No puede ya el halcón oír al halconero

En España no seríamos capaces de enviar chavales de Vallecas a defender Lanzarote, y se supone que vamos a mandarlos a defender Ucrania

Permítanme confesar que cuando vi impactar en 2001 los aviones contra las torres gemelas algo en mi interior pensó que era lo correcto. Podría excusarme diciendo que llevaba dos años con el cerebro reblandecido por las drogas recreativas y los afters de Madrid. Pero prefiero ser sincero y explicar que durante mi infancia en los ochenta y juventud en los noventa participé de una identidad de izquierdas convencional.

Nada nunca ha sido excesivamente ambicioso en mí, tampoco mi ideología lo era en lo intelectual: absorción contextual de conceptos sobre el materialismo histórico en casa, referencias culturales, lecturas de Jack London, comics de Carlos Giménez, cantautores cubanos heredados, sindicatos bien, empresarios mal, educación pública, un par de términos de jerigonza marxista y colocar en la conversación cuando tocaban un par de citas bien tiradas del manifiesto comunista.  

Alejado de cualquier dimensión trascendente mi vida era rabiosamente material, y mi discurrir se basaba en sustituir la capacidad para el juicio moral mediante una lectura ideológica de la realidad. Lo que más me incomoda recordar hoy era mi fervorosa y atorrante militancia atea, que les supuso a personas a las que aprecio tener que aguantar comentarios impertinentes por mi parte.   

Mi identidad de izquierdas convencional incorporaba una leve cultura “antiimperialista”, en la que se rechazaba lo yanki, las poses de cowboy, la estética de banderas americanas y la escenografía hortera y popular de Reagan a Bush Jr. No hubiera sido capaz de explicar por qué, pero en mi corazón el derrumbe del bloque soviético significaba que habían ganado los cutres.  

Para mi yo preadolescente y juvenil los americanos representaban las cosas que estaban mal en la tierra. En un ánimo muy de “que se fastidie el capitán que no como” me dio por rechazar la producción cultural de Disney. No me permitía disfrutar viendo Grease, las Tortugas Mutantes Ninja o Independence Day.

Aquel “guaje” que yo era, subido a la banqueta de mi adolescencia, contemplaba la música pop de New Kids on the Block o el cine de acción de Michael Bay como objetos culturales para gente poco educada. Buscando una identidad me dio por consumir cine europeo, de manera tan forzada y ridícula que a los 14 años entraba a los cines a ver cine español. Imagínense con 15 o 16 años pagando una entrada para ver El detective y la muerteLa madre muerta o La ardilla roja.  

Para mi yo preadolescente y juvenil los americanos representaban las cosas que estaban mal en la tierra

Mi tenue hostilidad hacia las barras y estrellas se extendía desde Michael Jordan hasta las Rebook Pump. De manera paradójica consumía los productos de anti-americanos estadounidenses como Michael Moore o Naomi Klein.

Demonizaba la participación de los marines en conflictos bélicos alrededor del mundo, daba igual que fuera la II Guerra Mundial, Vietnam o los bombardeos sobre Yugoslavia. La fuerza de América siempre era innecesaria y sangrienta. Daba igual que los muertos fueran iraquíes o somalís porque incluso en las muertes palestinas observaba su responsabilidad. Las guerras siempre tenían un culpable: USA.   

Supongo que puedo alegar como eximente la influencia que sobre mi mente adolescente tuvieron aquellos cineastas españoles a la hora de explicar que cuando vi impactar en 2001 los aviones algo en mi interior se alegró. Alguien, en algún lugar, había puesto por fin en su lugar al abusón americano que se dedicaba a mandar sobre el mundo.  

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. EFE/EPA/JIM LO SCALZO

Más allá de la crueldad de mi comportamiento, que expresa bien el poder disolvente que sobre la moral opera la ideología, mi actitud general hacia los Estados Unidos reflejaba bien una constante aún hoy de la izquierda española y europea. 

El adolescente que vive en perpetua queja y rebeldía hacia las normas de la casa de sus progenitores. Ese joven “ahostiable” que va dando portazos, mientras levanta la voz de manera permanente para criticar la habitación y comida que recibe. Ese niño-hombre que nunca reflexiona que el relativo bienestar en el que desarrolla su vida se encuentra ordenado y sostenido por los esfuerzos de otros.  

El hecho es que en 2021 ningún país de Europa sostiene militarmente el equilibrio de fuerzas que requieren sus fronteras. Mientras las democracias liberales continentales fuimos vecinos de la Unión Soviética los Estados Unidos mantenían un interés en ejemplificar ante el rival los derechos, libertades y bienestar que existían al otro lado del telón de acero.

Actuaban en su propio interés como policía mundial, ocupándose de nuestros conflictos exteriores y dejando que dirigiéramos recursos hacia unos Estados del Bienestar en generoso crecimiento. Vencedores por KO la democracia liberal, la globalización y el comercio, se mantuvo la inercia de ese acuerdo en el mundo unipolar surgido tras el derrumbe comunista.

Se acabó. Y olvidémonos ya de la chatarra que señala en esto a la izquierda o a la derecha. Tras tantos años de recibir nuestras quejas por su imperialismo, unos USA aislacionistas van a dejar que por fin nos independicemos de su casa. Regalo concedido, chaval. Hora de salir al mundo, empezar a trabajar y pagar las facturas.  

Su abandono de Afganistán nos abre a verdades incómodas sobre cambios en las relaciones de poder y fuerza que ya no son ni predicciones ni advertencias. No sabemos si queda Imperium en Europa para resistir a los pellizcos de Rusia y la síntesis civilizatoria-estatal-autoritaria China

Ahora ya sé que era contra nosotros contra quiénes chocaban aquellos aviones  

Mientras, en España, seguimos repitiendo rituales aprendidos que hoy carecen de sentido. Borrell pide una fuerza militar para la Unión Europea, suponemos que con tanques inclusivos, sensibles al clima y munición biodegradable.  

En España no seríamos capaces de enviar chavales de Vallecas a defender Lanzarote, y se supone que vamos a mandarlos a defender Ucrania. Ante esta realidad robusta nuestros intelectuales nos enseñan a “pensar ideológicamente lo correcto” y firman manifiestos para que alguien haga algo, aumentando esa cháchara maloliente que siempre se produce como expresión de una incapacidad crónica para asumir costes y actuar. 

Quizás salgamos a las ocho a aplaudir por las niñas afganas y convoquemos batukadas para decir que esta vez “Sí a la guerra”. No sé, ignoro totalmente si nuestros gestos consolarán a las personas que ya cuelgan de algunas sogas en helicópteros. 

Por mi parte sólo me queda pedir perdón por haber sido un joven tan cruel e idiota. Por lo menos ahora ya sé que era contra nosotros contra quiénes chocaban aquellos aviones.  

Este artículo está incluido en el último número de la revista mEDium ‘La noche oscura de Occidente’. La edición completa en papel puede adquirirse en nuestra tienda online:  https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-9/