Despidiéndose del voto

Cada cuatro años como máximo, tenemos derecho a voto, y en algunos países latinoamericanos el deber de votar. Al hacerlo, y en la misma medida, también perdemos esa oportunidad al depositarlo en la urna. Como si al introducirlo en la fina boca de la caja de metacrilato dejáramos de ser importantes para la política, en ese mismo instante.

La famosa reflexión «¿para qué va a servir nuestro voto?» deriva de cierto vértigo y cierto sentimiento de culpa, como si fuéramos Macbeht vagando en la noche para expiar nuestro crimen. El derecho a votar fundamenta la democracia, pero es en realidad sólo un símbolo que garantiza la preservación del sistema. Utilizado como una herramienta más. Es una necesaria ficción.

El voto sólo sirve para constatar lo que ya sabíamos. En cierta medida, las encuestas sirven, más que para señalar las orientaciones de voto, para dirimir el medio de comunicación más fiable de cara a nuevas convocatorias electorales para mediatizar el voto. El voto que nos hace iguales sirve como instrumento para agrandar las diferencias, para denostar el contrario, para tener razón frente el otro. El voto como victoria que señala siempre al perdedor. El voto para seguir razonando en términos de mayorías y minorías.

El voto como huída hacia adelante, como método de castigo a la política de los otros. También el voto útil, aquel que es pensado en claves de alta política, basado en estrategias como votar «el mal menor» o votar «tapándose la nariz » como pidió Indro Montanelli, que aconsejó a los italianos para que votaran el demiurgo, la Democracia Cristiana,  para detener el avance del partido comunista.

El voto como transacción o como ideal, como convicción o responsabilidad, para preservar el pasado o cambiarlo todo. En definitiva, el simple voto individual tiene poca vida propia en una realidad política que precisa la manipulación, la deformación, la interpretación e incluso el ocultamiento de ese voto.

Frente a esta visión realista o apocalíptica, hay otra más reconfortante y positiva. Cuando el votante, el día después de las elecciones, vía acción social, cultural o política, garantiza el buen uso de su voto. Aquellos que votarán con la cabeza, los que lo harán con respeto al contrario y los que exigirán que el poder no corrompa su gobierno. Votantes que no traficarán con su modelo de sociedad. Votantes cuyo voto es para la sociedad, para los ciudadanos que la constituyen y no para los políticos.

Ahora en portada