Ciudadanos y el oso trianero

Susana Díaz, el fenómeno más sobrevalorado de la política española, ya es presidenta de la Junta de Andalucía. Lo es gracias a los nueve escaños de Ciudadanos, la derecha pop de un país presuntamente afiliado a la catarsis, y a cambio de setenta compromisos que bien podría haber firmado en el aire, ya que es ahí donde acabó su pacto de Gobierno con IU.

Lo de Albert Rivera es una estrategia con ciertas gotas de fe, y no al revés. Pretende venderle al respetable una marca basada en el sentido de Estado, el compromiso con la regeneración y la belleza como requisito sagrado del marketing. Quizás lo consiga en Madrid con la Cifuentes. Pero Díaz es otra cosa, un híbrido entre el mejor Fouché y el peor Rasputín, el abrazo del oso, el mal de ojo trianero.

La legislatura durará lo que tarde C’s en comprender su rol de peonza. Transformar una región tan estática como la andaluza, fulminar sus redes clientelares y moldear su idiosincrasia para acercarla al acervo de la ambición es más de lo que un partido satélite haya logrado jamás. Si Rivera materializa su optimista y muy apresurada conclusión («ya hemos hecho más por la comunidad que el PP en 30 años»), la productividad per cápita del diputado ciudadano constará en los anales y se estudiará en Harvard.

Alguien con más frialdad de espíritu habría optado por una solución diferente. Díaz anticipó las elecciones con la excusa de la estabilidad, igualó los 47 asientos del hoy atribulado José Antonio Griñán (la mayoría absoluta está en 55), se dejó 100.000 votos, dialogó sin diálogo con las cuatro fuerzas de la oposición, conspiró y amenazó, y al final se cameló al más camelable, Juan Marín, que ya venía de pactar con el PSOE en el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y refleja en su rostro, desde el minuto uno y de manera nada insondable, sus ganas de aupar a la diva.

PP, Podemos, C’s y la jibarizada IU podían forzar con sus votos en contra la disolución del Parlamento en julio y una nueva cita con las urnas. Como las encuestas vaticinaban un resultado idéntico al vigente, el neón de la necesidad habría parpadeado un título de novela de Coetzee: Humildad.

La interconexión de las Españas políticas es total. Todos se vigilan, tantean y reformulan en una suerte de Juego de Tronos non stop donde Ciudadanos ha apostado por la neutralidad de siglas y Podemos por la proximidad ideológica. Ambas terceras vías exhiben, así, distintos grados de proyección. Mientras que el compatriota cabreado confiará al menos unos meses más en la familia podemita, el desertor anaranjado del PP contemplará con cara de lelo y fiebre en el alma la decisión asumida en el virreino andalusí.

Entretanto, Susana sonreirá. No importan los escandalosos índices de corrupción ni el paupérrimo cuadro macroeconómico. Tampoco la mediocridad de un Ejecutivo donde los galones no los marcan el talento y los conocimientos, sino el carné y la sumisión. Ella se abrazará al pueblo hiperllano y eludirá la gestión como siempre ha hecho.

Esta vez, sin embargo, soplan vientos de esperanza. Si Rivera se cree lo que dice y Marín mantiene su vocación sucursalista, el socialismo andaluz, tan hegemónico, tan habituado a mandar sin peros, tan endiabladamente PRI, sudará la gota gorda y rescatará del olvido su hemisferio cerebral derecho, plástico y creativo, motor del talento que tan urgentemente reclama esa otra Andalucía potente y secuestrada.

*Fede Durán, periodista y escritor 

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