El 27S no va de Mas o Rajoy

Hemos cruzado ya el ecuador de la campaña política que puede marcar el futuro de nuestras vidas. No es ésta una afirmación exagerada. Todas las campañas electorales preceden un momento de cambio en la escena política. Todas son el corolario de un ciclo político donde los partidos, bien sea desde la oposición, o desde el gobierno, han ido marcando sus posiciones y significando sus diferencias a través del devenir de los acontecimientos políticos, económicos y sociales. Son un tiempo de confrontación de ideas, de apelación a los ciudadanos y de solicitud de su confianza para, en el nuevo ciclo político, poder representarles en las instituciones democráticas.

Campañas que son la antesala de unas votaciones que cambian mayorías y minorías, y con ellas los gobiernos y las políticas públicas. En las democracias liberales, este cambio es reversible. Las mayorías vienen y van, los gobiernos cambian de color político siempre dentro de un marco democrático con unas reglas de juego definidas que permite a los ciudadanos evaluar, elegir y cambiar. Es un «juego» que permite al «ganador» gobernar y al «perdedor» esperar su oportunidad. Nada es, en principio, irreversible, encauzándose de este modo las tensiones y energías sociales.

Sin embargo, estas elecciones has sido planteadas como un referéndum por las formaciones separatistas unidas en la UTE de Junts pel Sí. Planteadas en forma y fondo. En forma, vulnerando los más básicos principios de neutralidad al hacerlas coincidir con las movilizaciones del 11-S y las votaciones con el puente de la Mercè para desmovilizar el voto metropolitano. En el fondo impidiendo su función de evaluación democrática de la labor del gobierno saliente y negando el debate sobre las propuestas y alternativas que las diferentes formaciones políticas ofrecen para la gestión de lo público. Unas elecciones binarias, maniqueas: Si o No.

Este es, queramos o no, el escenario donde se ha desarrollado esta primera semana de campaña. Y en este contexto, la valoración es que ésta se ha desarrollado sin intensidad en el escenario político más intenso. Una extraña paradoja. Quizás porque, como en las montañas rusas, después de subir lentamente hasta alcanzar la parte superior de la atracción, estamos en el efímero punto de equilibrio sin movimiento que precede a la brutal aceleración de un vertiginoso descenso. Ojalá.

No lo sé, pero el panorama no es especialmente alentador. Porque, de momento, y más allá de la anécdota frívola de los bailes y cantes de los candidatos, esta decisiva primera semana de campaña no ha estado marcada por las propuestas de los partidos, sino por las declaraciones de actores ajenos a ella: líderes internacionales, la UE, los empresarios, las patronales, la banca… y todos ellos con un mensaje común: alertar de las consecuencias dramáticas que tendría para los ciudadanos de Cataluña si la lista de Junts pel Sí y la CUP consiguen una mayoría absoluta de escaños e inician un camino de ruptura institucional y de la legalidad que acabe con una declaración unilateral de independencia.

Sorprende que, en este contexto, donde muchos alertan de la gravedad del momento, el tono de las formaciones políticas contrarias a la secesión parezca atenazado por un discurso que parece obviarlo por miedo a caer en la trampa semántica que esgrimen las listas de la ruptura, al calificar de «discurso del miedo» a lo que es el discurso de la responsabilidad.

Porque es imprescindible que las formaciones políticas que no han renunciado a la ética de la responsabilidad comuniquen, expliquen y alerten de las consecuencias que puede tener para todos lo que algunos pretenden imponer. Con un objetivo: movilizar a la parte de la sociedad que ha vivido de espaldas a la política catalana en las últimas décadas.

Es cierto que no es suficiente con apelar a los peligros, sino que hay que proponer soluciones. Frente a los que proponen un salto cuántico hacia lo indemostrable, hay que proponer un futuro de progreso mediante la dura y, en ocasiones frustrante, tarea de llegar a acuerdos. Ante el proyecto de ruptura, proyectos de reforma. Porque la esperanza no se le vence con el miedo, sino con esperanza.

Que frente a aquellos que han dimitido de entender la política como arte de organizar las fuerzas vinculantes que cohesionan la sociedad en una esfera de cosas y causas comunes, y que proponen la ruptura, la división y la incertidumbre, las formaciones políticas que defienden desde ángulos diferentes la unión y la convivencia, deben asumir el reto planteado.

Darle batalla intelectual sin confundir el adversario. Esto no va ya de Mas o Rajoy. Estas no pueden ser unas elecciones condicionadas por los intereses electorales de las diferentes formaciones, pensando en las próximas elecciones generales. No pueden ser estas unas elecciones rehenes del cortoplacismo que solo busque erosionar votos y escaños entre formaciones que comparten algo tan sencillo como que Cataluña siga formando parte de España.  

Debemos reclamar altura de miras. Que antepongan los intereses de la nación a los propios. Que esta semana que queda de campaña sea un espacio de tregua entre los que defienden la unión. Porque deben entender quien es ahora el único y verdadero adversario político: El que amenaza la convivencia y los principios de nuestra democracia.

Nuestro país se enfrenta a grandes desafíos, y las próximas elecciones generales permitirán un debate intenso sobre cómo deberán ser tratados. Pero las consecuencias del posible resultado de estas elecciones autonómicas es el primero y más grave de ellos.

Porque aquellos que piensan en una Cataluña mejor en una España diferente, que unidos ganamos, y confían en que una nueva Cataluña para todos es posible, están en la obligación que comprender la gravedad del momento. Saber que el adversario político es aquel que plantea la ruptura de nuestro marco de convivencia. Que el momento es aquí y ahora, que hay que renunciar al tacticismo electoral pensando en el futuro, porque en función del resultado del próximo 27-S quizás no nos queden más comienzos.

Para las listas de la ruptura, el cruce del ecuador significa adentrarse en el hemisferio político que les llevará a tierras ignotas, situadas en las antípodas de la Europa democrática. Que para los partidos que defienden la unión este cruce del ecuador signifique una toma de conciencia de su responsabilidad histórica.

En Cataluña la mentira se ha convertido no sólo en una categoría moral, sino el pilar del «proceso». Y la mentira ha de ser combatida. Hay que negar los axiomas sobre los que se fundamenta. Solo saliéndose de la órbita producida por el agujero negro ético al que el nacionalismo ha sumido la política catalana habrá esperanza. No será fácil, pero hay una responsabilidad compartida por todos aquellos que comparten la unión como un principio irrenunciable.

Decía Emily Dickinson: «Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie». Queda una semana.