Treinta años sin hacernos la cama

En 2050, se seguirán escribiendo Informes de prospectiva llenos de pretenciosos “hay qué” pero que se detendrán con miedoso cuidado antes de definir cualquier “cómo”.

En 2050, el espacio público seguirá alimentando el ego de personas que han demostrado ser incapaces de salir de casa con la cama hecha. Una multiplicidad de individuos con vidas desbaratadas, incapaces de cuidar ni de un cactus, nos darán instrucciones sobre cómo debemos organizar nuestra vida en un futuro deseable.

En 2050, habrá soplapolleces que sólo pueden salir de un departamento universitario. Una comunidad investigadora de clase media, como la española, se quejará de la financiación y de la escasa valoración de sus títulos. Mientras, sus estructuras de auto gobierno preferirán mandar sobre el medio pelo a reformar la nada.

En 2050, fingiremos que todas las titulaciones universitarias son iguales. Y le repetiremos de manera irresponsable a nuestros niños “hijo mío, estudia lo que te guste”. En los medios de comunicación se reflejarán de manera abundante los sufrimientos que padece el tercio de españoles que obtienen una educación superior, sea el millón y medio anual que se matricula en estudios superiores, los 200.000 de los másteres, o los 80.000 de los doctorados.

La vulnerabilidad de la maternidad

En 2050, el tercio de españoles que no obtiene estudios, el soldador en paro o la madre de familia monoparental con dos niños, no representarán la precariedad. Las portadas sobre la tragedia juvenil en España serán Joan “alumno de la UPF, Dos titulaciones universitarias y Máster”, o Edurne “alumna del CEU con Postgrado en Periodismo”. Joan y Edurne decidirán probar suerte unos años trabajando en Londres, aunque estarían ganando lo mismo de camareros en el Levante se plantean que los trabajos manuales en el Reino Unido tienen algo de aventura.

En 2050, periodistas, académicas y directoras de cine sin hijos querrán utilizar la brecha de maternidad para proyectar supuestas injusticias sobre sus carreras profesionales. Nos sorprenderá que haya mujeres queriendo instrumentalizar la condición de vulnerabilidad de la maternidad para sus fines egoístas. Ninguna expresará que en España desciende la brecha de género porque en 2020 nace un tercio menos de niños que en 1980. Menos niños, menos madres y por lo tanto menos brecha y tan poco protegido el tener hijos, que de la que un progenitor se ausente de los cuidados la mitad de las familias monoparentales caerán en la vulnerabilidad social.

En 2050, los cargos públicos de la izquierda seguirán advirtiendo a la población de los riesgos neoliberales de las urbanizaciones con piscina en las que ellos mismos viven. La clase media de izquierdas seguirá llevando a sus hijos a la concertada porque les queda cerca de casa. Y mientras critican la poca conciencia social de los empresarios, confesarán divertidos cómo su asistenta no quiere que la den de alta.

Una derecha perdida

En 2050, los cargos públicos de la derecha seguirán jugando a heredar el gobierno en la siguiente crisis. Más allá de impuestos bajos, ninguno tendrá muy claro qué causas defiende, y considerarán mucho lío eso de meterse a producir cultura y representar sus valores ante la sociedad. Algunos, por aquello de renovarse, repetirán eslóganes de 1989 con una foto de Thatcher, Reagan y Juan Pablo en el avatar.

En 2050, “It´s not what you know it´s who you know” y los hijos de los Secretarios de Estado del PSOE seguirán matriculados en el colegio Estudio. En tanto la interna recoge su habitación, ellos soñarán con la revolución mientras se sacan la doble titulación de Relaciones y Derecho. Los que tengan mejores notas seguirán estudiando en instituciones educativas internacionales gracias a los recursos económicos y los contactos de sus familias.

Y cuando les llegue su turno y ocupen sus espacios en esas instituciones educativas darán clase a su vez a otros hijos del privilegio. Como profesores, en un rapto de sinceridad, empezarán su primera lección contra la meritocracia con una explicación detallada de quiénes son sus padres.

“La clase media de izquierdas seguirá llevando a sus hijos a la concertada porque les queda cerca de casa. Y mientras critican la poca conciencia social de los empresarios, confesarán divertidos cómo su asistenta no quiere que la den de alta”

En 2050, los periodistas seguirán progresando y llegando a los espacios en tertulias televisivas por sus contactos con el poder. Esos mismos periodistas seguirán repitiendo que su único compromiso es con la independencia y con la verdad.

En 2050, los periodistas y académicos sin hijos harán un turismo en aviones infinitamente más contaminante que cualquier trayecto de familia numerosa en furgoneta Diesel. También desde sus casas pequeñas con neveras compartidas juzgarán moralmente el urbanismo de casas grandes y piscinas comunitarias.

En 2050, se seguirán escribiendo Informes de prospectiva llenos de pretenciosos “hay qué” pero que se detendrán con miedoso cuidado antes de definir cualquier “cómo”. Hay que reformar el sistema de pensiones. Y hay que reformar la administración pública. Y hay que reformar el modelo productivo.

Los ejecutivos, a la espera de que alguien haga algo

En 2050, los industriales de carne de cerdo blanco, los del motor diésel y los comerciantes y hosteleros de este país escucharán críticas de gente cuyo modelo de negocio es cobrar a los gobiernos caras presentaciones con ideas mal traducidas de la academia estadounidense.

En 2050, los ejecutivos de la gran empresa española estarán expectantes a “que alguien haga algo” y acudirán a cada desayuno y Foro en el Ritz a repetir conversaciones sobre lo mal que está todo, mientras guardan turno respetuoso para beber de la manguera.

No son las élites, es el modelo de organización social

En 2050, seguiremos ignorando que los problemas territoriales del país no proceden de la existencia de élites regionales en Cataluña y País Vasco, sino de la inexistencia, fuera de las labores propias de la cortesanía, de cualquier tipo de sociedad organizada en el ámbito nacional.

En 2050, seguiremos preguntándonos si fue verdad que permitimos a un Gobierno prohibir los funerales de nuestros abuelos y padres. O exactamente a quién o a qué le estábamos aplaudiendo cada tarde.

En 2050, seguiremos todos siendo lo mismo que somos ahora. Porque hoy es siempre todavía y toda la vida es ahora. Y ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Y yo les prometo que dentro de treinta años seguiremos todos sin hacernos la cama.

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