El año en que viviremos peligrosamente

Ironías aparte sobre si España debe atender este año a cuatro o cinco procesos electorales (depende de si se incluyen o no las elecciones en el Barça), es obvio que 2015 va a terminar dibujando un panorama político seguramente bastante distinto del que estamos acostumbrados.

De entrada, las elecciones andaluzas, que contra el parecer de algunos no son ni mucho menos una prueba de inferior categoría. Su resultado va a ser clave en varias direcciones. Un mal resultado para el PP puede ser un desagradable anticipo de lo que ocurra un mes después en las municipales y autonómicas. En el PSOE, hay en juego problemas de liderazgo. En Podemos de confirmación o no. En IU, de supervivencia.

El viejo binomio conservadores-socialdemócratas va a pasar más temprano que tarde a los libros de historia

Y, tras el reparto de escaños, vamos a asistir casi con seguridad a negociaciones en busca de acuerdos inéditos hasta ahora. Es probable que de esos trabajos se extraigan conclusiones aplicables después a retos mayores, como la propia gobernabilidad del Estado.

Esas discusiones, tiras y aflojas, estarán presentes en la campaña de las municipales y autonómicas, donde no hay competencias para disolver sus parlamentos. Sobre el tablero, nombres propios de peso político ineludible: comunidades y ayuntamientos de Madrid, Valencia, la ciudad de Barcelona… Sólo los más fanáticos pueden desdeñar la incertidumbre que rodea estos comicios y el hecho de que nos podamos encontrar con gobiernos locales impensados hasta ahora.

En teoría después vendrían las del Barça (¿al aludir el presidente del club, Josep María Bartomeu a un complot del Estado estaba intentando no quedarse al margen de la competición política?). Y el 27S, las catalanas, elecciones que podrían haber entrado de proponérselo en el Guinness de los records como el sufragio más largo de la historia.

De hecho, Cataluña va a estar sumergida inevitablemente en una superposición de convocatorias electorales. Habrá que hilar muy fino para delimitar procesos tan diferentes como plebiscito, votación partidista o lista casi única…

Finalmente, las generales en noviembre. Demasiado tiempo, demasiadas citas, demasiado en juego.

En Cataluña habrá que hilar muy fino para delimitar procesos tan diferentes como plebiscito, votación partidista o lista casi única

¿Podrá aguantar el PP hasta entonces si empieza a cosechar en marzo unos resultado peor que malos? ¿Se mantendrá Podemos en la cresta de la ola? ¿Aguantará Pedro Sánchez los desafíos internos que le lanzan desde su propio partido y el auge, si se diese de los seguidores de Iglesias? ¿Sobrevivirá IU al cainismo que la corroe? ¿Qué trozo del pastel se llevarán finalmente Ciudadanos y UPyD y qué papel jugarán sus escaños en la composición de los gobiernos a elegir? ¿Con qué fuerza política va a llegar el soberanismo catalán a la cita de septiembre?

Ante tal cúmulo de posibles combinaciones, no queda otra que volver al cholismo y reclamar como guía de viaje el «partido a partido». Cualquier otra elucubración se estrellará probablemente contra las realidades que las múltiples votaciones nos vayan dejando.

Lo único que sí parece claro, y no sólo en España, es que el status quo político asentado en las últimas décadas se está rompiendo y que el viejo binomio conservadores-socialdemócratas va a pasar más temprano que tarde a los libros de historia. ¡Que sea para bien!