalán. Lo siento, pero va a ser que no.

Ciudadanos. Aunque reconozco la habilidad oratoria de Albert Rivera y su apuesta por regenerar el sistema democrático en España, la verdad es que no sé muy bien si vienen o si van, su ambigüedad me inquieta, y además tampoco tienen solución para Catalunya, sino más bien al contrario. Rivera hace esfuerzos constantes para demostrar que, a pesar de ser catalán, nunca tomará medida alguna para beneficiar a su comunidad de origen.

La candidata del PSC-PSOE, Carme Chacón, me produce un escozor inexplicable y Pedro Sánchez parece la reencarnación de ZP, con la misma frivolidad que nos condujo al borde del abismo. Y su apuesta federal resulta insustancial y poco creíble.

Me gusta Xavier Domènech, el candidato de En Comú Podem (¡por Dios!, que alguien contrate a un experto en naming antes de bautizar a otra nueva formación), pero Pablo Iglesias y Ada Colau me parecen dos prestidigitadores de la nueva política que serán incapaces de cumplir su programa (como ya le han recordado a la alcaldesa de Barcelona sus antiguos compañeros activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, cansados de esperar la ayuda prometida por el Ayuntamiento).

Tal vez si residiera en el País Vasco, votaría al PNV. Ese partido que parece sobrevivir a todas las crisis y que ha renunciado, quien sabe si de manera temporal, a plantear la independencia, visto el panorama, y permanecer discretamente a un lado ante el riesgo de perder ese concierto fiscal que los catalanes desearían como propio.

De manera que voy a seguir pensando, indeciso, como tantos otros ciudadanos, sin esperanza de que la campaña electoral me ayude a decantar el voto y con la desagradable sensación de que, pase lo que pase, casi todo seguirá igual.