Así se fabrican los enemigos en la política española
No se puede tolerar a quien amenaza las libertades, a quien quiere demoler la democracia
La política española de los últimos años se ha distinguido por la facilidad y la habilidad de fabricar enemigos. Una fabricación de enemigos que Vicenç Fisas Armengol, analista de conflictos y procesos de paz, ha protocolizado en su ensayo Fabricando al enemigo (2021). De hecho, nuestro autor nos ofrece una suerte de plantilla que pone al descubierto el mecanismo/criterio de fabricación del enemigo en España.
Cómo el PSOE fabrica enemigos
1. La demonización y culpabilización del otro en función de prejuicios y/o estereotipos negativos a la carta que acaban construyendo y estigmatizando al enemigo. Para el PSOE el PP formaría parte del grupo de colaboracionistas de la ultraderecha y el fascismo.
2. La adopción de actitudes negativas en la evaluación del otro. Para el PSOE existiría una máquina de fango del PP que todo lo embarra.
3. El mantenimiento de la rigidez en la clasificación del otro. Para el PSOE, Alberto Núñez Feijóo es un político correoso que miente sin pestañear.
4. La persuasión continuada que descalifica al otro. Para el PSOE la derecha y la ultraderecha son la manifestación más acabada del conservadurismo y el integrismo.
5. La desconfianza sobre las intenciones del otro. Para el PSOE quienes invocan a cada minuto el patriotismo –el PP y Vox-, deberían prestar más atención a los bienes públicos y las políticas públicas.
6. La manipulación de los medios de comunicación. Para el PSOE el marketing comercial y la prensa amiga son aparatos -prensa diaria, artículos, entrevistas, tertulias o programas radiofónicos o televisivos- al servicio de su relato de la realidad.
7. La participación de actores con capacidad para condicionar, instigar o inducir comportamientos ciudadanos. El PSOE nos hace creer que son líderes progresistas, directores de cine, actores y actrices, cantantes, intelectuales o escritores que ejercen libremente el derecho de expresión.
8. La obediencia a la autoridad y la sumisión voluntaria que te hace sentir miembro del grupo. Para El PSOE, todo ello constituye uno de los elementos fundamentales de su idea de la sociedad democrática.
9. La utilización del orgullo, la codicia, el narcisismo e intereses personales de los líderes, así como la capacidad para mantenerse a toda costa en el liderato de su país imaginario. Para el PSOE, la sociedad democrática.
10. La construcción de narrativas históricas basadas en mitos que pueden promover agravios imperecederos y deseos de venganza. El PSOE –dice cínicamente-, no entra nunca en este juego.
11. La glorificación de los símbolos y la defensa a ultranza acrítica de lo que se considera el honor patrio. El PSOE –asegura maquiavélicamente- tampoco entra en este juego.
12. La creación del pensamiento binario. Para el PSOE, existen amigos y enemigos. Así, de esta manera, aparece la deshumanización del otro al desaparecer la responsabilidad personal, la culpabilidad, los escrúpulos, los remordimientos de conciencia y las normas ético-morales. El PSOE califica al PP de enemigo.
Y qué hace el PP
Propiamente hablando, el PP, en la oposición, con un PSOE en su momento más delicado, ha ahorrado fabricar al enemigo. O al adversario. El constructor ha sido una realidad que le resulta favorable. De forma paulatina, se han ido imponiendo determinadas ideas y hechos que coinciden con las intuiciones iniciales del PP.
El PSOE califica al PP de enemigo
Unas ideas y hechos que, incluso la prensa afín al Gobierno –la el denominado Equipo de Opinión Sincronizada-, acepta como verdaderas o plausibles. A saber: la guerra contra los jueces y los medios de comunicación no afines, la colonización de las instituciones en provecho propio, la mala relación de Pedro Sánchez con la verdad, la necesidad de un gobierno que cumpla con sus obligaciones, la corrupción posible y, en fin, la derivada iliberal y autocrática de Pedro Sánchez.
Autoafirmación propia y negación del otro
Según los cánones de la filosofía clásica –pongamos por caso el maestro Aristóteles-, el discurso político, para alcanzar su objetivo, debía caracterizarse no solo por el entusiasmo y el sentimiento, sino también por el ethos, el logos y el pathos. Es decir, por el carácter, la manera de ser y las costumbres; por el discutir y el razonar; por la acción y la práctica. De ahí, de todo eso, surge la credibilidad del orador.
Lejos del discurso clásico, el discurso político de nuestros días recuerda una sentencia del filósofo Günther Anders que afirmaba que la autoafirmación y la autoconstitución del uno por medio de la negación y aniquilación del otro, no era más que la manifestación del odio (La obsolescencia del odio, 2019).
La política del odio frente a la tolerancia
Visto lo visto, algo de ello hay en la España política de nuestros días. Ese discurso del odio que distingue el “nosotros” del “ellos”, que levanta muros, que estigmatiza al adversario convertido en enemigo, que miente, que no escucha, que no responde aquello que le preguntan, que se burla del que piensa distinto. El grado omega de la intolerancia. Una manera de discriminación y exclusión. También, de fanatismo. Cierto, no todos los políticos son así.
Si Platón dijo que la virtud de una cosa es aquel estado o condición que le permite llevar a cabo adecuadamente su propia función, si la virtud es eso y está para eso, la tolerancia debe tener unas fronteras que no deberían traspasarse. No se puede negociar con quien usa el “diálogo” para imponer su concepción del mundo y su “verdad”.
No se puede tolerar a quien amenaza las libertades, a quien quiere demoler la democracia. No se puede tolerar –entender o comprender– al intolerante. No es verdad que todas las ideas sean lícitas y que todas las opiniones sean respetables.
Acabo estas líneas con una cita del Vicenç Fisas Armengol -inspirada en Juan José Tamayo y su La internacional del odio-, que nos ha facilitado la plantilla de la fabricación del enemigo: “La cultura no es solo lo que la gente piensa y dice que hace, sino también lo que la gente realmente hace. De ahí que se puedan producir `culturas del odio´ cuando este está muy extendido y hay masas que lo aplauden”.