Con la sonrisa, la revuelta
Amb el somriure, la revolta
(con la sonrisa, la revuelta)
Així t’espero i t’imagino
(Así te espero y te imagino)
i en l’horitzó de la mirada
(y en el horizonte de la mirada)
el gest utòpic que et reclama.
(el gesto utópico que te reclama)
Lluís Llach
«Recordad las esperanzas y los miedos. Tenemos una gran oportunidad. No volveremos a tener otra como esta durante muchos años si no la sabemos aprovechar. (…) Este es un momento de oro, (…) y os pido que el 27 de setiembre tengamos la misma actitud de combate, de revuelta si queréis, pero sobre todo de autoafirmación, de voluntad, de libertad para el país… ¡Arriba y gritos! ¡Visca Catalunya!»
(Artur Mas, mítin central de campaña, 20 de setiembre de 2015)
Aunque en realidad es una canción de amor, el título de la canción del candidato número 1 de Junts pel Sí por Girona, Lluís Llach, evoca uno de los lemas de campaña de la coalición independentista, «la revolución de la sonrisa». Así la han calificado sus dirigentes. Me encanta Lluís Llach, lo descubrí con apenas 13 años, como un soplo de libertad en una España en blanco y negro, unos meses antes de la muerte del «caudillo». La sensibilidad de sus melodías, junto con su lucha infatigable contra la dictadura, le convirtieron en un icono para mucha gente de mi generación. Conservo aún los viejos vinilos, rayados de tanto escucharlos, sus conciertos en directo, la emoción que generaba entre sus seguidores, el fascinante encanto de lo prohibido, de sentirse parte de un cambio que estaba a punto de llegar.
Observo en mucha gente esa misma ilusión, ante las elecciones del próximo domingo. Una euforia desatada en los mítines. El tono de la intervención del candidato Artur Mas el pasado domingo en Hospitalet es insólito en su persona y trayectoria. Se ha liberado de la corbata y llama a la revolución y al combate, a luchar por la libertad del país. Y hace mella en mucha gente, convencida de que no hay otra salida.
Y, sin embargo, desde el respeto hacia esos sentimientos, creo que no es lo mismo. No estamos en «Abril del 74», ni la «gallineta» ha dicho basta, ni hay que estirar bien fuerte para que caiga la «estaca». No somos un pueblo oprimido, podemos votar en democracia y tenemos mecanismos para cambiar aquello que no funciona (que es mucho) desde el diálogo y la negociación. No sé cómo hemos llegado hasta aquí (aunque lo intuyo), y es increíble que desde las firmes columnas del Estado español no se hayan dado cuenta de lo que está ocurriendo desde hace años y no hayan movido ficha para pacificar los ánimos.
Pero la realidad es que el próximo día 27 de setiembre podremos ejercer nuestro voto en libertad. Y aunque, como nos recuerda Lakoff («A veces incluso votamos en contra de nuestros propios intereses»), lo podremos hacer de acuerdo con nuestra conciencia y sin prohibiciones. Nada que ver con lo que ocurría hace exactamente 40 años cuando Lluís Llach cantaba aquello de «No és això, companys, no és això («no es esto, compañeros, no es esto»…). No vivimos en una dictadura y podemos votar con una sonrisa, sin necesidad de la revuelta.