Cheque en blanco a Moreno para gestionar Andalucía

El presidente andaluz, que convocó elecciones porque no podía aprobar los Presupuestos, logra una mayoría absoluta para gestionar la Junta y aplicar libremente el recetario de las políticas de bajos impuestos e impulso económico

Juanma Moreno, en un momento del cierre de la campaña del 19J

Juanma Moreno, en un momento del cierre de la campaña del 19J

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Juanma Moreno ha alcanzado lo que parecía una quimera: lograr una mayoría absoluta propia de las que encadenaba el socialista Manuel Chaves, con el permiso de los 66 escaños de Escuredo y los 60 de Borbolla en los albores de la autonomía andaluza.

Diez años después de que se quedara sin desplegar en la sede regional de los populares la pancarta de Javier Arenas tras las elecciones de 2012, en las que PSOE e IU formaron coalición, y tras el peor resultado de la historia del PP -26 diputados- con el que consiguió entrar en el Palacio de San Telmo, apoyado en Ciudadanos, al que ahora ha dado la puntilla, y con el concurso parlamentario de Vox, Moreno ha obtenido el hito histórico de conseguir 58 diputados en la tierra que fue, y se conjuga en pasado, bastión imbatible para los socialistas durante 37 años.

Este resultado deja tres conclusiones evidentes: la primera es que Moreno tiene las manos libres para desplegar su programa electoral y gobernar sin ataduras un escenario de incertidumbre económica como el que vaticinan los organismos internacionales; la segunda es que será el político malagueño el gran barón en el que se va a apoyar Núñez Feijóo en su camino hacia la Moncloa frente a un Sánchez desgastado tras el mal resultado registrado por Juan Espadas, el candidato que designó para enterrar a Susana Díaz.

La tercera conclusión es que para lograr un techo sideral como el de este 19J, que convocó tras ver frustrada la aprobación de los presupuestos autonómicos, no ha tenido que apelar a la forzada diatriba entre “comunismo o libertad” o recurrir a la confrontación permanente con el Gobierno de España, como practica en abundancia Díaz Ayuso, quien tras estos comicios ve aminorado su fulgor en el seno de la familia popular.

De paso, con este resultado en el que se vale de sí mismo la próxima legislatura en todas y cada una de las políticas que lleve al Parlamento de Andalucía, ha pinchado el globo de un Vox sobreexcitado que ha ejecutado desde el principio una campaña errática apoyado en una candidata, Macarena Olona, que ha querido librar una batalla cultural que, al menos por estas latitudes, no es motivo de debate. Andalucía cree en la diversidad, entiende el reto migratorio y ha sido, a lo largo del tiempo, vanguardia en la lucha contra la violencia de género.

Por el contrario, el suyo ha sido el éxito de presentarse ante los electores con un estilo marcado por la ausencia de histrionismo y la moderación en el tono, gracias al cual, envuelto en la bandera blanquiverde, tanto en la escenografía como en el discurso, como hicieran los distintos presidentes socialistas, ha logrado ensanchar la base del Partido Popular, cuyas siglas, paradójicamente, ha escondido a lo largo de toda la campaña.

Un estilo presidencialista e institucional que han premiado los electores: 1,5 millón de votos, 832 mil más que en 2018, que hacen valer el refrán de “en tiempos de tribulaciones, no hagas mudanzas”. Salvo Cataluña, que tiene su propia vara de medir, todas las elecciones en pandemia o en su recta final han respetado la gestión de los presidentes autonómicos: Feijóo en Galicia, ahora como líder nacional, Urkullu en el País Vasco, Ayuso en Madrid y Mañueco en Castilla y León, aunque, en este último caso, con la incómoda dependencia de Vox tras forzar un adelanto electoral al que le empujó Casado.

Con Feijóo, al que le precede la fama de hombre curtido en la gestión, que ha encadenado mayorías y que defiende la identidad propia de los territorios, y amortizado ya el anterior presidente del PP, que nunca supo conectar con el electorado andaluz, Moreno ha alcanzado un estatus privilegiado desde donde seguirá percutiendo, los próximos cuatro años, en lo que mejor saber hacer: vender que desde su llegada a la Junta, Andalucía ha pasado de ser el farolillo rojo en multitud de indicadores socioeconómicos a convertirse en una locomotora que mira de tú a tú a comunidades como Madrid o Cataluña, aunque, eso sí, un análisis sosegado de los datos no dé siempre por cierta esta teoría.

En lo económico, Moreno seguirá confiando sus políticas a su consejero Juan Bravo que diseña, desde Génova 13, un patrón idéntico para todos los territorios, esto es, un programa que apuesta por la bajada de impuestos y las medidas de corte liberal. En lo social, y a la espera de los nombres que finalmente incorpore a la estructura de su Administración, entre los que podría premiar la lealtad de los consejeros de Ciudadanos, Moreno habrá de trabajar por no destruir el crédito con el que ha logrado que parte del electorado progresista le dé un voto de confianza –»el voto útil, el de la seguridad y la estabilidad»- que ha rogado, mitin tras mitin, a lo largo de estos 15 días de campaña tras la que se abre un nuevo ciclo político en Andalucía.

Al cabo, lo que de un vistazo arrojan las urnas es un terreno abonado para un largo mandato del Partido Popular, aunque ya veremos qué da de sí el futuro en el contexto global, tras una legislatura marcada por una pandemia y una guerra en suelo europeo que todavía no ha tocado a su fin.

Si estamos ante un peldaño más en la carrera nacional de Moreno, cuando quiera que pueda terminar el ciclo Feijóo al frente del Partido Popular, es algo que sólo él sabe si está en sus ambiciones, habida cuenta de que en numerosas ocasiones ha confesado que, cuando se cumplan ocho años como presidente de la Junta de Andalucía, le gustaría devolver a su familia el tiempo que lleva invertido en política, a la que llegó hecho casi adolescente desde Nuevas Generaciones. Tiene 52 años. Veremos.

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