El año que viviremos peligrosamente
En una de las salas flotantes de la Academia de Venecia, hay una pequeña obra maestra del Arte, La Tempestad de Giorgione, en la que podemos ver en primer plano a un hombre y una mujer que tiene entre sus brazos a su hijo recién nacido. Al fondo, muy al fondo, distinguimos la electricidad luminosa de un rayo que amenaza tempestad. El poderoso y decidido rayo contrasta con la fragilidad de las figuras humanas que aparecen al margen de la tempestad que se cierne sobre ellos. De igual forma, buena parte de la sociedad se encuentra actualmente frente a los primeros signos de una tempestad que empieza a vislumbrarse en el horizonte político.
El primer relámpago fue avistado en 2012, en plena crisis económica, con las manifestaciones del 15M. Las manifestaciones emitieron no pocas señales de que su plasmación no se iba a agotar con los asentamientos alternativos en gran parte de las capitales españolas, en especial en la Plaza del Sol de Madrid y en la Plaza Cataluña de Barcelona.
El segundo relámpago sobrevino entre vientos cálidos del Mediterráneo con las manifestaciones a favor del derecho a decidir y la independencia de Cataluña del 11 de septiembre, coincidiendo con la Diada. Mientras el 15M reflejó la ruptura de lo social con el orden establecido, tanto político como financiero, el 11 de septiembre emitió de forma rotunda el cansancio de buena parte de la sociedad catalana sobre su relación con el estado español. Una relación siempre viciada por lo económico.
Luego no tardamos mucho en percatarnos de que la corrupción no era un hecho aislado sino más bien estructural, como señalan los casos de Bankia, con Rodrigo Rato al frente, la familia Pujol, con confesión y espectáculo incluido, la financiación supuestamente ilegal del PP y su esquiador Bárcenas, o la de Convergència, con el caso Palau de la Música y Millet como principal solista o la familia real con el caso Urdangarín.
La corrupción dio alas a la necesidad, a la regeneración política frente a tanto abuso y desvarío económicos. Hechos que algunos ciudadanos asumieron como ofensa. Más de uno se hubiera batido a duelo si no fuera porque en el parque de El Retiro y en La Ciudadela juegan los niños y corren los perros para perderse, aunque sólo sea por un instante, de sus amos.
Otros, sin embargo, ignoraron los relámpagos y algunos incluso los confundieron con fuegos artificiales. En ese momento aparecieron en escena fuerzas políticas como Podemos, la CUP, Compromís o Ciudadanos para revelar que aquello que todos veíamos y oíamos no era pólvora sino una tempestad perfecta.
Llegaron las elecciones catalanas que dieron como resultado, no tanto el triunfo de Junts pel Sí, como la victoria de la CUP, como lo demuestra el hecho de que Cataluña, actualmente, aún no tenga Presidente. En España, la derrota victoriosa del PP y el dilema de la gobernabilidad del PSOE dibujarán un acuerdo, de mínimos, histórico, entre la derecha e izquierda española.
Tantos relámpagos en 2015 aventuran que en 2016 sólo podemos hacer dos cosas frente a la tempestad que está avanzando hacia nosotros. O nos alejamos de ella o la afrontamos con todas nuestras fuerzas. Lo que les puedo asegurar es que la vida no nos va a permitir quedar fuera del cuadro.