Carles Puigdemont contra corriente

Al romper con Artur Mas y David Bonvehí, tal vez sin haberlo calculado, Carles Puigdemont divide el voto del independentismo que pretende hacer política

A pesar de que dista mucho de ser un excelente o incluso un buen político como Artur Mas, Carles Puigdemont ha ganando la partida del espacio postconvergente a quien le nombró, y le nombró precisamente porque no llegaba a su altura. Mala jugada que el designado repitió, redobló y convirtió en nefasta al designar a Quim Torra.

Pero no hay manera. El poder, incluso la simulación de poder que son las presidencias autonómicas, tiene una contrapartida, que en vez de saciar la sed, la aumenta a cada sorbo bebido. Por eso el mejor resultado práctico de la democracia es que quienes se administran la droga del orgullo y la prepotencia con la jeringuilla del mando, saben que más pronto que tarde se convertirán en abstemios forzosos.

Por eso Puigdemont no puede dejar de considerarse superior a todos y, oh sorpresa, Torra, incluso después de haber perdido la presidencia por haber jugado al gato y al ratón sin saber que era el ratón, ha pasado de considerarse uno que pasaba por ahí a alguien imprescindible a quien se debe obediencia y reverencia (a pesar de que jamás llegó a imponerse sobre su propio gobierno).

Aún acorralado en un rincón del ring independentista, Mas no tira la toalla. Calcula que el túnel de Puigdemont no conduce a la salida de la independencia sino a la vuelta atrás. A la salida, o sea la entrada, espera a los votantes que se cansen de ardor impaciente a oscuras y quieran fiarse de alguien más capaz y solvente.

Puigdemont, por su parte, ha tardado tanto en darse cuenta de que los fieles a Mas, los que se mantienen bajo la disciplina de la reconversión o rebautizo de CDC en Pdecat, con la única finalidad, recordemos, de disimular la corrupción pujolista, eran el doble lastre que le impedía competir con su rival Oriol Junqueras.

Lastre moral, porque no se puede predicar la honradez… y político, porque el pujolismo siempre ha sido pactista y partidario de la política efectiva.

Cada vez es más difícil que Puigdemont acabe ganando la partida autonómica a Junqueras

Es por la falta de perspicacia y previsión de Puigdemont que JxCat va con retraso por esta causa. Si bien de momento, al presentarse el Pdecat por separado, parte de los votos independentistas de centro, los pragmáticos, los que si alguna vez creyeron en la unilateralidad piensan ahora que el horno del presente no está para bollos, algunos de esos votos que iban a reforzar la supuesta y tan perseguida hegemonía de ERC, pueden ir en parte al Pdecat.

En el fondo, y tal vez sin haberlo calculado, al romper con Mas y David Bonvehí, Puigdemont divide en alguna medida el voto del independentismo que pretende hacer política, ya que de haber seguido todos los exconvergentes con los pies en el suelo en JxCat sólo les quedaba la opción Junqueras.

Más que una escisión de la post Convergència, hay que entender pues esta ruptura como una expulsión de los dialogantes a beneficio del resistencialismo y el no surrender. Escisión que debió de haber provocado por lo menos un par de años atrás.

En el fondo, e incluso cerca de la superficie, a Puigdemoont no le convenía seguir atado al cordón umbilical del pujolismo y el 3%, porque eso le deslucía el azul de la pureza y le desteñía el bermellón de la rebelión hasta convertirlo en un inocentón rosa pálido.

Convergente rima en asonante, por lo bajinis, con rebelde pero no pega ni con cola con el concepto de confrontación, ni que se le añada el calificativo de inteligente, que en este caso podría tildarse de oxímoron si no fuera que en este contexto inteligente y de boquilla son sinónimos.

A pesar de estas maniobras de última hora, cada vez es más difícil que Puigdemont acabe ganando la partida autonómica a Junqueras. Por eso no se presenta como cabeza de cartel, y no lo hará si no está seguro de ganar. Que se queme otro, u otra.

La victoria de Waterloo está cada vez más difícil

Ya se verá si la candidata es Elsa Artadi, que hace méritos con lo de agrietar y debilitar el estado (como si estuviera en sus manos y no en las del propio estado), o Laura Borràs, a quien se los procura, los méritos, un procedimiento que los suyos revisten de persecución política.

En cualquier caso, y dado que, por un lado, la tensión no es un chicle que pueda estirarse eternamente, y por el mismo lado, que buena parte de los radicales que le votaron se van dando cuenta, sus comentaristas y analistas de guardia, cansados del escaso resultado de su campaña de desprestigio a los “traidores” de ERC, ya van admitiendo que la victoria de Waterloo está cada vez más difícil.

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