En la gerontocracia del IBEX no pesan los años

Dieciocho presidentes del selectivo español siguen en el cargo una vez superada la edad de jubilación. Uno de ellos, César Alierta, anunció la semana pasada su retirada de la primera línea de gestión

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Los primeros ejecutivos del IBEX 35 sufren lo que los sociólogos llaman el síndrome de Tocqueville: tienen que justificar sus privilegios a los ojos de todos en una sociedad erosionada por la desigualdad. Atraídos por el compromiso de la responsabilidad corporativa, algunos presidentes y primeros ejecutivos de las grandes compañías se vuelcan en sus fundaciones; otros, vinculados a foros de opinión y lobbies, tratan de mediar en los antagonismos políticos que están retrasando la formación de Gobierno.

Uno de estos últimos, el presidente de Telefónica, César Alierta, a los 71 años, ha anunciado su retirada de la primera línea de la gestión para orientar su dedicación al patronato de la operadora.

Desde la discreción, Alierta, utilitarista convencido, ha cobijado el debate político entre empresarios en el seno del Consejo Empresarial para la Competitividad, un organismo en el que participan también veteranos destacados, como Isidre Fainé, presidente de CaixaBank, Florentino Pérez (ACS) o Francisco González, presidente del BBVA. Este último debe su cargo a José María Aznar, que le puso al frente del banco tras la fusión entre BBV y Argentaria. Lleva más de 16 años al frente de la entidad sin pensar en la jubilación y ha cambiado en varias ocasiones de número dos.

Villar Mir, Alemany…

El activismo de los primeros espadas va desde el aleteo de Alierta al dulce prejuicio soberanista pro convergente de Salvador Alemany (Abertis) pasando por el respaldo al PP de Juan Miguel Villar Mir. Este último, presidente de OHL, es a sus 84 años el decano del Ibex. Villar Mir ha sido un generoso donante del partido del Gobierno y no ha tenido ningún remilgo a la hora de mandar a su propio yerno, Javier López Madrid, a la planta noble de Génova, donde no hace mucho se rendía culto a cambio de indulgencias en los contratos públicos.

Por detrás de Villar Mir se sitúa el presidente de Técnicas Reunidas, José Lladó que, a los 82 años, sigue llevando el timón de la firma de ingeniería con gran presencia internacional. Lladó, ex embajador de España en Washington e hijo de Juan Lladó y Sánchez Blanco, expresidente del Banco Urquijo, pertenece a las cien familias que se han beneficiado de la concentración en los momentos más críticos de la Gran Depresión.

La lista de los más longevos en el cargo la completan Salvador Gabarró que, superados los 80 años, lleva una década presidiendo Gas Natural; Alejandro Echevarría en Telecinco con 73; José Folgado en Red Eléctrica con 72 y Antonio Zoido en Bolsas y Mercados con 71.

¿El valor añadido de la edad?

La llamada gerontocracia empresarial impone sus condiciones en una sociedad que se fundamenta en las diferencias. En la empresa actual, la identidad ha reemplazado a los intereses de clase como elemento de cohesión. En el nuevo espacio desestructurado y complejo de los mercados, el prejuicio de la edad se difumina en contacto con el poder, de modo que los años de un alto ejecutivo solo se miden por el valor añadido que es capaz de aportar.

Y este ratio es precisamente lo que mantiene en su puesto a cuatro presidentes que, a lo largo de 2016, superarán la barrera de los 65 años: Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola), Antonio Llardén (Enagás), Víctor Grífols (Laboratorios Grífols) y Ana María Llopis (Día). Son los perfiles Capex de la economía española; hablan poco y aportan mucho.

Relevos a medias

En el Ibex hay casos de actividad febril prolongada como el de Florentino Pérez, de 69 años, que aceptó ceder parte de las funciones en ACS a Marcelino Fernández Verdes, una transición de momento ralentizada. Repsol, por su parte, resolvió el relevo generacional con la cesión de las funciones ejecutivas por parte de Antonio Brufau a Josu Jon Imaz, un hombre marcado por la cultura de Deusto que llegó a la gestión tras su paso por la política, concretamente por el trono del Euskadi Buru Batzar, el corazón del PNV.  

