¿A qué viene tanta euforia?
Escuchando a los portavoces gubernamentales, también a algunos medios de comunicación, a algún banquero y a algún responsable internacional, parece que España ha superado la crisis.
Si observamos el atractivo que están teniendo los activos inmobiliarios para inversores extranjeros podríamos concluir que nada de crisis queda en España. O que estos inversores evalúan mejor el riesgo y el recorrido de estos activos que los analistas locales.
Sabemos que España es un país de contrastes. De altibajos. Un país de péndulo. Pasamos de ser los mejores a los peores sin solución de continuidad. De votar entusiásticamente a Felipe González a hacerlo con la misma euforia a Mariano Rajoy (a la vista de los resultados electorales). De vilipendiar a Adolfo Suárez a considerarlo un mito.
Pero las cosas, en economía, son bastante distintas. Los datos nos obligan a ser más realistas. Empecemos por el déficit público. Si leemos al ministro de Hacienda concluiremos que llegar al 6.6% de déficit sobre el PIB de las administraciones públicas, casi prácticamente el objetivo, es un enorme éxito en un país de incumplimientos sistemáticos.
Si profundizamos vemos que estamos hablando de 60.000 millones de euros más de deuda, que ya llega al 94% del PIB. Que los municipios han mejorado el objetivo fijado y las CCAA (muy distintas) también, casi, han cumplido. La Administración Central, responsabilidad del Ministro, no.
Ello teniendo en cuenta que la subida de impuestos ha supuesto más de 4.200 millones más de ingresos, que la supresión de la partida presupuestaria de la reforma eléctrica representa 3.600millones de menos gasto, y que la caída de la prima de riesgo ahorra al Estado 5.000 millones más.
En cualquier caso, nadie esperaba el pasado noviembre que se cumpliría el objetivo de déficit público. Confiemos en que la cocina haya sido la mínima.
Otra pregunta que se hace cualquier observador de la realidad española es cómo se puede decir que se está saliendo de la crisis cuando se han perdido 3,7 millones de empleos, lo que equivale al 18% de la ocupación. O que el consumo privado ha caído el 11% y el PIB el 7,2% (2007-2013). El pozo de la crisis es muy profundo.
La facturación de las empresas (nuevo indicador) tiene una oscilación no muy clara, mientras que los índices de confianza van mejorando.
Pero la Central de Balances del Banco de España nos dice que en 2013 el valor añadido bruto ha caído el 3,9%. Aunque, debido a los ajustes, las compañías han mejorado un 64% su rentabilidad total.
Sin embargo el consumo, nuestro tractor histórico, no mejora ya que la renta disponible empeora. La tasa de ahorro está en mínimos y los créditos bancarios no despegan, a pesar de que todos dicen que lo van a hacer. El Gobierno intenta legislar para que así sea, aunque los tipos a los prestatarios tienen una tendencia alcista –créditos hipotecarios del euríbor más 0,5 a más de 3 puntos ahora–.
Es cierto que venimos de un largo ciclo de tipos demasiado bajos. Podríamos esgrimir éstos y otros indicadores para moderar el optimismo: «es que llevamos demasiado tiempo deprimidos». Pero lo significativo es, desde mi punto de vista, centrar bien las expectativas.
Sabemos que la inversión se mueve, principalmente, por las expectativas. Y sabemos también que las frustaciones son muy perjudiciales. Algunas voces, entre ellas el Banco de España, alertan, además, del peligro de deflación. De la caída sistemática de los precios. Porque si se instala en la mente de los decisores de la inversión y en los ahorradores, no será posible la reactivación. Teniendo en cuenta que la Europa actual no va a ayudar.
Estamos en un momento de la coyuntura muy delicado. Es cierto que vamos mejor, lo que no es decir demasiado, si partimos de tan abajo. Pero todavía subsisten muchas deficiencias en nuestro sistema institucional y en nuestro modelo de crecimiento.
El principal es nuestra baja (60%) tasa de actividad. Hay activos 22,6 millones de trabajadores, de los que 16,7 millones están ocupados y 5,9 millones en el paro. La población de 16 a 64 años es de 31 millones de personas.
La falta de ocupación es un despilfarro. ¿Intentamos convencer a los sindicatos para que «permitan», que no se opongan, a fomentar el trabajo a tiempo parcial, como propone el profesor Alfredo Pastor?