El rincón de la Provenza que imita al Cañón del Colorado
La franja de los Ocres del Luberón es un capricho de la geología, zona de tierra roja y cañones que recuerdan al Lejano Oeste. Pero está en plena Provenza francesa

Sendero de los Ocres, cerca de Rousillon. Foto Alh1 – Flickr
Qué capacidad la de Francia para mimetizar sus paisajes como si fueran de otro país. Hemos hablado de la Normandía suiza, del rincón de los Vosgos que recuerdan a Finlandia, y ahora viajamos a la Provenza para descubrir unos parajes que parecen extraídos del Lejano Oeste.
Es un paisaje que puede recordar al desierto de Los Monegros o aTabernas en Almería, que fue usado varias veces como plató de spaghetti western.
Arcoíris de ocres
En el caso de este sitio francés, se lo conoce como los Ocres del Luberon, una fascinante formación geológica que presenta 24 matices de colores, desde el amarillo suave hasta un rojo “pardo, intenso y rotundo”, describen en Turismo de Provenza.
Estas tierras presentan 24 matices de colores, desde un amarillo suave hasta un rojo intenso
El origen se remonta a 230 millones de años, cuando la región de Provenza estaba cubierta por las aguas.
Cuando se retiraron hace 110 millones de años dejaron este paisaje de arena ocrácea, que tiene la particularidad que cambia de tono conforme el sol rota por el firmamento.
Este paisaje de estética marciana cuenta con 1.000 km de rutas de senderismo, que se reparten en nueve zonas.
La villa ocre de Rousillon
Una de estas rutas conduce a la villa de Rousillon, ubicada a 50 km de Avignon y rodeada por las sierras de Luberon y los Monts de Vaucluse.
Varias veces fue elegido como uno de los pueblos más bonitos de Francia. Y se ve por la particularidad cromática que está presente en sus fachadas, donde las diferentes gamas de ocre se presentan en las casas de puertas altas y angostas, en ocasiones decoradas con enredaderas.
Allí se encuentra Ôkhra, el ecomuseo de los ocres y el color, en una antigua factoría que desde fines del siglo XVIII se encargó de extraer este pigmento para la construcción, la alimentación y las artes plásticas; hasta que fue desplazada por los tintes sintéticos en los años ‘50.
Este pueblo también cuenta con atractivos históricos como las plazas Pasquier, de la Abbé-Avon, de la Forge (en el antiguo patio de armas de un castillo) y Pignotte, además de la vieja entrada medieval de Belfry, la iglesia de Saint-Michel y la fuente de las Naïades.
El lugar ha sido un imán para los artistas, donde varios han instalado sus ateliers y galerías en las antiguas casas.
El pueblo de Apt
Otro pueblo que se encuentra en este territorio de geografía surrealista es Apt, que presenta un museo que también recuerda la extracción histórica del ocre, pero también permite conocer otras actividades regionales como la producción de fruta confitada y la fabricación de loza y cerámica.
Rousillon, con sus fachadas en diferentes tonos de ocre, varias veces fue elegido como uno de los pueblos más bonitos de Francia
Cada sábado en una de sus plazas se monta un mercado de productos de la comarca, que data de la Edad Media, donde también se ofrecen artesanías como jabones o sombreros.
Las minas abandonadas
Otra de las formas de descubrir la historia del ocre es explorar las antiguas minas de Bruoux, cerca del pueblo de Gargas, donde se pueden visitar las galerías excavadas hasta mediados del siglo XX para extraer este mineral.
Solo se pueden hacer unos cientos de metros en las entrañas de las sierras de ocre, pero la explotación minera llegó a horadar hasta 40 kilómetros de túneles en la zona.
Allí todavía quedan, como testigos silenciosos, canales, estanques de sedimentación, cobertizo de ladrillos, motores de bomba utilizados para lavar el ocre.
El Colorado Provenzal
En las cercanías de Rustrel se encuentra el Colorado Provenzal, la zona donde la tierra y las sierras adquieren la mayor diversidad cromática.
En las visitas hay que tener en cuenta que hay pocos sectores de sombra y que por la fragilidad del ecosistema no hay que salir de los senderos. Además subir por las dunas de tierra roja puede ser muy peligroso por lo inestable del terreno.
Con precaución, y con algo de paciencia, se puede tener una experiencia de viaje increíble, inmortalizada en un paisaje de belleza agreste que al atardecer se transforma mágicamente.