La reacción pendiente del independentismo catalán

Todos los movimientos políticos fracasados, de carácter mesiánico y antidemocrático, como el independentismo catalán, reivindican la reacción pendiente

Imagen de una manifestación independentista. EFE/Enric Fontcuberta
Imagen de una manifestación independentista. EFE/Enric Fontcuberta

Todos los movimientos políticos fracasados, de carácter mesiánico y antidemocrático, reivindican la reacción –aunque, hablen de revolución– pendiente. El independentismo catalán, por ejemplo.   

No doblegarse frente al Estado  

En el principio de la reacción pendiente en Cataluña, aparece la defensa de las instituciones del –dicen- nuevo Estado in statu nascendi –Consejo para la República o Asamblea de Representantes- que deben encararse al Gobierno del Estado y al propio Estado. Objetivo: un “desbordamiento democrático” que levante la declaración de independencia de 2017 y conduzca al pueblo a la independencia y la República Catalana.

Un elemento imprescindible de esa reacción pendiente: la acción. Aires del anarquismo y el sindicalismo del XIX y principios del XX que practican la acción directa sin tener en cuenta –además del orden público– la legalidad democrática e institucional existentes. Con frecuencia, reaparece la violencia política a la manera de Georges Sorel y el adoquín o el mobiliario público como instrumentos arrojadizos de lucha.

Vale decir que la acción requiere de un activismo, modelo primeras décadas del XX, que impulsa la agitación y la movilización permanentes por la vía de la propaganda y el proselitismo. Un activismo que suele contar con intelectuales o asimilados –individuales o colectivos– que difunden la Idea.

La idea

El independentismo catalán vive –aunque no lo sepa– del romanticismo alemán del XVIII de, por ejemplo, un Herder que habla –raíces medievales, por cierto– de la existencia de un espíritu colectivo y una misión específica que conduce a un destino nacional que, finalmente, dará justa satisfacción al espíritu del pueblo. Pero, siempre hay revisionistas y traidores.

Revisionistas y traidores  

La reacción pendiente, por su propia naturaleza, señala al revisionista y  al traidor. Para el secesionismo catalán radical, el desleal es, grosso  modo, el Govern de la Generalitat. Y, trazo fino, ERC. Son ellos quienes incumplen el mandato popular del 1-O y no despliegan la República Catalana. De ahí, emerge la reacción pendiente de quienes creen que no hay que doblegarse ante el Estado ni abandonar o renunciar a la Idea.

Para el secesionismo catalán radical, la contrarrevolución independentista está en casa. Frente a la revolución (?) independentista,  que tiene su punto álgido el 1-O, aparece una contrarrevolución interior con el pretexto de controlar excesos. Aparece una burocracia que domestica la “revolución” para ponerla al servicio de un interés espurio: consolidar la Cataluña autonomista desde posiciones supuestamente independentistas.

El sujeto agente de la “contrarrevolución” en Cataluña: ERC. Los colaboracionistas voluntarios o involuntarios de la misma: Junts y la CUP. Los cómplices por pasiva: la ANC y Òmnium Cultural.   

Al respecto de lo dicho, merece la pena sacar a colación una alusión –recogida por Vicent Partal– al Joaquim Torra que advierte que “los contrarios de casa son tan peligrosos como los de fuera o más”. Palabras que el periodista apostilla en los siguientes términos: “Impotencia y rabia, porque nadie sabe a ciencia cierta cómo salir del círculo”. (Un avís a temps sobre la contrarrevolució independentista,  19/10/2020).  

La reacción pendiente

Nadie sabe cómo salir del círculo, dice Vicent Partal. Pero él mismo señala un camino. La España institucionalmente fallida, las relaciones anómalas entre ejecutivo y la crisis económica, la pésima gestión de la pandemia y el nerviosismo de unos españoles proclives al autoritarismo para superar la crisis; eso, facilita el estallido de una minoría nacional sistemáticamente discriminada –Cataluña– que aspira no solo “a cambiar de bandera, sino a cambiar de vida”. Es decir, “a hacer la revolución”.

Una reacción pendiente que prosiga la “emoción [de la] ruptura democrática de los días 6 y 7 de septiembre” y debe ser la continuación del “poder popular que defendía las urnas, detenía el país entero y movilizaba la población hasta el último rincón, a cualquier hora, sin divisiones partidistas de ninguna especie”.

Concluye: “Una nueva Cataluña capaz de plantar cara a España en el terreno que España, y no nosotros, ha escogido para el combate… hablar claro siempre es imprescindible para desbrozar el camino”. 

En Cataluña, por ejemplo

El relato y el discurso de los movimientos que reivindican la revolución/reacción pendiente están mechados con términos o expresiones como, entre otros, “emoción”, “acción”, “pueblo”, “rabia”, “combate”, “revolución”, “alma”, “espíritu”, “misión”, “presos políticos”, “exiliados”, “no es justicia, es venganza”, “contra la sentencia, desobediencia” o “ni olvido ni perdón”.

Un relato y discurso –propio de las primeras décadas del XX- que utiliza en vano el nombre de la democracia y exige el afán de combate, la fidelidad a la causa, la épica, un cierto sentido heroico de la vida, la capacidad de organización y ejecución, la deslealtad institucional, el incumplimiento de la legalidad democrática, la vocación mesiánica, la movilización permanente, y la entrega de una minoría que abre camino.

Todo, a cambio de la instauración de un orden nuevo. La historia de Europa está llena de esas promesas –movimientos autoritarios y populistas de índole diversa- incumplidas o fracasadas. Afortunadamente. En Cataluña, por ejemplo.            

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