Ana Botín revoluciona los depósitos

Banco Santander se ha lanzado en tromba sobre el mercado catalán. Implanta una cuenta a la vista que brinda el espectacular interés del 1,76%. Tamaña remuneración dista años luz de las que ofrecen las restantes entidades. Por ahora, beneficia exclusivamente a los residentes en esta Comunidad. Ana Patricia Botín, la todopoderosa presidenta del banco, pretende así robustecer la cuota del Santander en el Principado, muy inferior a la de su gran rival BBVA.

Este último propinó en los últimos tiempos un par de golpes de mano por nuestras tierras. Se adjudicó a precio de derribo los tristes despojos de Catalunya Banc, suma de las cajas de Catalunya, Tarragona y Manresa, y de Unnim, amalgama de Sabadell, Terrassa y Manlleu. Con ello, la red de BBVA se fortaleció con casi 1.600 oficinas, tentacularmente esparcidas por las cuatro provincias, y se aproxima más a la del eviterno líder Caixabank.

Las supercuentas de Ana Botín vienen a repetir la jugada que su padre realizó a finales de los años 80. A la sazón, el sistema financiero estaba liderado por los siete grandes Central, Hispano-Americano, Banesto, Santander, Popular, Bilbao y Vizcaya. Sus respectivos capos tenían por costumbre reunirse el último martes de cada mes para hablar del sector y repartirse el mercado en fraterno compadreo. Aquellos cónclaves despedían un tufillo apestoso de cártel mondo y lirondo, sin que nadie pusiera reparo alguno.

Un buen día, Emilio Botín dejó de asistir a esas infumables sesiones y decidió hacer la guerra por su cuenta. Promovió sucesivamente las supercuentas, las superhipotecas y los superfondos. Los tres instrumentos encerraban condiciones mucho más generosas que el resto del oligopolio. Su hija desata ahora un órdago similar, si bien limitado a Catalunya como campo del experimento.

Por lo demás, Ana Patricia ha estrenado su flamante cargo con una medida draconiana: el cese fulminante del consejero delegado Javier Marín y su relevo por José Antonio Álvarez. La heredera ya manda, y de qué forma.

Lo ocurrido en la cúpula del coloso cántabro no difiere de lo que suele acontecer con harta frecuencia en las grandes y no tan grandes empresas. Es decir, que los prebostes recién nombrados aterricen en su nuevo destino con sus propios equipos y sus hombres de confianza. Solo que como Ana Botín ya contaba con ejecutivos adictos en el estado mayor de la casa, no ha tenido que estrujarse mucho el magín para dar con la persona idónea.

Dinosaurios, a casa

Al nuevo primer espada del grupo se le presentan serios desafíos. Acaso el más titánico sea enderezar el cambio bursátil, que anda postrado, pese del alza de los últimos tiempos. El Santander capitaliza hoy unos 90.000 millones de euros. Es una cantidad análoga a la que lucía en 2006. Ello significa que en los pasados ocho años la cotización no ha dado demasiadas alegrías a los accionistas, los verdaderos dueños del banco.

Ana Botín ha aprovechado la oportunidad para prescindir de un par de pesos pesados del máximo órgano de gobierno. Se trata del hotelero Abel Matutes, ex ministro de Asuntos Exteriores en la etapa de José María Aznar, y Fernando de Asúa, ex primer espada de IBM España. Ocupaban la poltrona desde hace doce y quince años, respectivamente. Ambos personajes gozaban de la predilección del extinto patriarca Emilio Botín. Pero ya rebasan con creces los setenta y ochenta años, respectivamente, y a esa venerable edad sin duda merecen un descanso.

En materia de presidentes y consejeros incombustibles, la gran banca nacional viene prodigando un espectáculo deplorable. En los últimos lustros, las entidades crediticias enviaron a casa, por el expeditivo procedimiento de la prejubilación, a millares de profesionales que rondaban los 50 años y se hallaban el apogeo de sus carreras. Curiosamente, la criba afectó a todo el escalafón, salvo al privilegiado cupo de los señores consejeros.

El caso más flagrante es el del BBVA. Su gran timonel Francisco González, cumplió 65 años en 2010. Pero en vez de marcharse a casa a disfrutar de la millonada que se ha llevado del banco, promovió un retoque de los estatutos para perpetuarse en el sitial. El reglamento de la casa le obligaba a retirarse a los 70 años. Le pareció poco, así que ante sí y por sí, como Juan Palomo, extendió su mandato hasta los 75. Entre tanto, se embolsó anticipadamente y de una tacada la pensión de 80 millones que el banco había ido nutriendo con mimo.

Doña Ana ya gobierna, como queda dicho más arriba. Llega a la cima tras una larga carrera en la que ha desarrollado iniciativas exitosas. También ha cosechado sonoros fracasos, que a buen seguro habrán enriquecido su experiencia. Bajo su égida, el Santander inicia una apasionante etapa. Es de desear que la pubilla no defraude a nadie.