“Sólo los tontos tienen hijos en España”

El economista Manuel Blanco Desar presenta ‘Una sociedad sin hijos’ en Madrid. El nuevo libro de Economía Digital radiografía el drama de la España senil

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Una porción de la España senil se fue de concierto. Llenó un par de tardes el capitalino pabellón de deportes. Pocas veces se vio tanta cana primeriza frente a un escenario de pop, rock o lo que sea que toquen los U2 ahora. Y como ni ellos lo saben, impostaron el espectáculo con la misma tecnología que la CNN usa para dar el tiempo. Dio igual: a ese cacho de la España senil le parecía maravilloso estar ahí. Los irlandeses siempre dominaron a la perfección el arte de ensimismar a las provincias –España, bajo su óptica, lo es— y, sobre todo, la de sacarles la pasta.

Que nadie se ofenda. La España senil es, en realidad, toda España. Así que esta crónica es inclusiva. Y lo es porque envejecemos. Y envejecemos sin la potencia económica, tecnológica, ni industrial que arropa a Japón y Corea del Sur. Son los dos únicos países que tienen más ciudadanos seniors que España. Nuestra sociedad también flirtea con el octogenarianismo sin saber qué hacer en sus fronteras ni cómo incentivar la natalidad sin que lo que crezca sea, en realidad, la picaresca.

La natalidad en España según los ingresos

Mientras una porción de la España senil clamaba “elevation” junto a Bono; en un cachito de Madrid una voz mucho más modesta dijo, a quién quiso escucharle, que “en España sólo los tontos tienen hijos”. Manuel Blanco Desar lo soltó como si lo hubiera improvisado. Casi como si metiera la pata frente a la prensa y los invitados a la presentación de Una sociedad sin hijos (ED Libros). Pero sabía muy bien lo que decía. La buena noticia es que, dada la escasez de nacimientos, se infiere que se cuentan pocos «tontos» entre los españoles. Algo es algo.

Echemos mano por un momento del lenguaje decimonónico de Pablo Iglesias (Podemos). Las estadísticas de los últimos 30 años reflejan, según Blanco Desar, que sólo tienen hijos los llamados “trabajadores”. Los conocidos como “ricos” renuncian a la descendencia. Esta norma la rompe el mismísimo Iglesias: ya vive –felizmente— con sus dos hijos y la madre de ellos en un chaletazo de la sierra madrileña. Hay que ingresar un buena renta para vivir allí; en su caso no sólo para pagar la finca; sino para sufragar la redecoración del interior.

Una sociedad que da la espalda a sus madres

Manuel Blanco Desar durante la conferencia en Madrid y en la que presentó 'Una sociedad sin hijos' (ED Libros)

Blanco Desar (derecha) ilustró la situación demográfica mundial durante la presentación de ‘Una sociedad sin hijos’. En este contexto la realidad española aflora como un problema económico de primera magnitud.

Al margen de anécdotas, las aparentes contradicciones reales de la izquierda planearon durante la conferencia de presentación de Una sociedad sin hijos. “Queremos un catálogo de ayudas nórdicas sin armar un país que pueda pagarlas”, explicó Blanco Desar, cuando lo primero que habría que hacer es respetar la paternidad. “Hay madres a las que deberíamos proteger como oro en paño pero que la sociedad desprecia”.

“A una joven que no llegaba a los 30 años no la dejaron subir a un autobús público porque llevaba un carrito de mellizos y la normativa no lo permite”. “Lo más preocupante es que ningún pasajero se inmutó”, lamentó el economista durante la presentación. En este contexto “sólo los tontos tienen hijos”.

Blanco Desar promueve en Galicia, es oriundo de la comunidad, decenas de medidas –como revertir las limitaciones en los buses urbanos— que favorecen la natalidad y carecen de impacto sobre el erario. Ahora plantea un título trepidante para todos en sus primeras 100 páginas y palpitante hasta la contraportada para los estudiosos del fenómeno. Una sociedad sin hijos también es clarividente sobre la inmigración: la tasa de natalidad en Cataluña la salvan los colectivos internacionales instalados allí.

A partir de aquí, la ironía, presente siempre en Blanco Desar: «¿Cómo se puede ser nacionalista sin traer nacionales al mundo?». Pero, ¿quién ha dicho que el nacionalismo no esté lleno de contradicciones?

Ismael García Villarejo

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