Autorevolezza

Las jornadas anuales que organiza el Círculo de Economía en Sitges se han convertido en un referente para analizar -sin urgencias coyunturales- los grandes temas a los que la sociedad se enfrenta.

La mesa redonda del sábado pasado sobre Estrategias después de las elecciones europeas fue un reflejo perfecto de lo que son estas jornadas (la actual ha sido la XXX). Reunir a un ex-primer ministro (reciente), italiano, a un comisario de la Comisión español, y a un ex-ministro de Asuntos Exteriores español para debatir qué ha pasado y cuáles son los retos a los que se enfrenta Europa es una ocasión que no habría que perderse.

No hace falta repetir el fuerte impacto que, en toda Europa, ha significado la irrupción en el Parlamento Europeo de los grupos situados en los extremos del arco derecha-izquierda. La mayoría de ellos antieuropeos, o, como mínimo, contrarios a las políticas que se han venido haciendo hasta ahora en Europa y en su propio país, que de todo hay.

Cada uno de los ponentes, con sus matices respectivos, han coincidido en poner de relieve lo que se ha denominado la «desintermediación de la política», como un nuevo factor clave. Término que se recoge de la desintermediación financiera que significa que «otros actores», distintos de los tradicionales, intermedian entre demandantes y oferentes de fondos.

La política se ve desintermediada cuando en la relación entre los políticos y los electores, éstos toman sus decisiones con información y argumentos que no les llegan directamente de los políticos sino de otras coordenadas, y otros actores.

Recuerda lo que en Economía se llama la «soberanía del consumidor» que decide inclinar sus preferencias en función de la opinión e información que recaba de otros «transmisores». En este caso, por ejemplo en política, serían los canales alternativos a los establecidos, redes sociales en otras palabras.

En esas circunstancias los partidos políticos no pueden controlar el mensaje, al tiempo que se ven sometidos al desgaste que representa gestionar la crisis. Es en éste nuevo terreno de juego político donde los antiguos paradigmas se ponen en cuestión –y yo añadiría con toda legitimidad– porque la autoridad de hecho, producto de procesos democráticos intachables, viene cuestionada por lo que Enrico Letta ha denominado «autorevolezza».

Que vendría a ser como la necesaria legitimidad que toda autoridad necesita para ser creíble.

Las últimas elecciones europeas han evidenciado que las instituciones y los políticos europeos no han respondido a las expectativas de los ciudadanos y, en consecuencia, éstos, ahora los castigan, con la única excepción del primer ministro italiano, quizá porque no lleva ni seis meses en el cargo.

Se constata que se puede acceder a la información desde cualquier parte y llega a los ciudadanos por medios no convencionales. Aprovechando el sistema electoral proporcional todas las sensibilidades se han podido manifestar, ser escuchadas, y verse representadas.

El fenómeno de Podemos se inscribiría en este contexto. En Europa, pues, ha sonado la alarma.

Porque se ha demostrado que no se puede gobernar -podríamos añadir afortunadamente- sin legitimidad, que los políticos y las instituciones, tienen que merecer la confianza, y si no es así, la «soberanía» del elector les castiga.

Los países miembros y Europa deben entender cuanto antes que hay que volver a demostrar a los ciudadanos que la idea europea, a pesar de sus imperfecciones, vale la pena.

Que de la torre de marfil de Bruselas se tiene que pasar al contacto directo con los ciudadanos europeos. Que se debe imponer la solidaridad y atender a las capas más desfavorecidas por la crisis.

Que Europa tiene que volver a tener una fuerte voz exterior (como en los tiempos de Javier Solana). Que toda Europa tiene que afrontar con valentía el grave problema de la emigración exterior. Que tiene que firmar, ahora que encuentra una Administración americana favorable, el Tratado de Libre Comercio con USA. Que de una vez tiene que intercomunicar las redes energéticas para asegurar el suministro.Que tiene que dar más poder a las instancias de representación directa, y que los Estados sean menos «nacionalistas».

En definitiva se trata de dotarse de toda la «autorevolezza» posible.

Porque si no, no hay reforma que pueda llevarse a cabo.