Cambio de ciclo desde el sur

Pedro Sánchez se apresta a comprobar la pérdida de un carisma, si alguno lo llegó a disfrutar, y en consecuencia la debilidad, por no decir nulidad, de su tirón electoral

Salvo horror o insurrección (de las masas), las elecciones andaluzas van a representar un auténtico e irreversible cambio de ciclo político en España. El PP acaricia la gloria y el PSOE ya se chamusca a media campaña como anticipo de un incendio de tales proporciones que sin duda afectará a La Moncloa.

Así, unos lanzados a la gloria y precipitados los otros hacia la hecatombe, se dibujan con trazo firme las urnas del sur. Pocas opciones de torcer las tendencias, anunciadas con inusitada unanimidad. Ninguna por parte de Pedro Sánchez de esquivar una bíblica lluvia de sangre y fuego. Salvo imprevisible horror o inesperada insurrección (de las masas, por demás ya inexistentes).

O bien, y aquí casi la única incógnita a despejar, salvo que la magnitud del anunciado triunfo popular y la gravedad del revolcón del PSOE, acompañado por sus acólitos, enardezca a los votantes perdedores y amanse cierta proporción del electorado que aúpa a Juanma Moreno. ¿Efecto rebote? Esperemos, pero apostando a que no.

O sea, que por mucho que se implique, lo que podríamos llamar factor Sánchez también va a quedar hecho polvo. Ni revulsivo, ni acicate, ni todo lo contrario. Transparente, liviano, sin fuerza ni tirón, poco menos que un esbozo de futuro fantasma, Pedro Sánchez se apresta a comprobar la pérdida de un carisma, si alguno lo llegó a disfrutar, y en consecuencia la debilidad, por no decir nulidad, de su tirón electoral.

Lo que podríamos llamar factor Sánchez va a quedar hecho polvo

En las recientes elecciones madrileñas, a la vista del desastre, Sánchez reaccionó ausentándose, abandonado o abonando en vez de achicar el naufragio de su candidato, el paquidérmico Gabilondo, como si la paliza propinada por Isabel Díaz Ayuso no fuera con él. La estrategia, más bien, un buen trecho o un mucho cobardica, todo hay que decirlo, le funcionó una vez. No dos.

Ahora, a sabiendas de lo mucho que se juega, de perdidos al Guadalquivir, se ha implicado en la campaña andaluza como no lo hizo en la madrileña. Acude a salvar los muebles, por lo menos alguno, pero salvo horror o insumisión (de los votantes a los sondeos) va acabar desahuciado.

Ya irán dos. Dos derrotas de aúpa seguidas, con el agravante de que si Casado no acertaba a sacar provecho ni del viento de cola, Feijoo sí sabrá como utilizar el éxito de su socio y candidato Moreno a fin de convertir el calvario de Sánchez en más doloroso y humillante si cabe. Que cabe.

Sánchez acude a salvar los muebles, por lo menos alguno, pero salvo horror o insumisión (de los votantes a los sondeos) va acabar desahuciado

Lo más probable es que Sánchez remodele el Gobierno, a fin de paliar los sufrimientos en carne propia de la segunda parte de la legislatura. El desprestigio que Ayuso, con Casado en contra, no consiguió, Feijoo con Moreno a favor lo ha hecho ya. Incluso puede que veamos cambios a fondo en el gabinete. Veremos cuantos pesos pesados de la política, si tal especia no se ha extinguido en el PSOE como estuvo a punto de hacerlo en el anterior PP, se montan a un carro gubernamental que se encamina, traqueteando y en zigzag, hacia el barranco.

Da igual. El problema para los socialistas pasa a ser Sánchez, si bien para acercar la solución, que ya no pasa por él, no se atisba ni en el más lejano de los horizontes un perfil de candidato alternativo. Conmigo el chaparrón, después de mi el diluvio.

Débil, vencido, sin otro proyecto que no consista en encaramarse de nuevo a la maroma e ir improvisando improbables equilibrios entre los tirones de sus socios y los zarandeos de la oposición, Sánchez no está en condiciones, tras encajar la derrota, de superarla con nuevas iniciativas que le puedan dar aire. Ya no va a estar ni en condiciones de gastar su último cartucho: disolver y arriesgarse a una nueva batalla electoral.

Al revés. Al verle exánime, sus socios van a apretarle y exigirle más. Mal podrá contenerles si no se auto limitan a fin de parapetarse mejor para cuando llegue la hora de la verdad y el huracán PP, con Vox reforzándolo más o menos, llegue a La Moncloa.

Vox, la gran incógnita

La del empuje de Vox es, sino la única, sí la más relevante de las incógnitas a despejar en las urnas. Si resulta que Moreno les acorrala, más a favor de las perspectivas de Feijoo. De lo contrario, deberá andar con un poco más de tiento. De ahí la segunda derivada para el resto de legislatura.

Si Vox resulta minimizado, el PP ya puede ir a por todas y entonar su “váyase, señor Sánchez”, y cuanto antes mejor para España. De lo contrario, si Moreno se ve obligado a concesiones de calado a un Vox en alza, lo previsible es que Feijoo siga un tiempo con la estrategia de los últimos tiempos, consistente en compensar las alianzas con la extrema derecha con votaciones que salvan las iniciativas del gobierno “por sentido de estado”.

Salvo horror o dimisión, lo más inverosímil tras las elecciones andaluzas va a ser imaginar pero no ver, presumir guardándose de creer, que Sánchez empuña de veras el timón. Por mucho que lo intente, y dados tanto los datos internos de inflación y deuda como las aciagas circunstancias del entorno europeo y global, Sánchez lo tendrá punto menos que imposible para sacar pecho y rehacer su imagen.

Por muy especialista que sea, que lo es, en superar circunstancias adversas, si algo está claro esta vez, tras el furor y el revolcón que se avecinan, es que se necesita a alguien con más capacidad y talla que la de Pedro Sánchez para que las izquierdas, una vez descabezadas, encuentren una fórmula para seguir adelante.