El Yantar de la Ribera, el asador

C/ Roger de Flor, 114 www.elyantardelaribera.com 93-265-63-09

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Hacía tiempo que no visitaba este asador, así que uno de estos días de frío pelón que estamos sufriendo en Barcelona me decidí a volver. Y sigue como siempre, con la misma cocina y el mismo producto: contundencia y colesterol.

Si aprecié algún cambio fue en el perfil de la clientela. Bastantes habituales, pero más turistas que antes. Y menos varoneo, menos grupos de hombres pasándolo bien, a pesar de que el día elegido era viernes. La primera de las salas estaba llena, mientras que la segunda, la grande, estaba a un cuarto.

El Yantar de la Ribera es un comedor castellano con dos hornos de leña a la vista. Sus especialidades son el lechazo y el cochinillo, además de las costillitas, el chuletón y el solomillo.

Entrar en esta casa es una inmersión en Castilla y León. Paredes de ladrillo vista, con botelleros incrustados, algunos cuadros de personajes históricos y lámparas de techo. Las mesas y las sillas de madera, austeras y algo duras.

No hay carta. El camarero, de saque, te ofrece los dos platos estrella como segundos; y de primeros, más energía: chorizo, morcilla, picadillo de matanza y para suavizar alubias estofadas y pimientos al horno. Ya digo, hay que ir preparado.

El horno

La materia prima es definitiva, pero el horno acaba de darle el toque final. Los asados son espectaculares y aunque no están cocinados con demasiada manteca, tanto el cordero como el cerdo ya son de por si suficientemente grasos. Sin embargo, he de decir que la sobremesa no es tan pesada como cabría temer. Después se puede ir a trabajar.

Tampoco la relación de vinos es demasiado extensa. Siempre han cultivado el vino castellano de crianza, de manera que igual que en la comida hay pocas alternativas en la bebida presentan como vino de la casa una propuesta concreta. Mi acompañante y yo dimos cuenta de un Arbucala Esencia, un toro de Valduero, que me gustó; crianza de 13,5 grados al increíble precio de 12 euros, lo mismo que en bodega. La cuenta final sale por unos 45 euros.

Antes hice el aperitivo con una caña Heineken bien servida y unas rodajitas de lomo. Repetimos pan, hecho al horno que llega a la mesa caliente, sensacional. Solo por eso ya merece la pena una visita este local. De postre, me pareció excesivo recurrir a leche frita o al milhojas de Aranda, así que rematé el vino con un queso de oveja seco, también castellano, Páramo de Guzmán. También repetí el café de lo bueno que estaba. Tarrazú, del grupo leridano Batalla, que llegó en su punto.

Por último, las frascas. Y es que la casa obsequia a los comensales con una cestita que lleva cuatro tipos de destilados: orujo, pacharán y dos licores de frutas. El regalo es peligroso si no hay contención porque puede ser la puntilla que dificulte el trabajo vespertino. En cualquier caso, un final redondo. Al salir, parecía que el invierno ya declinaba.

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