AP7: Del victimismo al colapso

Quedan todavía las autopistas de pago de la Generalitat, que son, además, las más caras de España.

El separatismo identitario apenas alcanzaba un quinto de la población catalana antes de la crisis financiera y económica de 2008; por lo que la Generalitat de Cataluña y sus medios asociados decidieron dar un empujoncito a la fractura social mezclando el bolsillo con las bajas pasiones. Pulsaron el botón de la insolidaridad y plagiaron la campaña de la xenofobia fiscal de aquella Lega Norte de Umberto Bossi. “Espanya ens roba” clamaron los separatistas de todos los colores, también el actual presidente de la Generalitat y entonces dirigente de las juventudes de ERC.

Los clérigos del procés se afanaron en la promoción del resentimiento, y encontraron en las infraestructuras un filón. El articulista de la falsa finezza estereotipaba a diestro y siniestro con su “català emprenyat”. La monserga tenía variantes; una de ellas fue el “No vull pagar” apoyado por el partido de Joan Laporta, Esquerra Republicana y la CUP. Fue uno de los primeros conatos de desobediencia. Era mayo de 2012 cuando políticos irresponsables llamaron a la ciudadanía a saltarse los peajes de las autopistas del Estado y convertirse, en acertada expresión de Alejandro Fernández, en “vulgares cuatreros con menos clase que Curro Jiménez y el Algarrobo”. Por aquellas fechas Convergència se convertiría en un partido explícitamente independentista, y Artur Mas iniciaría una alocada marcha hacia el desastre.

Finalmente, las barreras se han levantado. El gobierno del PSOE ha mantenido la decisión del Partido Popular de no renovar la concesión de las autopistas de AP7 y AP2. Catalunya lliure de peatges! ¿Toda? Toda no. Quedan todavía las autopistas de pago de la Generalitat, que son, además, las más caras de España. El victimismo nacionalista se ha mostrado, pues, como una gran mascarada. Los hipócritas no querían pagar, pero sí quieren cobrarnos más que nadie.

La contradicción alcanza en esta legislatura su cénit. Maestros en el sorber y soplar a la vez, lloriquean por la falta de inversiones en infraestructuras y, al mismo tiempo, implementan la cultura del no con todas sus consecuencias, paralizando la ampliación del aeropuerto de El Prat y oponiéndose al imprescindible Cuarto Cinturón. Ponen palos en las ruedas a sus propias reivindicaciones, porque el victimismo les sale electoralmente más rentable que las soluciones. Es la eterna farsa.

También estos días algunos redescubren que nada es gratis. Cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir. En el pasado mes de septiembre se acabaron los peajes, pero no se tomaron las medidas necesarias para evitar el previsible caos. Desde entonces la AP7 llena páginas de periódicos por sus desesperantes retenciones. La intensidad media de vehículos ha crecido un 40%, según el Servei Català de Trànsit. Pacientes conductores han sufrido colas de 20 kilómetros y han llegado a su destino con retrasos de horas. Los colapsos se producen los fines de semana y también los días laborables. Ya no hay tregua. Y, lo que es peor, la siniestralidad se ha multiplicado.

El gobierno de España y la Generalitat se cruzaron negligentemente de brazos. Ahora se acerca el puente de San Juan y todo son prisas e improvisaciones. Podrían levantar las barreras de la autonómica C32 y aliviar así tanto el tráfico de la AP7 como la hipocresía nacionalista. El consejero de Interior propone, sin embargo, prohibir la circulación de los cambiones, un carril adicional y reducir el límite de velocidad. Nunca cruzar Cataluña ha costado tanto tiempo. Faltó previsión y, ahora, no surgirán soluciones mágicas. Ojalá los actuales gobiernos hubieran demostrado tanta creatividad y eficacia en su gestión como la demostrada con su propaganda. Son ases del victimismo, pero también los más torpes gobernantes.