De rufianes y charnegos

En la segunda sesión del fallido debate de investidura en el Congreso de los Diputados, un Rufián -un señor que así se apellida- saltó a la tribuna en representación de Esquerra Republicana para ofrecer un discurso desolador y altamente lamentable para muchos catalanes y para la mayoría de españoles dada su falta de rigor intelectual y de coherencia, fundamentado además en un relato falso y partidista de lo que acontece hoy en Cataluña.

Este Rufián, para justificar su discurso, alardeó falsamente –y se arrogó su representatividad- de una inexistente mayoría social en Cataluña favorable a la independencia.

Lo que llamó más fuertemente la atención, fue su rufianesco argumento de autoridad, base de todo su discurso: «Soy charnego e independentista catalán». A ese Rufián, que se ha educado en la libre, plural y bilingüe ‘escola catalana’ (¿ah, que no lo es sino todo lo contrario?), habría que hacerle una reválida de Historia, ya que parece no recordar el sentido original que comportaba dicha adjetivación.

Cuando los inmigrantes de otras regiones españolas llegaban a Cataluña en los años de la dictadura, conocían nada más llegar la palabra ‘charnego’ que, por aquel entonces, era hirientemente despectiva ya que señalaba a aquellas personas que venían a vivir y a trabajar en Cataluña, buscando un futuro mejor para ellos y sus hijos.

De poco sirvió que el Sr.Pujol, cuando era Molt Honorable/Andorrable, en la cínica búsqueda de una mano de obra ‘charnega’ y mal pagada para la entonces potente industria catalana, hiciera correr aquella consigna ‘integradora’ de que eran catalanes los que vivían y trabajaban en Cataluña, lema ahora caduco por los extremos efectos ideológicos y sociales del separatismo.

Afortunadamente, hoy en día, la palabra charnego ha perdido gran parte de su carga peyorativa y xenófoba. Y esto es debido, como casi todo en la Cataluña actual, a los telúricos designios del nacionalismo: ser charnego es ahora -y como tal lo utilizó el Rufián- un galón, pero exclusivamente un galón del separatismo, y a tenor de lo visto, no es ningún galón de oficialía con carrera sino, en el rufianesco caso, más bien parece del trasnochado arquetipo de sargento chusquero.

Actualmente, para el secesionismo, a pesar de las tres largas décadas subvencionadas de adoctrinamiento y propaganda, urge la necesidad de ampliar su insuficiente base social.

Por ello, el charnego ‘histórico’ ha dejado de ser el enemigo ‘castellanizador’, y ha sido sustituido por un enemigo aún peor: los catalanes nacidos aquí, sean hijos de primera o novena generación, tengan ocho apellidos catalanes o ninguno, no importa, lo único relevante es que estos díscolos ciudadanos no aceptan las sesgadas teorías, invenciones e imposiciones de la xenófoba grey independentista.

Entre estos catalanes podemos encontrar ‘catalogados’, a juicio de la supremacista ideología secesionista, a todos los modernos enemigos de la patria catalana: los colonos, o aquellos ‘enviados’, antes por Franco o ahora por el malvado Estado Español, a castellanizar Cataluña (en este grupo hallamos la subcatalogación de charnegos irredentos); los fachas y de derechas, por el mero hecho de declararse españoles y catalanes (aquí se cataloga también a cualquiera que no esté de acuerdo en ser solo catalán, también a los de izquierda, ya que no importa que hayan votado opciones de izquierdas durante toda la vida); el españolista, que es la peor de las catalogaciones posibles ya que representa al enemigo por antonomasia del pueblo catalán y defiende a ultranza la integridad de España; y ya para acabar el unionista, aquel concepto extrapolado con una falta de ética sorprendente de la dolorosa situación que ha vivido el Ulster durante mucho tiempo, y que responde a la búsqueda por parte del secesionismo de la autoequiparación de los catalanes con un pueblo oprimido -en todos los sentidos- y de los españoles con invasores violentos y crueles.

Cabe también recordar en esta catalogación, a título de anécdota pues está prácticamente en desuso, un término aplicado despectivamente a aquellos procedentes del litoral mediterráneo del sur y del sureste español, los africanos, término que tanto gustaba usar a algunos. En definitiva, si se buscara el taxón de esta especie invasora, para el nacionalismo sería claramente el ‘homo ibericus’.

Aunque la palabra charnego ya no se emplee como hace unos años (ha habido incluso un Presidente charnego de la Generalitat, el Sr. Montilla, que en cierta manera presagió lo que estaba por llegar) y ya no sea éste el enemigo principal del modelo excluyente de ‘país’ que lleva décadas diseñando el nacionalismo, actualmente podemos observar dos subcatalogaciones de ‘charnego’.

Por un lado están los que silenciosa y subconscientemente han aceptado su ‘denominación’ charneguil, impuesta en el imaginario colectivo catalán por la ciudadanía ‘de raza’ (ergo la nacionalista y separatista), y que son tolerados porque son un activo necesario para ampliar la base social en la que justificar los desmanes y dislates del secesionismo.

Por otro está el modelo de charnego rufián, es decir, aquellos émulos ‘barretinaires’ del régimen colaboracionista de Vichy, aquellos que, como Rufián, en pago a sus servicios, han renunciado a sus orígenes, han olvidado a sus ancestros, han renunciado a una patria que nos une a todos los españoles en la paz y la prosperidad, han renunciado a una lengua común que es la segunda en importancia a nivel mundial, se han sumergido en el odio a todo lo que les es propio pero que rechazan selectiva y sectariamente, y han forjado erróneamente su personalidad en el olvido y en el desprecio a los que son sus hermanos, sus amigos y sus parientes, en definitiva, sus compatriotas.

Cabe anotar que en ciertos lugares de Cataluña, como en mi queridísima Ciutat dels Sants, Vic, aún pervive como anacronismo el concepto ‘charnego de mierda’, con el que fue obsequiado a pie de calle recientemente Jordi Évole y que quedó recogido para la posteridad en su programa de televisión.

El charnego rufián se ha convertido indiscutidamente en el nuevo taxón en la clasificación de esa especie que parece brotar como la mala hierba en algunos rincones de nuestra querida Cataluña, que actúa con mayor virulencia que los catalanes de ocho apellidos, y que anhela hacerse fiel servidor del poder secesionista que tiene secuestradas a nuestras instituciones, y que busca, cual perro sumiso y faldero, la integración en el ‘nou país’ y su sustento personal, cual limosna, pidiendo un perdón cuasi ancestral por su ‘charneguería’ y que trata de diluirse así en el magma informe pero unificado de los ‘nuevos catalanes’ en su versión 2.0 que poblarían esa Ítaca secesionada por la que tan desesperadamente suspiran sus amos.

El resto serían disidentes, traidores y estigmatizados sociales que necesitarían ser reeducados en las próximas décadas, ya sea mediante nuestro ‘casolà’ modelo subvencionado de adoctrinamiento y propaganda, o quizás cambiando el modelo productivo de Montserrat, exigiendo a la congregación que en vez de producir los conocidos «Aromes» manufacturen soma para el nuevo mundo feliz que ineluctablemente nos traerá consigo el ‘nou país’ independiente.