Brufau continúa desempeñando la presidencia de la compañía, pero sus preocupaciones se han dirigido a organismos internacionales como el European Round Table of Industrialist, una asociación poderosísima, aunque casi desconocida, que agrupa selectivamente a chairmans de grandes corporaciones europeas.

El difícil equilibrio

A la hora de mejorar la productividad de las compañías cotizadas, los consultores de KPMG o Accenture confiesan que retienen la esencia de los veteranos para desparramarla luego en diferentes enclaves de la pirámide empresarial. Los consultores adoran la meritocracia y se esfuerzan por reequilibrar el patrimonio intelectual de las estructuras jerárquicas.  Cuando se trata de equipos directivos, siempre lo hacen bajo el mismo lema: «tomamos el matiz a los veteranos y se lo exponemos a los jóvenes; así reequilibramos el know how transfiriendo conocimientos de mayor a menor edad», dice un socio de Garrigues.

No es el culto a la juventud lo que valoran los consultores, sino la capacidad de robotizar al empleado modélico. Gestionar no es una fórmula matemática y, conscientes de ello, las escuelas de negocios abandonaron hace mucho la sobrevaloración de la juventud sacrificando el culto a los yuppies en el altar de la razón. Así se explica en parte que sean un total de 18 las compañías incluidas en el Ibex dirigidas por personas que han superado ya los 65 años.

España es un país anti-dimisionario. Nadie se va por su propia voluntad. Mucho antes de su reciente salida, César Alierta suprimió en 2007 la norma de Telefónica que obligaba a los presidentes a abandonar el cargo al cumplir los 65. Francisco González, por su parte, lo hizo dos veces en el BBVA: primero elevó el límite a los 70 años y en 2011, lo volvió a subir hasta los 75. Sin embargo, dado que él no cumple sus propias reglas, sus colaboradores están seguros de que aguantará hasta 2020. 

La influencia del ejecutivo

Los cambios de Gobierno repercuten siempre en la primera línea del Ibex. Cuando en 2004 se produjo el vuelco electoral tras los atentados del 11-M y Zapatero llegó a la Moncloa eran numerosas las empresas en las que el capital público era aún determinante a la hora de decidir quién las gestionaría. No eran pocos los presidentes, desde Telefónica a Repsol, pasando por BBVA, Altadis, Iberia, Indra, Enagás, Red Eléctrica, etc. que estuvieron en la picota. Ahora, si finalmente Pedro Sánchez, el líder del PSOE, consigue formar gobierno, con Podemos o Ciudadanos, las cinco empresas que se verían afectadas directamente serían: Bankia, Aena, Red Eléctrica, Enagás e Indra.

Las representaciones y los símbolos, que han sustituido al puro conflicto de intereses en la empresa, actúan como contenedores de aspiraciones políticas casi nunca confesadas. La incertidumbre del actual vacío de poder afecta al prestigio más que a la cuenta de resultados cuya recuperación se da por descontada.

Las exigencias a los nuevos

Los excesos de los partidos han roto los puentes entre política y economía y, paralelamente, la gerontocracia se ha diluido en un exceso de prudencia. Su relevo exige a los nuevos recuperar el timón de la palabra, algo que no suelen hacer los altos mandos de hoy vinculados a importantes sectores regulados por miedo a un futuro Gobierno.

El síndrome de Tocqueville o miedo a que sus privilegios no encajen en el sistema de legitimaciones salido de la crisis, será superado por los sustitutos con una caída de las rentas (el mundo del bonus y las stock options está en franca decadencia). A los nuevos, además de transparencia, la sociedad les exige que ajusten sus salarios a los costes unitarios homologables en las economías modernas. Sería el fin de las escandalosas rentas que multiplican por 30 los salarios medios. Si la vocación se impone, los años no pesan.

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