El liberalismo auténtico no existe

Un Estado eficaz en lo económico es aquel que combina el 'laissez faire' con la intervención estatal ética si la situación lo requiere

Hay quien se sorprende de la deriva socialdemócrata del liberalismo en los tiempos de la Covid-19. ¿Cómo es posible –dicen con socarronería- que el liberalismo acepte restricciones en el laissez faire y pida la intervención del Estado en la economía? Pero, ¿por qué el liberalismo no puede cometer –al parecer- semejantes “pecados”?  ¿Dónde está escrito o prescrito?

Friedrich Hayek, por ejemplo 

El liberalismo, desde sus orígenes, tiene un problema: a diferencia del cristianismo y el marxismo, no posee ningún libro o manual que lo defina con exactitud. Si el cristianismo dispone de la Vulgata de san Jerónimo y la Summa Theologiae de santo Tomás de Aquino, si el marxismo se las arregla con el Anti-Dühring de Friedrich Engels, el liberalismo no tiene ningún compendio que lo defina con exactitud.

¿Qué es el liberalismo auténtico? No lo sabremos nunca, porque –afortunadamente- no existe. Pero, sí tenemos algunos hechos históricos –la revolución de los levellers de 1642 y la Revolución Gloriosa de 1668 en Inglaterra-, así como un conjunto de autores –Locke, Madison, Hamilton, Smith, Burke o Hayek– que nos aproximan a la cuestión.

¿Qué es el liberalismo auténtico? No lo sabremos nunca, porque –afortunadamente- no existe

Sin ir más lejos, hablemos del Friedrich Hayek que en Camino de servidumbre (1944) afirma que el liberalismo significa no estar sujeto a discriminación o privilegio, poder escoger el propio camino, respetar la soberanía del individuo, observar y someterse –individuo y Estado- al imperio de la ley, aceptar la libertad de comercio y educación, admitir la organización social que los individuos se han dado a sí mismos de forma espontánea.

En las ideas de Friedrich Hayek –como en las de Adam Smith, unos de los padres de la cosa- se percibe la que podríamos denominar tríada liberal: el individuo entendido como una singularidad libre de toda coacción; la libertad entendida como la capacidad para organizar la vida y el orden social; la igualdad entendida como igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades.

De esta tríada se deducen las ideas básicas del liberalismo: antiabsolutismo, derechos fundamentales, libertad individual, propiedad privada, cultura del esfuerzo, seguridad, pluralismo, democracia formal, economía de mercado, separación de poderes, negación del determinismo histórico, consciencia moral, escepticismo, tolerancia, política entendida como representación y gestión de intereses.

Liberalismo: talante y pragmatismo

Si bien se mira, el liberalismo es una disposición personal. Un talante y un pragmatismo cuyo objetivo –sentido del límite obliga- es alcanzar una existencia lo más decente posible. Por ejemplo:   

  1. Una libertad individual que garantice los derechos fundamentales del ciudadano.
  2. Unos derechos fundamentales del ciudadano que respeten la dignidad del individuo
  3. Un individualismo -no se excluye la defensa del interés colectivo– que afirme los intereses, aspiraciones o deseos del ciudadano.  
  4. La igualdad ante la ley que busque la equidad.
  5. La seguridad  que garantice el disfrute de derechos y libertades.
  6. La democracia formal que posibilita un amplio marco de convivencia y canaliza los intereses del individuo a través del voto y la representación.
  7. La separación de poderes que limita la acción de unos poderes autónomos autorregulados y autolegitimados.
  8. La propiedad privada que asegura los frutos del esfuerzo frente a la arbitrariedad.
  9. La economía de mercado que hace posible el libre juego entre quien contrata y quien es contratado sin poner trabas a la libre producción y circulación de mercancías.
  10. El escepticismo que vacuna contra el fanatismo.
  11. La tolerancia –no confundir con la displicencia prepotente- que juega con la hipótesis de que el otro quizá tenga razón.
  12. La negación del determinismo histórico en beneficio de un futuro por construir que da sentido a la acción humana y posibilita la lucha contra cualquier imposición. 

La política entendida como representación y gestión de intereses –a fin de cuentas, eso también es el liberalismo- huye de unos maximalismos e iluminismos que más tarde o más temprano acaban produciendo unos efectos perversos en forma de regímenes autoritarios.

¿Que el liberalismo también ha generado efectos perversos. Cierto. Pero, también son ciertas dos cosas: 1) el liberalismo ha ido puliendo muchas de sus aristas, y 2) gracias al liberalismo, hoy, pese a todo, vivimos -sanidad, esperanza de vida, condiciones de trabajo, educación y cualquier otro parámetro que se tome- incomparablemente mejor que ayer.

El ‘laissez faire’ y el Estado

Se equivocan quienes afirman que el liberalismo es un partidario acérrimo del laissez faire y un enemigo, igualmente acérrimo, del Estado.

De nuevo, Friedrich Hayek en Camino de servidumbre: “Probablemente, nada haya hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez faire… en ningún sistema que pueda ser defendido racionalmente el Estado carecerá de todo quehacer”.

Concluye: “El principio fundamental según el cual en la ordenación de nuestros asuntos debemos hacer todo el uso posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad y recurrir los menos posible a la coerción, permite una infinita variedad de aplicaciones”. Dicho está.

Y hecho está: Turgot –ministro reformista e ilustrado de Luis XVI-, autor de la consigna laissez faire, laissez passer, no practicó con el ejemplo si tenemos en cuenta que, además de abogar por la supresión del proteccionismo y ciertos impuestos, aprobó una lista de reglamentos que ordenaban la vida económica de Francia. Lo cortés no quita lo valiente.

Vale decir que una cosa es la intervención del Estado y otra, muy distinta, la “fatal arrogancia” (Friedrich Hayek, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, 1988) de un Estado que todo, de la economía a la moral, lo quiere diseñar, regular y controlar. Una vía abierta a la ineficacia y al despotismo económico y social bajo la excusa y el disfraz de la ingeniería social redistributiva.

En cierta manera, el liberalismo de nuestros días sigue la recomendación del economista francés Maurice Allais  –Premio Nobel de Economía 1988 por sus estudios sobre la eficiencia de los recursos y del mercado- que afirmaba que el mercado solo podía funcionar correctamente en un marco institucional, político y ético estable alejado, cuando fuera preciso, del “dejarhacerismo”. Dicho queda.