Iglesias ofrece «su piel y su salud» y Sánchez subir impuestos

Ahora que la crisis catalana no concentra toda la atención nacional, se ven las heridas que dejó el procés en la política española

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La política es una ciencia compleja en la que las ecuaciones no son necesariamente automáticas ni precisas. La crisis catalana lleva meses secuestrando la actualidad nacional. Ahora ha descendido en el ranking de preocupación de los españoles, pero ha dejado heridas no solo en Cataluña sino en el resto de España. Y lo curioso es que el principal protagonista del enfriamiento y desactivación del procés ha sido el más perjudicado.

Si colegimos que el artículo 155 ha sido el bálsamo que ha aliviado la preocupación por la situación de alta tensión en Cataluña, parece una paradoja que Mariano Rajoy y el PP hayan salido trasquilados de ese envite.

El único que ha sacado claros réditos electorales del contencioso catalán ha sido Ciudadanos. Ahora, disparado en las encuestas, amenaza la hegemonía del Partido Popular en el centro derecha español y se consolida como única alternativa de gobierno. Algo que parecía ciencia ficción hace tan solo unos meses.

Explicar esta paradoja merece unas reflexiones.

La primera consideración es pensar que la política hacia Cataluña no tiene por qué ser necesariamente la explicación de la desestructuración de las expectativas electorales del PP. El proyecto del PP da signos evidentes de agotamiento a pesar del éxito capitaneado por Rajoy en la crisis catalana. ¿Por qué no agradecen los electores el coraje con que Mariano Rajoy ha utilizado la Constitución para atajar el desafío independentista? Si esa era la primera preocupación de los españoles en los últimos meses, lo lógico es que estos premiaran al artífice principal de ese alivio.

Busquemos explicaciones en otros caladeros.

Los escándalos de corrupción han estado vigentes en los últimos años con una cadencia monótona. Hubo un momento que parecían amortizados. Pero asistimos cotidianamente a nuevos episodios que no terminan de supurar la infección del partido en el poder.

A pesar de su éxito en Cataluña, el gobierno de Rajoy amplifica fracasos hasta lo insoportable

Pudiera ser que lejos de agotar al espectador el rosario de noticias sobre esa etapa inacabable haya resucitado la indignación hasta convertirla en rechazo activo.

Escuchar a Rodrigo Rato chulear a sus señorías en el Congreso ha recordado los años en que el ahora denostado era considerado el artífice del milagro español. La «herencia recibida» como explicación de la crisis ha caducado; ya no es un mantra efectivo. Y no por aciertos en la política de comunicación del PSOE.

Fracasos de gestión del gobierno de Rajoy aparecen amplificados hasta lo insoportable. Hemos pasado de un ministro de Interior que utilizaba policías políticas en los ratos que no entregaba medallas a alguna virgen a otro que convierte una nevada en una catástrofe nacional, por no haber sabido manejar las quitanieves. Además, el director general de tráfico, en vez de disculparse ha echado la culpa a los conductores y ha envidado más, reivindicando el derecho de estar viendo el derbi sevillano «porque en Sevilla hay teléfono e Internet». Haciendo amigos.

José Ignacio Zoido venía de organizar un salpafuera en Cataluña el 1 de octubre. No tenía nada previsto para evitar el referéndum y ofreció, gratis de derechos de autor, una imagen de brutalidad policial que dio la vuelta al mundo. Estuvo a punto de permitir sacar cabeza en Europa a los independentistas.

A partir de ahí, la confluencia de un mal candidato, Xavier Albiol, y una campaña brillante de Ciudadanos, sepultaron las expectativas del PP en Cataluña por la inercia hacia el voto útil que supo dibujar con acierto Inés Arrimadas. Ni una duda y unos mensajes nítidos, sin complejos ni vacilaciones, aglutinaron el voto constitucionalista. Y reflejaron el éxito de Ciudadanos en toda España, confirmando la debilidad creciente y el agotamiento del gobierno de Rajoy.

Los electores no están interesados en la piel de Iglesias, sino en un proyecto político

Para consagrar el cambio estructural del mapa político en España hay que analizar lo ocurrido en el PSOE y en Podemos.

El PSOE tiene una tragedia psicoanalítica en Cataluña. Miquel Iceta necesita que todo el mundo le quiera. No soporta que nadie dude de la calidad y cantidad de su catalanismo. No ha descubierto algo elemental: cuando la Constitución está amenazada no hay que pedir perdón por restablecer la legalidad.

Ahora ha cuantificado los votos que perdió con su ocurrencia de proponer un indulto para los golpistas en plena campaña electoral. Nada menos que cien mil votos regalados de golpe a Ciudadanos. Su estrategia de sumar los restos de Unió Democrática de Catalunya no apuntaron resultados. Y a lo mejor también dirigieron votos propios hacia Ciudadanos si nos fiamos del análisis de los resultados en lo que fueron caladeros socialistas del cinturón rojo.

Cuando Pedro Sánchez apuesta claramente por defender la Constitución resulta inexplicable que luego el PSC se disculpe en cada mensaje.

Lo de Podemos es más grave. Su ambigüedad sistemática le ha dejado en tierra de nadie en y retrocedió el partido de Ada Colau en Cataluña y las expectativas de Podemos en toda España.

Ahora, reaparecido después de unas largas vacaciones de Navidad, Pablo iglesias ha ventilado el problema pidiendo pasar página de la política catalana. En las dos últimas y cruciales semanas, Xavier Domenech ha abdicado del papel que a pesar de su descenso electoral podía estar jugando en los movimientos para formar la Mesa del Parlament y en la investidura de un nuevo president.

Ahora que Mariano Rajoy está en caída, que era el leit motiv de las posiciones de Sánchez e Iglesias, los dos están perdidos, atacados por la falta de densidad de sus propuestas políticas.

Pablo Iglesias ha sintetizado sus planes en una sola frase. Va a dejarse «la piel y la salud» en ser el próximo presidente de Gobierno. Ofrecer su piel es recurrente. Probablemente los electores no están interesados en la piel del líder de Podemos. Les bastaría que tuviera un proyecto político.

Sánchez desconoce la solidez de un proyecto político como condición para una subida electoral

Ofrece su piel a menudo, desde los tiempos en los que no se podía constituir gobierno en España. Se debió quedar sin piel cuando desaprovechó la investidura fallida de Pedro Sánchez que permitió la continuidad de Mariano Rajoy.

Creo que Pedro Sánchez desconoce lo que es la solidez de un proyecto político como condición previa a una subida electoral. Obsesionado con que nadie pueda poner en duda que es de izquierdas, su estrategia aparece siempre como una suma desordenada de ocurrencias. Ni siquiera están hilvanadas unas con otras.

El último eslogan es una subida de impuestos a la banca para pagar las pensiones, presentando como novedad algo que es tan viejo como la Tasa Tobin. La España plurinacional permanece en el baúl de las propuestas sin desarrollar. Y lo primero que han hecho los padres de la Constitución en la comisión del Congreso es decir que la Constitución no necesita reforma.

Los barones socialistas siguen callados, lo que no significa que estén contentos. En mayo se cumplirá un año de la victoria de Sánchez en las primarias socialistas. Quizá sea el año de gracia que le han concedido los barones territoriales.

Así las cosas, el cielo político dibuja una constelación que exige que Ciudadanos agarre el timón de la política española, sobre todo por incomparecencia de todos los competidores.

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