Tensionar con la inmigración, otro error del Gobierno
Siempre he entendido el fenómeno migratorio como algo parecido al sol que sale cada día: un movimiento imparable e igual de necesario que el protagonizado por el ser humano para garantizarse su propia existencia, como se ha demostrado a lo largo de la historia. Sin una estrella como el sol, no habría vida en nuestro planeta; sin movimientos humanos, posiblemente tampoco. Pero aceptar toda la inmigración sin poner límites, especialmente la que llega ilegalmente, es como pasar todo el verano en la playa sin ponerse crema protectora.
Los dermatólogos ya han advertido de las graves consecuencias de estos excesos. Dicen los químicos que “la dosis es el veneno”. Ya saben, hay sustancias que, administradas en su justa medida, pueden salvarnos la vida, pero si nos pasamos de la raya, nos mandan al otro barrio.
Tenemos un Gobierno que ha decidido no poner ningún límite a la política migratoria, sencillamente porque no tiene política en esa materia (ni en otras). Así que habla de las llegadas masivas a nuestro país como quien ve amanecer todos los días. ¿Medidas disuasorias? ¿Protegernos? Eso es de fascistas y xenófobos.
Nosotros, los progresistas, abrimos las puertas de España de par en par porque también los españoles emigramos antes por todo el mundo. Y la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, se queda tan tranquila comparando a quienes viajaron a Alemania, con su contrato de trabajo en la mano, con los menores marroquíes que han llegado sin documentación, saltándose la ley y con la única escuela que aprendieron en su país para sobrevivir: trapichear en la calle. Trabajé seis años en Rabat y les puedo asegurar que España, comparada con la dictadura policial que es Marruecos, es lo más parecido al “País de Jauja” para un joven magrebí.
A diferencia de España, Marruecos sí tiene una política migratoria clara: máxima dureza con quienes llegan procedentes del sur y todas las facilidades para quienes quieren cruzar el Estrecho. Cada joven que se va es una boca menos que hay que dar de comer y un elemento más para desestabilizar a un vecino, España, al que más pronto que tarde presionarán con todas sus fuerzas, tanto desde fuera como desde dentro, para quedarse con Ceuta y Melilla.
Pero el Gobierno de Pedro Sánchez prefiere no ver ningún peligro en el aumento significativo de la llegada de inmigrantes irregulares ni en las tensiones sociales que este fenómeno viene generando en distintos sitios de España. Alarmarnos es de ultras. Así que las redes se han llenado sospechosamente de perfiles radicales que piden expulsiones masivas, abonando la idea de lo que parece la estrategia deliberada del Gobierno: polarizar a la sociedad española, enfrentando a «españoles buenos» progresistas contra «españoles malos», etiquetados como racistas y retrógrados.
Lo que está pasando en Torre Pacheco y otras localidades españolas es una reacción interna alimentada por quienes utilizan la inmigración como arma política, dividiendo a la sociedad entre «progresistas humanitarios» y «fachas xenófobos»
El creciente malestar social no responde a un ataque repentino de xenofobia del español de a pie, víctima ahora de grupos organizados de extrema derecha, como algunos sugieren, sino a problemas estructurales no abordados. La población magrebí joven, en particular, enfrenta altas tasas de desempleo (15 % para varones extracomunitarios frente al 10 % de los españoles, según la Encuesta de Población Activa de 2023) y un abandono escolar del 33 % entre las segundas generaciones, lo que limita su integración laboral. Esta situación, combinada con un mercado laboral deteriorado, genera una percepción de desamparo en sectores de la población española, especialmente entre los jóvenes.
Lo que está pasando en Torre Pacheco y otras localidades españolas es una reacción interna alimentada por quienes utilizan la inmigración como arma política, dividiendo a la sociedad entre «progresistas humanitarios» y «fachas xenófobos». Mientras el Gobierno insista en políticas de puertas abiertas sin abordar las desigualdades estructurales, la cohesión social se resentirá. Pero parece que es lo que alguien ha diseñado desde la Moncloa, porque, de lo contrario, no se entiende tanta inacción, rayana con la parálisis, ante uno de los grandes problemas de este siglo.
Este país necesita una política migratoria activa. Conocemos de cerca los errores cometidos en otras zonas de Europa, donde una integración mal entendida ha dado como resultado un peligroso esperpento social de difícil arreglo. En España no estamos todavía a ese nivel, aunque vamos por el mismo camino. Sobre todo si este Gobierno sigue creyendo que la polarización de la sociedad, también en esto, le va a dar réditos electorales.